No sé por qué, pero cada vez que contaba que tenía que ir a recibir a Bella (pronúnciese ‘Bela’), la perrita de mi hermano, al aeropuerto, la gente se reía. Por un problema técnico y largo de explicar, ella viajó sin su familia en un vuelo KLM directo desde Amsterdam a Santiago. Mi hermano, mi cuñada y mis dos sobrinas volverán en dos semanas más a Chile luego de cinco años de residencia en La Haya, la ciudad más maravillosa para que viva cualquier perrito.
En Holanda no hay perros callejeros y las leyes protegen hasta los derechos a paseos diarios de los peludos. En los restoranes siempre hay familias comiendo junto a sus mascotas y muchos holandeses recorren las calles con unas bicicletas con cabinas especiales y seguras donde transportan a sus perros.
Es curioso, pero cuando uno camina por las calles de La Haya, rara vez se sienten ladridos de perros, quizás porque ladran sólo lo que les corresponden por su naturaleza animal y no porque vivan estresados o pidiendo que les presten atención.
Yo había visto a Bella sólo en fotos y era gracioso imaginarse cómo nos íbamos a reconocer. “¿Tía, vas a llevas un cartel que diga ‘Bella’?”, me preguntó mi sobrina Emilia (13) con su genial sentido del humor. Y a Rocío, mi dulce sobrina mayor (17), lo que más le preocupaba era que le comprara pelotas de tenis y algún juguete a Bella, porque en el vuelo no le permitieron traer nada en su jaula. Venía sólo Bella y su pasaporte. Nada más.
Bella tiene un chistoso pasaporte europeo. Nació en Eslovaquia, vivió un tiempo en Bélgica, luego en Holanda y ahora en Chile.
El arribo estaba programado para las 20:00, pero durante todo el día se anunció que el vuelo venía adelantando, así que yo llegué a las 18:30 al aeropuerto. Debía esperar en las bodegas de Aerosan, el mismo sitio donde se produjo el “nuevo robo del siglo” el 9 de marzo de este año. Ahí robaron 12 millones de dólares y un millón de euros en efectivo.
Lo primero que me dijeron fue: “Tenga paciencia porque este trámite es largo”. Y así fue, muy largo.
El vuelo llegó tipo 19:15, y recién como a las 22.15 me avisaron que fueron a buscar a la perrita al avión. Pero que había un problema; otra persona estaba esperando a un perro que venía en ese mismo vuelo. Y, según ellos, venía UN solo perro en el vuelo 703 de KLM. O sea que se trataba de un grave error de comunicación o había un impostor. Primer dolor de guata.
Y de pronto ahí estaba yo, frente a frente al señor que reclamaba, supuestamente, el mismo perro. En un primer momento no nos hablamos, sólo nos miramos con cara de desconfianza mientras un amable funcionario de Aerosan nos hacía preguntas por separado. Yo mostré toda mi documentación, compararon mi número de solicitud con la de él. Y, oh qué alivio, eran diferentes. Llamaron a KLM. Efectivamente viajaron dos perros. Él iba en busca de uno raza Westy; Bella es una Cavalier King Charles Spaniel.
Segundo drama: el dueño del otro perro y yo ya nos habíamos dejado de mirar con desconfianza. Ya estaba claro que él iba por un perro y yo por otra. Así que “buena onda”. Pero me empezó a hablar (bajó su mascarilla más encima, doble estrés) y me dijo que si ya me habían explicado que yo no me podría llevar a Bella a casa esa noche porque a esa hora ya no había donde pagar impuestos y, sin esos impuestos, no me iban a dejar salir del aeropuerto con ella. Que él “siempre” lo hacía así, iba a ver a los perros y les daba agüita y se iba. “¿Siempre? Qué raro este señor”, pensé para mis adentros. Pero, claro, después entendí. Él COMPRABA perros. Nada que ver con mi caso. Él sólo había ido a alimentar a su Westy y a darle un paseo. Al día siguiente lo iría a buscar definitivamente.
