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De todo un poco: “Tengo TDA y lo supe recién a los 40 años”

De todo un poco: “Tengo TDA y lo supe recién a los 40 años”
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De todo un poco: “Tengo TDA y lo supe recién a los 40 años”

POR Pilar Martínez | 31 diciembre 2023

¿Te distraes fácilmente? ¿Eres capaz de leer este texto completo sin perder el hilo? Si no lo logras, esta columna es para ti.

Tengo TDA y lo supe recién a los 40 años, cuando llevé a uno de mis hijos al neurólogo para que evaluara si tenía o no este trastorno. Luego de hablar unos minutos con el doctor, este me preguntó: “Y usted, ¿qué toma?”. Ante mi cara de asombro, me dice: “Porque no es necesario evaluarla para darse cuenta de que usted también lo tiene?”.

No era sólo yo, sino que, además, era yo quien se lo heredó a ellos –tengo a una hija con TDA y un hijo con TDAH (hiperactividad)–, pues la genética es el principal factor que está detrás.

El cada día más famoso déficit atencional (TDA) es un trastorno de carácter neurobiológico que aparece en la infancia e implica problemas para presentar o mantener la atención. Siempre ha existido, sólo que hoy se detecta más, ya que hay un mayor conocimiento del tema.

Aunque muchos creen que es sólo cosa de niños y que desaparece en la medida que la persona crece, lo cierto es que un 70% de esos menores mantendrá esta condición en la adultez.

Mi TDA era demasiado evidente, así que me sugirió ver un neurólogo experto en este tema en adultos y le agradezco su ojo clínico infinitamente. Para mí hay un antes y un después. Con el diagnóstico en mano, eché la vista atrás y encajaron muchas piezas.

Nadie nunca sospechó de esto cuando era chica porque me portaba bien y no era hiperactiva, simplemente, se suponía que era menos inteligente. El problema era que detrás había enormes esfuerzos de mi parte. ¡Qué bien me hubiera venido un Concerta (Metilfenidato) por esos años!

Me costó el colegio, me saque la mugre estudiando para la PAA, entré a Ingeniería Comercial ¡y pucha que me costó también!

Steve Jobs y Bill Gates son de la generación Ritalín, ejemplos de que no existe relación entre inteligencia y déficit atencional.

Para los adultos, como yo, recibir este diagnóstico puede ser un alivio. Saber por fin que mis fallas de memoria o mi incapacidad para organizarme no se debían a la falta de inteligencia ni a una demencia precoz.

Pero con los años y con el aumento de las responsabilidades –trabajar y organizar una casa con cuatro niños–, mi dispersión ha empeorado.

De hecho, hace poco pensé que podría tener los primeros signos de Alzheimer, aunque el doctor me tranquilizó al explicarme que el incremento de las exigencias laborales, personales y el estrés emocional pueden empeorar los síntomas. Pero eran tantas mis dudas que igual me hice un scanner para quedarme tranquila.

Con el tiempo he aprendido a autoayudarme: sé que en una reunión tengo que hacer pausas cuando empiezo a desconcentrarme, ir al baño, a prepararme un café o sólo a mirar por la ventana, porque con ese receso puedo volver y enfocarme nuevamente.

No podría tener oficina en un cowork porque no puedo trabajar rodeada de mucha gente, necesito silencio y que no haya elementos distractores.

Si eres de los que crees que constantemente pierdes las cosas, que dejas el teléfono en cualquier parte, que cuando vas al supermercado se te olvida comprar la mayor parte de la lista, si no te acuerdas de los cumpleaños y de devolver llamadas ¡imagínense cómo me pasa a mí!

Los TDA no tenemos mala memoria, sino que se nos olvidan las cosas porque nos distraemos. Y estar atento es un requisito indispensable para almacenar información, por eso muchas veces debo leer dos veces el mismo párrafo. Tengo que llenarme de post it, notas, listas y todo tipo de “ayuda memoria”, poner alarma y recordatorios para todo.

Muchas noches me quedo pensando en todas las cosas que tenía por hacer y que olvidé. A veces me da mucha rabia y odio mi desorganización porque no es fácil que la gente entienda que no es flojera ni falta de interés ni de cariño, sino que mi cerebro funciona distinto.

Pero detrás de estas debilidades tengo muchas talentos y capacidades que para otros son imposibles. El “hiperfoco” que nos caracteriza se me activa automáticamente cuando hay un proyecto o una idea que me entusiasma, y me puedo pasar horas absorta en eso. Es como una capacidad de hiperconcentración.

Y quizás como “vivo en las nubes”, estoy siempre soñando y pensando en ideas nuevas.

Esa creatividad ha hecho que haya inventado y desarrollado mil cosas. Mi espíritu emprendedor se debe en gran parte a mi impulsividad y capacidad de tomar riesgos.

Agradezco demasiado que tengamos más desarrollada la empatía y la intuición, lo que junto al ser tan extrovertida y muchas veces hablar hasta por los codos se ha convertido en mi ‘súper poder’ laboral.

En término de las relaciones, al igual que muchos de los de ‘mi bando’, generalmente, me olvido de lo negativo, por lo que no soy rencorosa y perdono fácilmente. Con los años aprendí a asumir, querer y sacarle partido a esta condición. Hoy no lo veo como un trastorno, sino como una característica mía, y más que un déficit, esto para mí es un gran valor. Me gusta como soy y, definitivamente, es parte de mi sello personal.

Jamás seré una mujer multitasking. Es más, hace mucho que deje de intentar lo de superwoman porque estoy segura que dejaría y perdería la capa en cualquier lado.

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