Fotos @Ozcar Maquillaje Karinna Esteban
Entrar al comando de Sebastián Sichel (44, los cumplió el pasado 30 de julio), en un antiguo edificio de la calle El Bosque, Las Condes, es llegar a un lugar donde su figura está presente en cada rincón. En las paredes de la sala de estar están enmarcadas sus portadas en variados medios de comunicación, y subiendo a su oficina, en el segundo piso, están los retratos de los expresidentes Patricio Aylwin y Eduardo Frei Montalva, ambos de su antiguo partido, la Democracia Cristiana.
Después de ganar las primarias presidenciales de la centroderecha, el 18 de julio pasado, esta oficina tuvo que ampliarse. Al comienzo nadie tenía mucha fe en que ganaría y por eso sólo estaban en un primer piso. Esa noche, el comando se llenó de gente; de políticos, claro, pero también de personas con las que Sichel se topó en la campaña, personas comunes y corrientes que llegaron a saludarlo. Esa “cazuela”, como le gusta llamarla, es para él un triunfo de la meritocracia, de alguien que hoy no pertenece a ningún partido político y que no reniega de su pasado, sino que lo usa a su favor para ejemplificar sus argumentos.
Mientras hacíamos esta entrevista, su madre –Ana María Ramírez– tomaba un avión rumbo a España para encontrarse con su hija Banya, la única hermana de Sebastián. Se suponía que no debía viajar sola y que el actual candidato la tenía que acompañar; tenían los dos pasajes comprados.
“Así de seguro estaba de que no iba a ganar, me iba a subir a un avión con mi mamá para irnos de vacaciones”, cuenta el hombre que hoy es la gran carta de la centroderecha para llegar a La Moneda y gobernar Chile entre 2022 y 2026. Hasta ese 18 de julio, nunca había ganado ninguna elección en su vida. Lo intentó cuando postuló a la presidencia de la FEUC en sus años universitarios y también cuando compitió por un cargo a diputado por Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, mientras militaba en la Democracia Cristiana, en 2013.
“BÁRBARA ME SALVÓ”
Su historia familiar es digna de una película de Pedro Almodóvar. Cuando nació, fue inscrito como Sebastián Sichel, con el apellido de su padre biológico, Antonio Sichel, un adolescente de 17 años que con el tiempo se enteraría de que tenía un hijo. Sin embargo, cuando Sebastián estaba por cumplir dos años, su mamá conoció a Saúl Iglesias, un hippie del puerto de San Antonio y fue así cómo creció pensando que él era su padre. Además, el día en que Ana María se casó con Saúl inscribieron a Sebastián con el apellido Iglesias.
Lo que vino de ahí en adelante es una historia dolorosa, que Sebastián Sichel ha ido develando con el tiempo –incluso a través del libro Sin privilegios, donde Eduardo Barría Reyes narra la vida del político– y que incluye las adicciones de su madre y el abandono y la enfermedad mental por la que ella tuvo que atravesar. También se sabe que de pequeño la tuvo que acompañar en un viaje por Latinoamérica con Saúl, haciendo dedo y viviendo en lugares inhóspitos; así como su vida en una carpa en Horcón y en una casa tomada en Concón, donde no tenían agua potable ni luz.
Los episodios de violencia y la precariedad en la que vivían hicieron que un día, cuando Carabineros llegó al lugar, el pequeño Sebastián se sintiera aliviado y corriera a los brazos de su abuelo materno para subirse a un furgón de Carabineros. Fue este abuelo quien le inculcó el gusto por la lectura y los estudios. Cuando logró entrar becado a la Universidad Católica para estudiar Derecho, Sichel, que en este tiempo todavía era Sebastián Iglesias, sólo quería encajar, pertenecer a ese mundo del que no venía.