Me dejaron ver a Bella en una jaula unos minutos. Al señor lo dejaron pasear a su Westy, pero a mí me pidieron que fuera a pagar algo (no entendí bien qué, pero lo pagué) a un segundo piso. Al bajar, Bella ya no estaba. Entonces me mandaron a las oficinas del SAG, relativamente cerca de ahí. Fui a pie y entregué los papeles de Bella que demuestran que todas sus vacunas están al día.
La persona que me atendió me dijo que debía ir a revisar a Bella para dar su aprobación. Y, muy amable, me ofreció llevarme de a vuelta a Aerosan en su auto institucional. Todo bien hasta que llegamos al control de acceso. Me tuve que bajar porque, como yo había ingresado con mi auto horas antes, no podía reingresar en otro auto. Nuevamente me registré, esta vez a pie. Y bueno, como les decía, en ese lugar fue el nuevo robo del siglo. Es comprensible el control estricto, pero ya a esa hora yo ya estaba desesperada.
La señora del SAG vio a Bella. Todo estaba bien, pero no firmó el papel que se necesitaba porque “algo faltaba”. Me avisó que se devolvía al SAG y que fuese para allá. Y yo la seguí, esta vez en auto para no romper el protocolo de entradas y salidas…
La cosa es que el famoso papel no aparecía y yo estaba segura que había presentado todo. Sin el papelito, Bella podía pasar dos semanas en las bodegas me dijeron… Yo pensaba en mi hermano, mi cuñada, mis sobrinas. Bella es parte de la familia, cómo la iban a dejar dos semanas en una bodega. Pasaron los 20 minutos más largos de mi vida y finalmente a la señora que, insisto, era súper amable, se dio cuenta de que sí estaba el documento.
Obtuve el timbre del SAG por fin…
“¿Y ahora sí puedo tener a Bella?”
No.
Ahora debía ir a la aduana. Y ahí me tiraron una pregunta que fue un balde de agua fría. “Tiene copia de los pasajes de regreso de su hermano y de su cuñada?” Obvio que no la tenía (por favor imaginar cara de desesperación acá). La perrita llegaba a mi nombre, con su propio pasaje, ¿cómo iba a tener el pasaje de mi hermanooooooo? Mátenme, quería llorar. Pero inmediatamente caché que el señor de la aduana sólo estaba tratando de ser buena onda conmigo para que yo no pagara un impuesto innecesario. Porque claro, mucha gente puede decir que va a buscar la mascota de un familiar cuando en verdad es porque la están comprando…
Así que finalmente todo salió bien en la Aduana.
Pero a esas alturas yo ya transpiraba como si hubiese corrido un maratón. Y eran como las 12 de la noche. Finalmente con el timbre de la aduana volví, esta vez en mi auto, a las bodegas de Aerosan. Y de nuevo tuve que registrarme, no fuera a ser cosa que yo hubiese visto mucho La Casa de Papel y quisiera asaltar el lugar…
Con los dos sellos en mano, finalmente hice el último trámite; pagué el derecho a bodega donde estaba aburridísima y nerviosa la pobre Bella. Y me la pasaron por fin. La saqué de su jaula, le puse su arnés, tomó ansiosa mucha agüita, comió, y le di su primer paseo en Chile: en las inmediaciones de las bodegas del robo del siglo. No quiso hacer pipí. Sólo quería que le hicieran cariño y estar en brazos. Eran más de la una de la mañana. Le puse su cinturón de seguridad y partimos. Llegamos al control de garita. Entregué una copia del documento del permiso que me habían dado en la aduana y nos aprobaron la salida. Respiré profundo y aceleré.
Por la autopista ya venía mucho más relajada. Me llamaba la atención que prácticamente no había autos. “Bueno, ya es de madrugada”, pensé. Claro, con tanto estrés, olvidé que estaba todo despejado porque había toque de queda (yo había llegado a las 18.30 al aeropuerto).
Me acordé del toque de queda recién al día siguiente, ayer, cuando Bella me chupeteó la cara y me abrazó con sus patitas. No habremos robado millones de dólares, pero igual esa noche, sin querer, Bella y yo infringimos la ley.
Bienvenida a Chile, Bella.