En la premiación del Oscar de 2019, un hecho inédito sucedía. Una cinta de superhéroes, de la exitosa factoría Marvel, se alzaba con siete nominaciones para alcanzar la estatuilla dorada, la mayoría en categorías técnicas, pero atención, también incluía de Mejor Película.
Un fenómeno nunca antes visto, explicado en buena parte por esta alegoría multicultural en el año que se alzó con fuerza el movimiento Black Lives Matter. Los Oscar son, ante todo, un premio político. Y Black Panther con un elenco liderado por un deslumbrante Chadwick Boseman se convertiría en el estandarte afroamericano desde el cine para la cultura popular.
Sin embargo, los ánimos triunfales cederían un año más tarde con la temprana muerte de Chadwick Boseman en 2020 y la ceremonia del Oscar más extraña de su historia en plena pandemia. Por lo mismo, se le reconoció una nominación en calidad de in memoriam por su actuación en la póstuma La Madre del Blues, donde compartió roles con Viola Davis.
En medio de la pena, todo el mundo se preguntaba qué pasaría con la continuación de una película tan exitosa como Black Panther sin la presencia de Boseman. Los ánimos iniciales no estaban por retomar su producción. En algo se explica que esta nueva película se titule Wakanda Forever y deje el Black Panther en segundo plano. Quizás a modo de discreto homenaje, como una manera de no pasar a llevar la memoria de Boseman. Y la película misma nunca lo olvida. Desde el minuto uno y la ausencia del actor, se resiente a lo largo del metraje.
Sin dar ningún tipo de detalle, el comienzo de la película da cuenta de una Shuri (Letitia Wright) que intenta dar con una fórmula que permita salvar la vida de su hermano, el respetado y querido rey de la nación más avanzada del mundo. El mismo que se ha visto afectado súbitamente de una rara enfermedad. Sin embargo, pese a los esfuerzos de la joven genio, no existe una cura milagrosa, no hay salvación de último minuto, el trono nuevamente queda vacío y el corazón de una familia vuelve a resquebrajarse. Pantalla a negro. Silencio. Lo que sigue es una ceremonia fúnebre que define al tono de un relato que no logra sobreponerse a esta pesada ausencia. Todo al comienzo, hasta el logro Marvel está descolorido.
Wakanda Forever no logra desprenderse de esa carga. La historia avanza a tropiezos, es una larga y a ratos inútil sucesión de hechos, ninguno muy interesante, donde destaca la presencia del villano de la historia, Namor, que si logramos hurgar es de los primeros personajes de los cómics de Marvel y que acá es recuperado y donde toda la novedad que representaba Wakanda como mundo e imagen en la primera película, acá es desplazado por Talokan, una nación submarina cuyos habitantes comenzaron a respirar bajo el agua hace cientos de años, cuando los conquistadores españoles irrumpieron en las zonas controladas por los mayas. Y este rey, el mutante Namor, brilla al intentar resguardar a este secreto en el abismo de las costas de México.
Sin T’Challa, Wakanda queda liderada por mujeres, a la cabeza de la reina encarnada por Angela Bassett, cuyo personaje está bastante desaprovechado, al igual que el de Martin Freeman, porque aunque nadie lograr el vacío que dejó Chadwick Boseman, lo único que importa acá es el duelo que lleva su hermana Shuri, que en principio es negación, luego ira, depresión y finalmente defensa de todo este mundo y de su principal tesoro, del que todas las naciones se quieren hacer de él: el vibranium.
Solo en la media hora final, al menos en ritmo, la historia repunta con las tan acostumbradas escenas de acción, pero sobre todo con la presencia de Lupita N’Yongo, y es que su personaje retorna y carga con quién sería la salvación en una eventual próxima aventura de este mundo virtuoso de Wakanda. Una película apesadumbrada que solo logra brillar en una escena post créditos que funciona como epílogo. La esperanza es lo último que se pierde.