Hace un tiempo que la conductora de Teletrece central dejó el perfeccionismo y la obsesión de tener todo bajo control lo que, confiesa, la tiene más feliz y disfrutando a sus 48 años de una maternidad plena con el pequeño Borja, que ya cumplió 9 meses. “La gran ventaja de ser mamá a esta edad es el nivel de madurez en que me encuentro. A los 20, 30 habría sido insoportable”.
Fotografía: @ozcar
Lo suyo fue siempre la disciplina y el control absoluto de las situaciones. La periodista y conductora de Teletrece Central, Soledad Onetto (48), no solía dejar espacio para improvisaciones ni menos el azar. Concebía como único camino para alcanzar metas y resultados el sacrificio, la perfección y un dominio completo de todos los escenarios posibles, en los que ni siquiera disfrutaba los procesos. Hasta que la vida le fue mostrando que, por mucho que se quiera, en definitiva, es bien poco lo que se puede controlar.
El golpe final de este aprendizaje, asegura, fue su maternidad con el pequeño Borja, que nació en febrero de este año y sobre quien confiesa: “Me ha hecho madurar y crecer a pasos agigantados”.
Si bien la comunicadora –que ha conducido diversos programas, noticiarios y en dos oportunidades el Festival de Viña del Mar– en un momento determinado no se proyectaba como mamá, tras su separación matrimonial y junto a su nueva pareja, el abogado Andrés Barrios, quien ya tenía tres niños y conoció hace varios años por temas profesionales, decidieron en 2021 tener un hijo en común.
En ese entonces, Sole tenía 45 años, así que recurrieron a los óvulos que la animadora había congelado tiempo atrás a modo de prevención. El 30 de diciembre de ese año sorprendió en redes sociales con el anuncio de su mejor noticia: sería mamá… Sin embargo, a las pocas semanas, ella misma comunicó que ese embarazo no había logrado avanzar.
Una pérdida que conmovió al país entero, ya que se trataba de una de las periodistas más queridas y carismáticas, quien hace mucho forma parte de los hogares chilenos con más 25 años de carrera en televisión y que la encuesta Cadem la ubicó al tope de las figuras más conocidas de la pantalla. Además, siempre fue muy reservada con su vida privada, por lo mismo, que haya compartido una noticia tan íntima y dolorosa, hizo que la gente empatizara y se involucrara en su proceso de maternidad.
Por eso, la alegría y muestras de cariño fueron desbordantes cuando, en septiembre del año pasado, la pareja anunció desde París, que esperaban al pequeño Borja, quien ya cumplió los 9 meses y que se ha transformado en la guagua más popular de Chile.
Este primer tiempo con su hijo en brazos ha sido para la periodista de Canal 13 un verdadero huracán de emociones, aprendizajes y de cambios profundos. “Los primeros meses fueron intensos. Era todo tan distinto que sentía que vivía una vida prestada; que estaba interpretando un rol en una serie de Netflix… Pero siempre disfrutándolo, adaptándome a esta nueva etapa, creciendo a pasos agigantados. Si ya sentía que había crecido y en lo psicológico me había desprendido de varias cosas, ahora maduré mucho como mujer”, reflexiona.
–¿Cómo se manifiesta este crecimiento del que habla?
–Hace tiempo que me siento muy cómoda conmigo, con la mujer que soy. Ya no me cuestiono tanto si las cosas están bien hechas o no; estoy más relajada. Por ejemplo, antes habría llegado a la sesión de fotos de esta entrevista con toda la ropa y zapatos clasificados, muy clara con lo que me iba a poner, dominando la situación. Hoy, en cambio, tengo cero control; muy entregada. Lo único que intento “controlar”, dentro de lo que se puede, es que Borja esté bien; el resto, ¡es un descontrol total!
–No debió ser fácil aprender a soltar, ¿cómo fue ese proceso?
–El golpe final de este aprendizaje fue mi maternidad. Yo ya venía haciendo un trabajo de entender que, por más control, disciplina y trabajo, a veces las cosas no resultan. Para mí, la vida siempre ha sido de esfuerzo; de pensar que el trabajo trae recompensas, pero con el tiempo fui aprendiendo que pasan cosas, que te desvías, que te sales del camino y que no siempre resultan como lo planificaste.
–Debe vivir más tranquila así, menos estresada.
–Mucho más feliz. Tratar de tener todo bajo control trae costos personales de tiempo, pero en especial de satisfacción, porque siempre piensas que lo pudiste hacer mejor. Hay poca conformidad, por tanto, pocos festejos de los logros. Aprendí a disfrutar el proceso, más que los resultados. Ahora, no quiero renegar de quién fui, porque estaba convencida y actué con convicción. Viví una etapa como pensaba había que vivirla. Esta evolución es parte de la madurez, del aprendizaje.
“Básicamente, hoy soy la mamá de Borja; yo ya estoy en segundo plano”, dice Soledad sobre el enorme cariño y popularidad que ha despertado su hijo. “Todos preguntan por él; cuando estoy en la calle le desean buenas energías, lo quieren ver, tocar. Estoy muy contenta de ser su mamá. Un rol que me ha sorprendido, fascinado, ilusionado ¡y también aterrado!”, confiesa.