Asume que era soberbio, que sólo le importaba competir, hasta que años después conoció a la periodista Bárbara Encina, con quien se casó y tiene tres hijos. “Bárbara me salvó, yo era muy soberbio, en toda la dimensión de la palabra. Me protegía emocionalmente de todo, escondía mi historia porque me daba vergüenza, quería encajar a toda costa. Ella me enseñó que podemos tener proyectos de vida comunes, pero distintos. me hizo cambiar, me enseñó a ser más humilde y mejor persona”.
Con Bárbara se conocieron en 2006, en un cumpleaños en el Bar Ciudadano. “Le metí conversa, nos quedamos hablando hasta la madrugada. Después nos fuimos a otro bar, no le di ningún beso y al día siguiente la llamé y me dijo que se iba de viaje a Uruguay por dos semanas; almorzamos ese mismo día y no pasó nada. Yo también me fui de vacaciones con un amigo; al regreso la llamé porque en todos esos días no me la pude sacar de la cabeza. La primera cita oficial fue cuando ambos habíamos vuelto al país y fue en el Cinzano. Ella se subió al auto y me preguntó a dónde íbamos; le dije que a ese bar y ella me respondió que quedaba en Valparaíso. Así fue, la llevé hasta el puerto y fue todo muy bonito y romántico. A los cuatro meses estábamos viviendo juntos y nos casamos dos años después. Siempre supe que Bárbara era la mujer de mi vida”, dice.
–¿Cuál es el recuerdo más profundo que tiene de su infancia?
–Los buenos recuerdos, el mar, la sensación de paz al estar mirándolo y respirando ese aire costero, y también los momentos más duros; la fragilidad de las relaciones, el ver a Carabineros como una salvación cuando llegó a la casa de mi mamá, era como si alguien del cielo bajara a buscarme. Estaba también mi tía Andrea, ella es muy importante en mi historia personal: es hermana de mi madre y asumió el rol de mamá. Me contaba cuentos y me lavaba los dientes cuando era un niño. Me costó veinte años encontrar un diagnóstico para lo que enfrentaba mi mamá, más allá de sus adicciones, acá había un problema de salud mental que requería de tratamiento urgente porque hasta hace poco tiempo hubo episodios muy dolorosos y complicados. Mi mamá sufre de bipolaridad, pero nos demoramos mucho en encontrar un diagnóstico: finalmente resultó que es borderline. Como te decía, hubo episodios muy duros; para mí la salud mental es prioritaria debido a mis propios traumas personales. A mi mamá debí tenerla en lugares para tratar sus adicciones y llegó a vivir hasta en la calle.
–Es conocida la historia de su madre, pero no se sabía que ella hubiera vivido en la calle. ¿Cómo fue que la encontró?
–Eso fue hace unos ocho años, la tuve que salir a buscar a la calle después de que, simplemente, desapareciera. A mí siempre me critican porque cuento mi historia, pero es parte de mi vida. Hoy ella está bien. Le compré una casa en La Cruz, cerca de mi tía, y gracias a su tratamiento hoy está bien. A mi mamá la salvó el darse cuenta de que acá había algo grave; la perseverancia, el sistema de salud público nos ayudó mucho. En el Sanatorio Mental de Avenida La Paz, un doctor me dijo que esto era más que algo de adicciones. Esta es una enfermedad, pero con sus medicamentos no debiera tener más episodios; hace cinco años que ya está bien, la trato de ver harto. Hace un mes murió mi abuela, ellas eran muy cercanas, junto con mis tías y mi hermana.
–Si usted ha sido tan sincero con su historia más íntima, ¿por qué cree que hay gente que lo juzga? Sin ir más lejos, la alcaldesa de Providencia Evelyn Matthei ha criticado que usted ventile su historia personal.
