Revista Velvet | Viajes: Baja California, otras playas, otro México
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Viajes: Baja California, otras playas, otro México

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Viajes: Baja California, otras playas, otro México

POR equipo velvet | 28 noviembre 2025

Esta península de 1.250 kilómetros de largo es el destino mexicano de moda. Pese a los resorts de lujo y los insensatos campos de golf en el desierto, conserva su condición de acuario del mundo, como lo llamó Jacques Cousteau. Su playa más linda se llama el chileno. ¿Por qué? Aquí una chilena te lo cuenta.

Por Ximena Torres Cautivo 

Fue una antigua jefa, bióloga marina y fotógrafa, la que me abrió la puerta del “Acuario del mundo”, por primera vez, hace 30 años. El famoso Jacques Cousteau bautizó así a La Baja California en la década del 70… y con razón. Entre la costa noreste del continente y la larga península de Baja California está el Mar de Cortés o Golfo de California, como debe preferir llamarlo Donald Trump. En esa profunda entrada de mar viven unas 800 variedades de peces y es el ecosistema del 60 por ciento de todos los cetáceos del planeta: ocho de los 11 tipos de ballenas que habitan en el mundo se alimentan, reproducen, nacen o visitan sus ricas aguas a lo largo de sus vidas.

Yo iba invitada con un grupo de periodistas a Ciudad de México. Pero mi jefa insistió en que me comprara un ticket a Los Cabos y conociera el mítico mar que, mucho antes que el francés Cousteau, describió el Premio Nobel de Literatura John Steinbeck. Que siguiera su huella y rehiciera su ruta. En 1940, el autor de “Las uvas de la ira”, libro que le valió fama de comunista en los paranoicos tiempos del macartismo, arrendó un barco sardinero con su mejor amigo, Ed Ricketts. Durante seis semanas, viajaron por el entonces inexplorado Mar de Cortés. Recopilaron centenares de especies marinas, se relacionaron con los indígenas locales y reflexionaron sobre el lugar de los seres humanos en el mundo. El rederado como uno de los manifiestos fundacionales del movimiento ecológico mundial.

No tengo idea qué escribí en ese primer viaje a Baja. Lo único que recuerdo es una cantina de pescadores en la playa, una copa de margarita y una pareja de viejos encantadores. Aun la Baja era un secreto de los mexicanos y de unos pocos gringos amantes de la naturaleza.

Sala cuna de ballenas

Baja California es una larga y angosta península. Tiene 1.250 kilómetros de largo –más o menos la distancia que existe entre Santiago y Quellón– y 100 kilómetros de ancho en promedio. A un lado está el mítico Mar de Cortés y al otro, el bravío Océano Pacífico.

Limita por el norte con Estados Unidos. La ciudad fronteriza es Tijuana, la segunda urbe más poblada de México, conocida como “la ciudad del pecado”. Dicen que caer en la cárcel de Tijuana es de las peores desgracias que pueden afectar a un ser humano, así que es mejor evitarlas, la ciudad y su cárcel. Por el sur, en cambio, la Baja California termina en un idílico spot: Los Cabos, que a partir de 2000 inició un proceso de imparable desarrollo turístico.

Volví a Los Cabos en 2013, cuando dirigía un pionero canal de noticias en internet que todos los años hacía reuniones estratégicas a todo cuete. Después de una regada espera en el aeropuerto del DF, en un salón VIP lleno de tablas de surf, llegué a un resort 5 estrellas de los que ya copaban lo que hoy se conoce como “El Corredor Turístico” en Baja California. Son 32 kilómetros de autopista transpeninsular que albergan complejos turísticos de lujo y campos de golf, uniendo los dos principales polos turísticos: Cabo San Lucas, la punta-punta, con una famosa formación rocosa que se conoce como “el fin de mundo”, y San José del Cabo, algo más pueblerino.

Mi jefe de entonces sugirió que arrendáramos una lancha y partiéramos a ver las ballenas. Había ido el día anterior y todavía se emocionaba con el recuerdo de las crías nadando junto a sus madres. Ha sido una de las mejores recomendaciones que me han dado en la vida.