–¿Cuál son sus mayores temores?
–Han ido mutando. Ya dejé esa etapa terrorífica inicial de que podía ahogarse, y que se vuelve inmanejable porque lo veo muy chiquitito; piensa que nació de 37 semanas. Hoy, como todos me anticipan de que pronto caminará, mis temores son que no vaya a meter los dedos al enchufe o que le pase algo. Pero volviendo a lo mismo, entiendo que no puedo controlar. Queremos que sea feliz; es un niño alegre, se levanta contento todos los días.
–Y a sus 48, ¿siente también la preocupación de cuidarse y estar sana para su hijo?
–Ser mamá a los 47 tiene una desventaja: tienes menos energía. No obstante, siento que la he sacado no sé de dónde, como que he rejuvenecido, ¡no sé cómo! Pero, insisto, la gran ventaja ahora es el nivel de madurez en que me encuentro. A los 20, 30 habría sido una mamá insoportable. Miro para atrás y me veo en esa perfección que tenía. Habría vuelto loco al entorno, a Borja, a mí, ¡a todo el mundo!
–Habría sufrido.
–Habría sido súper difícil. Por algo la vida sigue y tenía que ser mamá a esta edad, porque lo estamos disfrutando todos. Soy menos aprensiva de lo que muchos creyeron. Tampoco pensé qué tipo de mamá sería, esta cosa hay que vivirla día a día.
–¿Cuánto ayuda que su pareja ya sea padre de tres hijos?
–Mucho. Andrés tiene la experiencia con tres niños de 20, 16 y 14. Me sirvió verlo interactuando en las distintas etapas de sus hijos. Ha sido muy conmovedor ver a Borja con sus hermanos, porque es un cariño tan honesto, tan natural. He recordado mucho también la relación con mi propio hermano. Por otro lado, el encuentro con la madre te cae encima como un plomo. Es fascinante, porque cualquier cuestionamiento o diferencia en algún momento con tu mamá, de pronto, lo entendiste todo.
–A su mamá la ha definido como su gran compañera de ruta, ¿cómo la ha visto en su papel de abuela?
–Mis padres están felices. Una de las cosas más lindas de tener un hijo es que no sólo te realizas tú como mujer; también el padre y todos los que están cerca. Mis papás ya tienen dos nietas grandes y ahora están siendo abuelos de Borja en una etapa distinta. Me propuse que no pase una semana sin que lo vean, que puedan disfrutarlo, tocarlo, jugar, reír… Verlos en ese rol me ha conmovido, es como entregarles un regalo. Y lo otro maravilloso que me ha pasado –y que también es un aprendizaje– es que siempre he sido fan de las mujeres, pero no tenía en la cabeza el rol de madre, y hoy admiro a todas y a cada una que ha tenido un hijo. Empecé a entender tanto, a valorar, a admirar la maternidad. En ningún caso renegaré de lo que he señalado y sigo pensando que es una opción súper personal y que las mujeres no llegamos al mundo para ser madres. No obstante, dicho esto, es un rol tan admirable, potente, y eso de que pasas a un tercer y cuarto plano, ¡es real!
–¿Le ha costado postergarse?
–Siento que la vida me fue preparando para este rol, porque en ningún caso he sentido que perdí algo, que ya no existo o que se murió una Sole y nació otra. ¿Y sabes por qué? Porque siempre he vivido un poco en torno a los demás…
–¿En qué sentido?
–Siempre he tratado que el camino de quienes me rodean y amo sea más fácil. Soy entregada a los demás; a lo que sienten, a que estén cómodos, a facilitar las cosas. Trato de que la fiesta vaya en paz y que mis cercanos sean felices. Me ayudó en esta etapa estar siempre mirando al otro, de que no me sea indiferente. No estar en primer plano es algo natural y es porque nunca lo he estado, jamás he sido la prioridad.
–No se proyectaba como madre, ¿cuándo despertó el instinto o la necesidad?
–Cuando me casé hace muchos años, con mi exmarido no teníamos como proyecto conjunto ser papás. Y la “maternidad” o contacto con los niños lo materializábamos con los sobrinos. Como pareja, seguíamos con nuestros viajes, pero no por privilegiarnos nosotros, sino porque en verdad no lo sentíamos. Fue pasando el tiempo, a veces nacían las ganas, después no, luego nos separamos y se extinguió esa sensación. Más tarde, estando con Andrés, pensé que podía ser el momento. ¿Qué lo gatilló? Empecé a sentir que era una experiencia que no me podía perder.
–¿Y cuánto influyó también haber encontrado a la persona indicada para dar ese paso?
–Es central querer tener un hijo en común y un proyecto de vida juntos, pero hay algo que te surge de manera natural en cuanto a qué rico sería vivirlo. Y si bien es una gran tarea, creo que estoy en el momento preciso. La vida me fue preparando para este momento.
–Por su edad, recurrió a óvulos que había congelado, ¿siempre ha sido así de previsora?
