Revista Velvet | Eduardo Barril: “Fui un caballo desbocado”
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Eduardo Barril: “Fui un caballo desbocado”

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Eduardo Barril: “Fui un caballo desbocado”

POR equipo velvet | 05 marzo 2025

Por Marietta Santi Fotografías Ozcar

A los 83 años, y con más de 60 de carrera, el reconocido actor está absolutamente vigente. Luego de una vida intensa y un paso por alcohólicos anónimos, encontró la paz en el amor. Sigue haciendo teatro y no reniega de la TV. “No desecho nada, simplemente fluyo”, señala.

Sin duda, Eduardo Barril es un octogenario 2.0. Con 83 años (que serán 84 en julio), más de seis décadas de carrera actoral al hombro y una vida bien vivida, en ningún caso se ve cansado. Al contrario, de mente y cuerpo ágiles, los ojos celestes chispeantes o intensos según el tema, está absolutamente conectado con los tiempos que corren.

En el living de su luminoso departamento en Providencia se lucen los últimos reconocimientos a la trayectoria que ha recibido: Caleuche (enero 2025), Festival Internacional de Cine de La Serena (noviembre 2024) y Temporales Teatrales de Teatro de Puerto Montt (2023).

El actor los muestra feliz. “Una vez escribí en un cuento que cuando se acercaba este momento de la edad y las entrevistas, el entrevistado miraba al cielo y decía, ‘bueno, deben haber sentido el aleteo de buitres…’. No me pasa eso. Yo siento una tremenda alegría. No me lo esperaba, nunca me lo he esperado, te lo juro. Cuando suceden estas cosas, el primer sorprendido soy yo. Y agradecido”, afirma.

Barril se formó en el glorioso ITUCH (Instituto de Teatro de la U. de Chile), fue alumno de Patricio Bunster, Pedro Orthous, Eugenio Guzmán y Agustín Siré, y fue dirigido tres veces por Víctor Jara. Estudió dirección de TV en la RAI, en Italia, y su carrera es tan variada que va desde la adaptación de telenovelas a la escritura de café concerts. Pero el gran público lo reconoce por su participación en la pantalla chica, que partió en la teleserie “Casagrande” (1981) y se pausó con la producción “Graduados” (2013).

Formó parte de la llamada época dorada de las teleseries en TVN, integrando el elenco de éxitos como “Estúpido Cupido”, “La Fiera”, “Aquelarre” y “Romané”, entre otros títulos. Y, aunque pasen los años, el actor recibe el cariño de la gente en cada una de sus largas caminatas por el barrio.

“Cada saludo siempre lo agradezco con mucha humildad, de verdad. Ser actor es un oficio como cualquier otro. Y el reconocimiento es el mismo que merece un panadero por hacer un buen pan, un zapatero por confeccionar un buen par de zapatos… y que merece cualquiera que se esfuerza por hacer bien las cosas”, insiste.

En el discurso de los premios Caleuche habló de que hay que trabajar mucho.

–Pienso que es un 1% de inspiración y un 99 de transpiración, trabajo y esfuerzo. Porque si no es así, uno se queda en el dibujito, en la maqueta. Todos los personajes los hago míos, no hago la maqueta ni la foto ni el trabajo sabido o el oficio. El oficio se nota cuando todo lo hacemos igual: Pedro Pérez como Pedro Pérez (los ojos se le encienden). Yo aprendí muchas cosas con Hernán Baldrich, curiosamente.

Con el coreógrafo.

–Sí, y también de Patricio Bunster, que fue profesor mío, igual que Joan Turner, con toda esa rigidez –en el buen sentido de la palabra–, esa exigencia de la danza. Hernán Baldrich era un monstruo y tuve el privilegio de trabajar con él. Patricio Bunster me decía que optara por la danza. Pero yo pensé un poquitito, fíjate, y claro, es más corta la vida del bailarín que la del actor. Uno puede hacer de viejo, aunque hay viejos actores que lo hacen pésimo, porque ya es mucho oficio. Hay que dudar del oficio.

Hay que ponerse en Riesgo.

–Claro. Hay que andar en la cuerda floja siempre, no importa la edad.

–¿Hace lo mismo con la televisión?

–En TV preparo el personaje y los diálogos como si fuera una obra de teatro. No maqueteo. Defiendo el oficio a ultranza.