–El pudor en la sociedad chilena es muy malo. Detrás de esas críticas hay mucho pudor porque para esas personas hay historias que son más pudorosas que otras, hay vidas que son más contables y otras menos contables. Eso no puede ser, hay una élite que ha instalado la idea del pudor como una norma social frente a la que me rebelo toda mi vida. Siempre he luchado contra eso. Cuando estaba estudiando en la universidad me hacían sentir que yo encajaba, a pesar de no venir de esa élite, porque tenía el pelo claro y los ojos de color; ojalá que pasara piola y cuando me cambié el apellido de Iglesias a Sichel me di cuenta de que no quería pasar piola, de que no hay que sentir vergüenza de tus orígenes. Eso es un gesto de rebeldía. Quienes me critican creen que todo lo que es diferente debiera estar sumergido y no salir, eso no puede ser.
–Usted se reencontró con su padre biológico, Antonio Sichel, cuando cumplió 30 años. ¿Qué se siente cambiar el apellido a esa edad?
–Es una locura, porque tienes que explicar tu historia a cuanto cajero de banco existe en Chile, a los vendedores, a todo el mundo que te pide el carnet para hacer un trámite. Hoy mi pase de movilidad aún dice “Iglesias”, todavía no se actualiza la base de datos y yo me cambié el apellido hace trece años. Te acostumbras a contar esta historia todos los días de tu vida, ya que sigo apareciendo como Sebastián Iglesias en todos los registros.
–El cambio fue simbólico por la estrecha relación que se produjo con su padre biológico, después que ustedes se reencontraran hasta que él falleció.
–Sí, fue algo simbólico en honor a muchas cosas. Mi padre era un buen hombre. Yo no quería seguir llevando el apellido de mi padrastro, Saúl Iglesias, con quien, hasta el día de hoy, no tengo ningún tipo de relación; él no es un hombre bueno. Yo no quería llevar el apellido de alguien a quien repudio y que además fue un desgraciado con mi mamá y mi hermana. Mucha gente me recomendó que no me cambiara el apellido porque esto podría traer complicaciones y porque “yo era un abogado”, “tenía una carrera” “¿qué iban a decir los clientes?”.
–Esa misma gente que le recomendaba no cambiarse el apellido, esa élite, va a votar por usted en noviembre. ¿Qué le pasa con eso?
–Esas personas no representan al votante liberal o del centro, acá hay un pequeño grupo de personas, muy chico, que todavía le obsesiona la forma, no el fondo; el tema del pudor que te decía antes. La gran mayoría del votante de centroderecha, incluso en la élite, no tiene estos complejos, es mucho más moderno. Hay un grupo pequeño, con cierta influencia, que sigue fijando esas pautas y otras.
–¿Cuál es ese grupo pequeño? ¿La UDI?
–No es la UDI; es una élite más noventera asociada al poder.
–¿Al poder económico?
–Sí. Ellos me han tenido que soportar porque no entré en este cuadro. Yo no soy el candidato de los empresarios. He logrado –junto a muchas personas que me rodean– transformar esa cultura y han tenido primarias, que me iba afectar el no militar y salirme de la Concertación, pero por eso nuestro lema era “Se puede” y se pudo. Estoy seguro de que este cambio cultural representa de manera más fidedigna al Chile del siglo XXI y que esos paradigmas viejos del tipo “tienes que hacer política desde las instituciones políticas”, no tienen nada que ver con lo que nosotros estamos proponiendo.
–¿Cuál es su relato?
–El de una centroderecha moderna y el de un mundo que quiere cambios con una sociedad más justa. Hay un cambio climático, tecnológico y social. Eso es vital porque hay una sociedad que está demandando ser parte de la toma de decisiones y ese votante quiere a alguien que lleve de manera adecuada esos cambios a la realidad, transformando la sociedad para que cada vez más personas se sumen al desarrollo. Hay otro tema en ese relato que es muy importante: la defensa de decidir nuestro propio proyecto de vida. No importa de dónde vengas, lo importante es poder armar tu familia; el lugar en que naces no puede determinar tu futuro; los valores de unos pocos no pueden determinar lo que tú quieras hacer. Eso es un cambio cultural tremendo en una centroderecha que no debe tener miedo a renovarse, a la libertad, y que debe ser la que conduzca este proceso de transformaciones para evitar caer en grandes polarizaciones.