A Baja California hay que ir entre diciembre y marzo, cuando el Mar de Cortés se convierte en una enorme sala cuna de ballenas. Hay que estar ahí una vez en la vida.

Aguachile y playa pública

Desde entonces, Los Cabos fue siempre una posibilidad de viaje familiar como nos gusta: playa, naturaleza, informalidad. Ahora, con una hija trabajando en el DF, el destino fluyó como sucede justamente con el destino.

Hoy, el Corredor Turístico de Los Cabos ya no tiene solo resorts; los horizontes se han ampliado. La Paz, por ejemplo, es el lugar favorito de los hípsters mexicanos: un antiguo pueblo de pescadores, con estupenda oferta hotelera y de AirBnb a muy buenos precios.

Tranquilo, todavía auténtico, con notable gastronomía y atardeceres rojos. Y lo mejor: queda a 35 km de playas como Cielo y Cielito, donde no anda nadie. Son un lujo de naturaleza después de cruzar el desierto por un paisaje como del Coyote y el Correcaminos. También está cerca de una playa de infarto, Balandra, de acceso restringido por razones de conservación. Hay dos turnos: mañana y tarde. Se puede llegar por el mar sin estas limitaciones, pero, sea como sea, hay que ir. Nada se compara a la transparencia de sus aguas, al turquesa del mar, a la redondez de la bahía, a los colores del terreno rocoso que la circunda.

Visitar la Balandra exige llevar agua en abundancia y sombrilla. Hay que caminar, trepar, hacer snorkel, nadar, caminar siempre moviendo la suave arena del fondo para advertir a las mantarrayas de tu presencia.

Menos conocida y sin restricciones es El Saltito. No hay un alma. Es verdaderamente un paraíso escondido, donde van los que saben de camping, pero hay que llevar de todo. El mar es calmo, existe una cercana barrera coralina y la vista del Mar de Cortés es una panorámica inagotable.

Pero si lo tuyo no es el sacrificio, el Corredor Turístico ofrece playas de lujo al alcance de la mano. ¿Las mejores? Santa María, Palmira, Las Viudas. Mucho mejores que las de los resorts. Habilitadas y gratuitas, además.

No hay que usar snórkel para encontrarse con peces de colores y verse nadando en medio de cardúmenes de peces saltarines, como me pasó en Santa María. No hay estacionadores de autos; los parkings son libres y de lujo. Tienen baños, duchas y decks de madera hasta la playa misma. No se estila la siutiquería de los lidos europeos (balnearios privados o semi privados) ni la discriminación.

Si de casas en la orilla húmeda de la playa se trata, son faraónicas. Otro nivel. Es como si el arquitecto mexicano Luis Barragán (Premio Pritzker 1980) las hubiera diseñado todas. Ni una vale menos de 2 mil dólares el arriendo por noche, pero existen opciones de alojamiento para todos los bolsillos. Nosotros nos quedamos en un departamento espectacular con vistas a la formación rocosa del fin del mundo y con un supermercado cruzando la calle. Ahí descubrí lo mejor de mis vacaciones 2025: camarones frescos y gigantes a 6 mil pesos chilenos el kilo para preparar aguachile, el mejor ceviche de camarones del mundo. Después de prepararlo, lo pones en una fuente sellada, lo metes en un cooler junto a un par de botellas de vino blanco, galletas y tortillas de maíz, y te vas a disfrutar la puesta de sol a la, por lejos, mejor playa de Baja California: El Chileno.

Se llama así, según cuentan, porque en 1822 dos naves de la recién formada Armada de Chile –enviadas por el marino británico Lord Cochrane– llegaron a estas costas en plena campaña de independencia. No hay documentos oficiales que lo certifiquen, pero la historia ha sobrevivido en la zona, y con ese nombre quedó: El Chileno. Y no por nada es la más famosa y recomendada del sector.

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