SIEMPRE ENAMORADO

Gran conversador, Eduardo Barril hace gala de una memoria envidiable para recordar detalles de los episodios de su vida. Risueño y acogedor, su personalidad le permite crear lazos con las generaciones más jóvenes con mucha facilidad. Es muy amigo de Ricardo Fernández (46) y también de Felipe Zambrano (34), autor y director de “Historia de amor para un alma vieja”, proyecto que partió como una lectura dramatizada en 2022 y que este enero formó parte de la programación del Festival Internacional Teatro a Mil.

El protagonista de la obra es un octogenario capitán que se reconcilia con un viejo amor (Luz Jiménez), quien padece Alzheimer, gracias a las estrategias de su nieta. “Es una mirada al adulto mayor vivo y con deseos sexuales. No es un abuelito, es un abuelo. Tengo una visión de una tercera, una cuarta y hasta una quinta edad como referentes. Y como decía alguien por ahí, hay que decir adulto mejor, un adulto mayor es un adulto mejor”, dice Barril.

Y agrega: “En todas las funciones yo lloro de verdad, no hago un esfuerzo”.

–No hace memoria emotiva.

–No hago memoria emotiva, fluyo. Tampoco busco el foco para que la lágrima brille, no maqueteo la cosa. A veces me ha pasado que el moquilleo es tan fuerte, que de una escena a otra tengo que tomarme un tiempito para sacarme el llanto. Me encanta esa obra.

–Se ve muy bien.

–Ah, ¡qué bueno! (sonrisa coqueta). Me cuido.

¿Se ha cuidado toda la vida?

–No, no, fui caballo desbocado…, con todo respeto.

–O sea, esos titulares de los 90 que decían que usted era un vividor impenitente, eran ciertos.

–Sí, absolutamente. Pero siempre llegando enterito a la labor, al trabajo, cuidándome de eso, de no fallar en el oficio.

¿Cuándo se empezó a cuidar para llegar a los 80 tan bien?

–Con la patrona, yo creo (dice mirando hacia su pareja hace 22 años, Ximena Ponce). Tengo una operación de una hernia inguinal y me quebré la clavícula en el año 1999, las otras son cositas de la edad. Camino mucho por disciplina, tanto así que durante la pandemia caminaba por todo el departamento.

¿Y se cuida en la comida?

–Gracias a la Ximena, que me da muchas ensaladas y me redujo la carne. Yo era malo para las ensaladas.

–En muchas entrevistas ha hablado de su adicción al alcohol. ¿Eso es absoluto pasado?

–Sí, totalmente. Dejé el alcohol el día 28 de diciembre de 1999. El Día de los Inocentes. Ese día dije chao al alcohol, por puro miedo, porque el año 2000 estaba invitado a todas estas fiestas (muestra los dedos de las manos). Sentí que iba a morirme, y no quería. Igual que las películas, boté todo el alcohol en la tina. Además, yo vivía en un barrio peligrosísimo, Rosal con Lastarria en su época dorada. Hablé con el botillero de la esquina y le dije ‘mira, aunque yo le ruegue o le llore, no me traiga copete a la casa por favor, porque lo voy a dejar’. ‘Muy bien don Eduardo’, me respondió él. Y cuando después lo llamaba por copete, él me decía que no y me cortaba. Estuve tres días y cuatro noches sin alcohol. Después fui a Alcohólicos Anónimos. Y nunca más.

¿Solo con fuerza de voluntad?, ¿nada de psicólogos o psiquiatras?

–Pura fuerza de voluntad y Alcohólicos Anónimos. Con los pares, con aquellos que habían pasado las mismas cosas que yo, que tenían las mismas historias, los mismos cuentos. Me sentí muy bien, muy contento. Tenemos copete en la casa, y si viene gente y quiere tomar, perfecto. Pero yo no tomo ni una copa. Afortunadamente, la Ximena toma un vasito de vino por ahí y eso sería.

–Además, ha sido bien enamorado.

–Sí, con el favor de Dios.

¿El amor es importante en este momento de la vida? ¿Ximena es importante?

–Mucho. Mira, escribí “uno no es ninguno, dos es una, uno y dos es una”. En el caso mío, uno no es ninguno y dos es una, o sea ella; a buen árbol me arrimé (Ximena se asoma desde otra habitación y Eduardo le pide que no escuche, porque está contando un secreto).

¿Cuándo empezó la relación?