–¿En qué sentido ese relato se cruza con lo que pasó en octubre de 2019 en este país? ¿Por qué la gente debiera querer un gobierno de centroderecha que, de alguna forma, es la continuidad de Sebastián Piñera?
–Aquí nadie es la continuidad de alguien, hay un cambio de época.
–Pero usted representa a la centroderecha.
–Eso es muy distinto, la gente vota por su futuro, más que por un gobierno que se va, la gente vota por personas. Esta elección es un momento crítico para nuestra historia porque acá se acabó la transición, se acabó la política de los noventa: hay una demanda de futuro. Entonces la conversación sobre la continuidad no solo es tramposa, sino que también es torpe, porque yo no seré la continuidad de nadie. No quiero ser la continuidad de Piñera, ni de Aylwin, ni de nadie. Esos son políticos de los noventa, que hicieron mucho por el país, pero ya no son la respuesta al futuro. La pregunta no es si quieres cambios; la gente quiere cambios, la gente votó por el Apruebo, yo voté por el Apruebo. La pregunta es quién conduce de mejor manera esos cambios y ahí tenemos una profunda diferencia con la izquierda chilena.
–¿Por qué?
–Porque yo quiero cambios en libertad, sin renunciar a la posibilidad de seguir realizando nuestros proyectos de vida. En mi vida siempre he estado al lado de la democracia y hay algo en cómo la izquierda quiere impulsar los cambios, que yo repudio. Por ejemplo, tratar de indultar a quienes saquean. Tú no puedes decirle a alguien que es legítimo saltarse el sistema para hacer cambios, mientras pasas a llevar el derecho de otras personas. Para mí es mucho más importante la pyme, que el saqueador de la pyme. Segundo, no estoy enamorado del cambio de por sí; en algunos casos quiero mucho Estado presente, en otros casos quiero mucho emprendedor presente, en otros, más innovación. La mía es una fórmula distinta y estos cambios deben poner el foco en las personas. A la pregunta de si es con el sistema o sin el sistema, respondo que hay sistemas que funcionan bien y feliz de mantenerlos. En algunos espacios quiero mucho Estado, con servicios públicos atendiendo mejor y en otros quiero menos Estado. ¿Estado o mercado? Yo quiero todo el mercado que sea posible y todo el Estado que sea necesario. La izquierda chilena sigue con esa lógica sesentera del Estado versus mercado. También creo que, en una sociedad de esfuerzo, hay que promover el esfuerzo individual, porque también hay que premiar al que se esfuerza más en la medida que su esfuerzo sea igualitario.
–El suyo ha sido un ascenso notable en los últimos meses. Salió de BancoEstado para aceptar el desafío presidencial. ¿Cómo fueron esos meses en el banco? Se lo pregunto porque uno de los sindicatos dijo que la suya había sido la gestión más nefasta que han tenido en su historia.
–Obvio que fue nefasta para ellos si les cambié la atención de horario a las cuatro de la tarde, cuadrupliqué la asignación de créditos Fogape de manera mensual, le puse mucha presión al banco. A mí no me importaba lo que pensara el sindicato, me importaba lo que le pasaba a la gente que estaba haciendo las filas. Si el sindicato dice eso, para mí es un orgullo, porque aceleré la atención para la gente que la necesitaba. A algunos les falta coraje para entender que el objetivo final es la persona que necesita del Estado, más que los amigos y los partidos políticos; creo que hice lo correcto. Siento que lo más relevante es solucionar los problemas en vez de caerle bien al entorno. Muchos expresidentes del BancoEstado me dijeron “no te pongas a pelear con el sindicato”, yo les respondía que para eso estaba ahí.
–Lo quiero trasladar nuevamente al día en que gana las primarias. A este edificio, donde está su comando, llegaron todos los candidatos de la centroderecha a felicitarlo, uno de ellos fue Ignacio Briones, con quien usted nunca tuvo cercanía, y mantuvieron una fría relación mientras ambos eran ministros. Se juntaron a una reunión hace poco. ¿Son amigos hoy? ¿Mejoró esa relación?
