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Coronavirus: La carrera por la vacuna

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Coronavirus: La carrera por la vacuna

POR Vero Marinao | 11 junio 2020

“Sin laboratorios, los hombres de ciencia son como soldados sin armas”. La metáfora bélica es del bacteriólogo francés Louis Pasteur (siglo XIX), y hoy –cuando el mundo trabaja a contrarreloj para desarrollar la primera vacuna contra el coronavirus– su frase resuena más que nunca. Siguiendo la analogía, vale la pena recordar la premonición que Bill Gates hizo en 2015, cuando dijo que la mayor amenaza que enfrentaría el mundo no sería una guerra, sino una enfermedad infecciosa. Demás está decir que no se equivocó. El enemigo actual es poderoso e invisible y, para enfrentarlo, no se necesitan misiles ni metralletas; el ‘arsenal’ más eficaz tiene la forma de una jeringa pequeña.

Según la mayoría de los especialistas, la creación de la vacuna tardaría cerca de doce meses, pero también hay otros –más pesimistas– que pronostican dos años de espera. Lo que sí es un hecho es que, en estos momentos, la ciencia trabaja con premura; hay más de 100 investigaciones en diferentes partes del mundo.

La carrera para lograr la inmunidad la encabeza China. Un proyecto de vacuna desarrollado por científicos del Instituto de Biotecnología de Pekín y CanSino Biologics ya está siendo testeado en 500 pacientes mayores de 18 años. Según los responsables, si todo sigue bien, habría resultados concretos en enero del 2021. En tanto, en Pekín, la empresa de biotecnología Sinovac probó una vacuna en ocho monos macacos y, afortunadamente, ninguno de ellos sufrió efectos secundarios.

Estados Unidos también corre a todo pulmón para alcanzar la cura. Con ayuda de fondos recibidos por la Fundación Bill y Melinda Gates, en Pensilvania, el Inovio Pharmaceutical está probando su prototipo de vacuna en 40 personas. Y no es el único proyecto contra el coronavirus en ese país; científicos del Instituto Nacional de Alergología y Enfermedades Infecciosas idearon un producto que está siendo testeado en 45 voluntarios de entre 18 y 55 años. Además, en la Universidad de Pittsburgh, gracias a una singular vacuna en forma de parche, lograron desarrollar anticuerpos en ratones. Si este proyecto termina exitosamente, la vacuna/parche se colocaría en uno de nuestros dedos.

En Inglaterra, también se experimenta en humanos; investigadores de la Universidad de Oxford trabajan con 510 voluntarios de entre 18 y 55 años. El propósito es ambicioso; fabricarían un millón de vacunas en septiembre próximo. Alemania, en tanto, prueba en 200 voluntarios un sistema de inmunización desarrollado por investiga- dores de la empresa BioNTech junto a Fosun Pharma y Pfizer. Y en España, la Plataforma CSIC para el Coronavirus está trabajando en la creación de dos vacunas; una de ellas está basada en la vacuna contra la viruela; la segunda toma como base los genes del coronavirus, pero atenuados y sin capacidad de multiplicarse.

Y así, surgen esperanzas en otros lugares del mundo; en Australia, por ejemplo, investigadores de la Universidad tecnológica de Queensland (QUT), experimentan una vacuna basada en una planta nativa de ese país; la Nicotiana Benthamiana, pariente cercana del tabaco. Y, en Italia, Irbm, la misma empresa de biotecnología molecular que lanzó la vacuna contra el ébola, ensaya una cura contra el COVID. En estos días, una de las noticias más alentadoras proviene de Suiza: en el Departamento de Inmunología del Hospital Universitario de Berna, creen que, gracias a sus prometedores avances en laboratorio, podrían vacunar masivamente a los suizos en octubre de este año. Además de estos estudios, la ciencia también pone sus ojos en una hipótesis que surgió en Rusia; una antigua vacuna soviética contra la tuberculosis podría servir para frenar la pandemia actual.

Chile no está fuera de la carrera. Científicos de la Universidad Católica, más investigadores del Instituto Milenio en Inmunología e Inmunoterapia y del Consorcio en Biomedicina (BMRC) trabajan en la creación de una vacuna. El grupo es liderado por el Doctor Alexis Kalergis, creador de la primera inmunoterapia en el mundo contra el virus sincicial.

Pero, independiente del primer país que grite ‘eureka’, el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, propuso una alianza mundial para que las naciones trabajen de manera cooperativa. El objetivo es acelerar la fabricación de vacunas y medicamentos contra el coronavirus, y garantizar el acceso a tratamientos tanto a ricos como pobres. “Sólo podemos vencer a esta amenaza común a la que nos enfrentamos con un enfoque común”, dijo. Y António Guterres, secretario general de la ONU, complementó: “Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo. La COVID-19 no respeta fronteras”.

De alguna manera ese acuerdo homenajea otra frase del inventor de la vacuna contra la rabia y uno de los científicos más importantes en la historia de la humanidad, Louis Pasteur; “la ciencia no conoce país, porque el conocimiento pertenece a la humanidad y es la antorcha que ilumina el mundo”. Pero, en realidad, intenciones vemos, voluntades no sabemos, porque en esta alianza solidaria no participó Estados Unidos (en los últimos meses, el presidente Donald Trump ha criticado fuertemente a la OMS e incluso suspendió los fondos que su país aporta a la organización). Y, hasta ahora, China, India y Rusia tampoco forman parte de esa acción cooperativa.

Como sea, en todos los rincones del mundo se aplauden los esfuerzos para luchar contra el COVID-19, incluido el del actor Tom Hanks. El intérprete de Forrest Gump -uno de los primeros artistas que dio positivo de COVID-19-, donó su sangre para ayudar en la investigación de la vacuna. Y, además de regalar su plasma a la ciencia, aportó con una buena cuota de humor. Dijo que le gustaría que, en vez de vacuna, la solución al COVID-19 se llame ‘Hank-cuna’”.

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