–(Revisa la gruesa argolla que luce en el dedo). No es argolla de matrimonio, es una argolla de antes de casarnos. Acá está el dato, 2002, en ese año nos conocimos. La invité a viajar conmigo y nos fuimos a ver a mi hija mayor, que vive en España, también a Marruecos y París. Todo ha fluido con Ximena, nos casamos a la vuelta de ese viaje y aquí me quedé, feliz.

–Con dos matrimonios, dos hijas y otros romances, nunca le cerró la puerta al amor.

–Nunca, nunca. Empezamos a salir con Ximena y no nos separamos más.

¿Que Ximena sea más joven es un impulso para tus 80 años?

–En el caso mío, lo es. Me siento feliz de que seamos pares, compañeros. Ella tiene una profesión que no se compatibiliza con lo que yo hago, es ingeniera comercial, pero ahora es maestra de yoga.

LA VELEIDOSA TV

Sin planificación, así ha sido la carrera de Eduardo Barril. Después de estudiar en Europa y probar suerte en Panamá, volvió a Chile en plena dictadura. Hizo clases en la Universidad de Chile y tuvo como alumnos a Alfredo Castro, Andrés Pérez, Aldo Parodi y Claudia di Girolamo.

“Soy llevado de mis ideas. Dejé la Chile en un momento difícil en el país porque hasta para salir a la esquina había que pedir un permiso por triplicado. Cuando no aguantaba más, hice uno para ir a comprar cigarrillos y el director, Fernando Cuadra, me gritó por eso. No volví más”, recuerda.

Inquieto, como sigue siendo, dirigió a la vedette Maggie Lay, creó un espectáculo para el cómico Sergio Feito y adaptó la teleserie “Casagrande”, de Canal 13. También se desempeñó como redactor creativo de una agencia de publicidad. “No le hago asco a nada. Como digo; todo, si está bien hecho, es bueno”, sonríe travieso.

–No volvió a la adaptación de teleseries ni a la docencia. ¿Por qué?

–Porque se fue dando no más, una cosa tapaba la otra, por decirlo de alguna manera. Aparecía una cosa y otra, y me iba moviendo. Pero no desecho nada, simplemente fluyo.

Durante décadas, Eduardo Barril figuró en la pantalla chica. Partió en Canal 13, en los años 80, para luego cumplir 20 años en TVN. Finalmente incursionó en Canal 13 y Chilevisión. En el canal estatal tuvo muchos roles destacados, entre ellos el malvado Agustín Meyer de “Oro Verde” (1997); Braulio Canales, el estrafalario presentador de “El circo de las Montini (2002), y por supuesto Harold Harper, el pedófilo en “El Laberinto de Alicia” (2011).

En 2004 dejó TVN y desde el 2011 que no forma parte del elenco de alguna teleserie.

¿Qué pasó con la televisión? ¿Por qué dejó las teleseries?

–La última vez que me llamaron fue para una teleserie del Mega, pero como soy llevado de mis ideas, me fui porque vi que las condiciones de trabajo no eran lo que yo estaba acostumbrado. Cambiaban de un día para otro las condiciones, los días de grabación, los horarios. Me llamaban el domingo en la noche para decirme que se cambiaban las escenas del lunes, y había que grabar otras que no había estudiado. No era lo mismo.

–Estuvo en la época de oro con Vicente Sabatini en TVN, en producciones de mucho presupuesto.

–Conocimos medio Chile así. Isla de Pascua con “Iorana”, el norte con “Pampa Ilusión”, el sur con “La Fiera”…¡uufff! Ahora es otra cosa. Y como manda el rating, las producciones tienen un poco de éxito y las alargan.

–Ahora hay un solo canal que hace teleseries.

–No hay cosa peor que no haya competencia. Me han llamado después y he dicho que no también ¿Sabes por qué? Porque me llaman a veces cuando falla algo o alguien, y necesitan hacer cambios. No me gusta eso, me gusta entrar desde el comienzo.

–El único octogenario en pantalla es Tito Noguera.

–Sí pues. Tito me reemplazó cuando me salí del Mega, habiendo grabado uno o dos días. No soporté, era demasiado distinto. Creo que ahora ha mejorado.

¿Volvería a actuar en teleseries?

–Volvería encantado de la vida si me gusta la teleserie y las condiciones. Pero si no, no, porque después de un recorrido como el mío uno se puede dar ciertas licencias.

–Recientemente surgieron acusaciones públicas que apuntaban que el elenco de Sabatini, en TVN, era elegido por Claudia di Girolamo. ¿Vio algo así?