–Hemos hablado harto con Ignacio, nos hemos juntado para ver el programa. Tenemos diferencias de estilo pero que no las dramatizo para nada. Para mí, el corazón de lo que hago no está sólo puesto en lo técnico; tiene una dimensión humana muy fuerte, soy muy duro en la defensa de los principios y muy suave en entender a los seres humanos, a las personas. Yo llegué a la política siendo voluntario social, así entré a la política porque estaba traumado con mi propia historia. Mientras no entendamos la dimensión humana de los problemas políticos, algunos siempre harán política.
–¿En qué cree Sebastián Sichel? ¿Dónde tiene su fe? Usted no es católico.
–Creo en los seres humanos, mi fe está en la capacidad evolutiva de las personas en alcanzar su realización.
–¿A favor o en contra de la eutanasia?
–Estoy de acuerdo, pero necesitamos urgente una ley de cuidados paliativos. No estoy dispuesto a avanzar un centímetro en eutanasia si no viene acompañada de una ley de cuidados paliativos. Siempre vestimos esto como algo valórico, pero también es social, para que alguien de Horcón o Loncoche, cuando lo necesite, el Estado sea capaz de entregarle los servicios de calidad y que no se convierta en algo exclusivo para algunos.
–Usted es el primer candidato de la centroderecha en estar a favor del matrimonio igualitario. El presidente Piñera cambió su percepción sobre este tema con los años. Fíjese que tengo muchos amigos gays que votaron por usted en la primaria y que antes no le hubieran dado el voto a un candidato de la derecha. ¿A qué cree se debe?
–Me siento muy identificado con la centroderecha alemana o la francesa, más liberal en estos temas llamados valóricos. Siempre he estado a favor del matrimonio igualitario, tengo una foto con mi hijo de seis meses en una marcha del Orgullo LGBT en Suecia, eso fue hace mucho tiempo. Esto tiene que ver con asunto de justicia, más que de valores; el Estado debe darle el mismo trato a dos personas que quieren estar juntas por el resto de sus vidas.
–¿No debiera haber justicia también para las mujeres y las decisiones que ellas opten por tomar sobre sus cuerpos en el tema del aborto? ¿Por qué condenarlas si son ellas las que deben decidir?
–Ahí hay dos valores en juego, legítimamente contradictorios; uno es el derecho a decidir qué hacer con tu cuerpo y el otro es el derecho a la vida.
–Nuevamente un hombre hablando del derecho que tiene una mujer sobre su cuerpo…
–Yo hablo del derecho a la vida. Tengo todo el derecho a decir que hay una vida que está en juego y que debe protegerse ante la ley, por lo tanto, yo mantendría la ley actual de las tres causales.
–¿Qué debiera hacer la Democracia Cristiana en una eventual segunda vuelta entre usted y Gabriel Boric?
–No queda mucho de la Democracia Cristiana, pero ojalá que nos apoye. Los resultados electorales para ellos han sido bien trágicos. Queda poco de esa DC que conocí; yo era un liberal dentro del partido y siento que es un conglomerado que se ha ido achicando y que ha perdido su rol en el centro de la política chilena. Evidentemente, entre Gabriel Boric y yo, creo que soy la persona que realmente representa el centro y los valores de una sociedad en la que queremos vivir. No puedo ser un buen presidente si soy un mal padre, no puedo ser presidente si soy un mal amigo. Muchos políticos pierden su identidad y dejan de ser quienes son; yo sigo prendiendo la parrilla los domingos, sigo leyéndole cuentos a mis hijos para que vayan a dormir y ca.da vez que un amigo se pelea con su pareja sigo contestándole el teléfono y yendo a verlo a La Florida, a San Miguel o Las Condes, si ese amigo necesita ayuda. Si no hago todo eso, lo otro no tendrá sentido.