–Ocurrió que, siendo aún estudiante de periodismo de la Universidad Católica, le pedí una entrevista al doctor Ricardo Pommer sobre la congelación de espermios que en esos años era un tema polémico. Él, muy amoroso, se dio el tiempo de recibirnos con unos compañeros; desde ahí nos hicimos amigos y se transformó en mi ginecólogo. Como tal, fue siguiendo mi proceso y siempre me decía: “Sole, congela óvulos”. Yo le respondía sí, más adelante; siempre mirando hacia adelante, cuando lo que hay que hacer es tomar conciencia, hasta que finalmente lo hicimos.
–Se la ha visto muy activa en las redes advirtiendo a las mujeres sobre su reloj biológico y la congelación de óvulos.
–Me he preocupado de hablarles al grupo etario de mujeres más jóvenes de 28 años y que quieren ser mamás, que tomen conciencia. Lo que no quiero es que quede la idea de “si la Soledad Onetto tuvo guagua a los 47, yo puedo esperar hasta los 47”. El problema es que biológicamente, entre los 30 y 35 años, la producción de óvulos cae drásticamente, y de eso no se salva nadie. Entonces, si está la posibilidad y los recursos –mientras se hacen gestiones para que lo cubra las isapres–, que las mujeres congelen sus óvulos porque evidentemente van a postergar su maternidad. Es lo que está pasando en el mundo. En momentos que con Andrés decidimos tener un hijo, mi deadline (“plazo final”) era ser mamá a los 45. Pero, una vez más, la vida te enseña: había funcionado todo, sin embargo, a los tres meses de embarazo perdimos a nuestro hijo.
–¿Cómo vivieron esa pérdida?
–Fue muy devastador y demoledor para ambos. Cada uno en su duelo propio… Como bien me dijo un amigo que perdió a una hija, el duelo es el mismo río, pero va en canoas distintas, cada uno vive su proceso. Y bueno, por eso me extendí un poco. Entonces ya en el segundo intento, en que nace Borjita, yo tenía 47.
–¿Se han planteado con su pareja la posibilidad de un nuevo hijo?
–¿La verdad? ¡Ninguna posibilidad! Ni me lo planteo. Tengo tanto trabajo y Borja me demanda el 99 por ciento de energía y, aun así, la poca que me queda también es para él; así es que no.
–¿Qué tan difícil es llevar adelante un tratamiento de fertilidad? No se tiende a sociabilizar mucho estos temas.
–Son procesos dolorosos, psicológicamente muy desgastantes donde, además, la mujer está sometida a una serie de hormonas que te cambia todo, ¡hasta el humor! Es también solitario, aunque cada uno debe vivirlo como lo siente. En mi caso, soy mucho de soledad. Que esto fuese entre Andrés y yo, que lo conversáramos nosotros y no lo compartiéramos mucho no tenía que ver con no ilusionar al resto, sino con nuestra forma de ser. Y me pasó que después de la pérdida, quería estar muy sola. Quería conversar y llorar conmigo, sola, sola…
–Vivir su duelo.
–Vivir la pena. Todos son súper cariñosos, te llenan de energía, pero las preguntas resultan incómodas cuando no tienes las respuestas.
–Y eso sumado a la presión social respecto de la maternidad lo debe hacer aún más estresante.
–Sigue siendo muy presionante la sociedad para la mujer, para que tenga un hijo: “Y cuándo el primero, y el segundo, y la familia…”. Julian Moore decía que el problema no es criar un hijo, el problema es hacer todo lo demás. Antes las mujeres criaban en tribu, pero culturalmente hemos hecho un desarrollo distinto y en sentido contrario, donde la mujer quedó muy sola en la crianza. Y no tiene que ver con que el marido ayude o no, sino con la conceptualización de cómo antes se criaba en comunidad. Hoy eso es imposible. Se entiende, pero es antinatura. Entonces, lo que dice Moore es cierto, el tema no es criar, sino hacer todo lo demás: ser actriz, periodista, trabajar, volver a la pega, vivir culturalmente en esta sociedad, responder los WhatsApp, maquillarte, ¡todo! Y eso es muy impresionante para la mujer.
–¿Nunca se planteó atrasar su regreso a la TV por la crianza de Borja?
–Tenía ganas de volver; y Canal 13 establece un acuerdo con las mujeres que trabajan allí y que están dando lactancia que me gustó mucho. Amo a mi hijo, feliz de cuidarlo, amamantarlo, pero es legítimo retomar tus actividades. Y, además, quieres salir a contarle al mundo que tienes un hijo, otra mirada de la vida, porque la maternidad te da otra perspectiva. Entonces con Claudio Villavicencio (director de prensa del canal) acordamos que asistiría a reunión de pauta virtual y luego me sumo al trabajo del noticiero. A las 18 horas parto al canal y tengo la gran ventaja de que Borjita queda con su papá. Los primeros días me fui al canal llorando, pero aprendes a soltar; ya no estoy obsesiva ni lo miro todo el tiempo por las cámaras. Tipo 11 de la noche, cuando llego a casa, nos reencontramos.