–En cualquier trabajo y agrupación humana, se escucha de todo. En lo concreto, nunca fui testigo de algo así. El director es quien, finalmente, decide su elenco. Y cada uno es responsable de sus comentarios. Eso me parece.

¿Cuál fue su relación con la plata en los años de éxito televisivo?

–Absolutamente cuidadoso. Siempre, antes de las teleseries y también después.

–¿Es una excepción en el medio? Siempre aparecen actores o actrices mayores quejándose de las pensiones.

–No me quejo de eso. Creo tal como que hay panaderos que se mueren pobres, doctores que se mueren pobres, ingenieros y arquitectos que se mueren pobres, también hay actores que se mueren pobres. Depende mucho de uno. A veces se tiende a demonizar la profesión, como me la demonizaron mis padres.

NI EL ORO NI EL MORO

En el ámbito de la militancia de cualquier tipo, a sus 83 años Barril es un absoluto descreído. “Las instituciones políticas y religiosas son hechas por el hombre, y los hombres somos falibles”, dice serio y con la mirada intensa.

–¿Está de acuerdo con las quejas de sus colegas a este gobierno? ¿O tal vez es un problema que se arrastra?

–Uff (exclama con tono de hastío y los ojos acerados). La diferencia es que ahora nos prometieron el oro y el moro, y no ha llegado ni el oro ni el moro. Entonces uno se siente estafado, mucha promesa y nada.

–¿Se siente identificado con algún partido político o con alguna tendencia?

–No soy de partido, creo que son instituciones creadas por el hombre y prometen el oro y el moro, y al final no pasa nada. Ya ves cómo se ha ido degradando este país, esta ciudad. Antes íbamos a La Vega, felices, pero ahora eso es un basural, es una vergüenza. Cómo pasa eso, no puede ser. No hay respeto. Mucha libertad, pero una libertad sin semáforo es libertinaje. No es posible que permitamos que se dañe la ciudad, a los ciudadanos. Hay que pensar en el otro.

–Esa es una idea cristiana.

–Si dicen que eso es ser buen cristiano, bueno, soy un buen cristiano. Pero si dicen que eso es ser buen mahometano, soy buen mahometano. Yo creo en el ser humano.

Ud. sufrió abuso de un cura cuando era niño, ¿se reconcilió con la iglesia?

–No voy a misa. Entiendo que hay curas malos y curas buenos, eso me quedó clarísimo. Al César lo que es del César. La iglesia es una institución humana, la creó el hombre.

–Por eso hay tantas fallas.

–Claro. Es igual que cualquier cosa, que un negocio, que una empresa, que una compañía de teatro, que el Senado, que la Cámara de Diputados y que un gobierno. Es exactamente igual, todos creados por el hombre. Que le adjudiquen cualidades divinas a la iglesia ya es problema del creyente. Hay que creer y yo no creo. No voy a misa hace muchos años, soy ateo.

¿Ha pensado en lo que viene después de la muerte?

–Absolutamente. Lo digo aquí y no quiero herir a nadie, creo que cada uno tiene derecho a morir como quiera y a creer lo que quiera. Si me preguntas a mí, es lo que yo honestamente puedo responderte. Respeto todas las creencias, cada uno sabe, digo yo. A lo largo de todo este tiempo sé que, si me muero, hasta ahí no más llego. Creo que el hombre es el que se ha imaginado otros planos o la vida eterna, para la imaginación hay mucho. Pero nadie ha vuelto del viaje.

–Tal vez el ser humano cree para sentirse confortado.

–Algunos para sentirse confortados y otros, más vivarachos, porque usan las instituciones para su provecho. Si te mueres en pecado te vas al infierno, y si te vas al infierno vivirás la eternidad quemándote por los siglos de los siglos, amén. Es terrorífico, entonces, ante ese terror, yo digo que no puede haber un Dios que haya decretado eso. Imposible. Eso lo decretó un hombre, un ser humano. Yo pienso en la muerte con tranquilidad.

–Después de toda su carrera y experiencias vitales, ¿está en paz? ¿Se arrepiente de algo o no tiene deudas con la vida?

–Como dice la Piaf, no me arrepiento de nada. Porque ya sería tarde, y porque lo dicho y hecho ya está, y dependía de circunstancias y momentos específicos. Sería estéril actualizar el pasado. Viéndolo en positivo, sirve como experiencia. Por ende, sí, creo estar en paz.

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