¿Villancicos? ¿La historia del Señor Scrooge? ¿Cascanueces?… Sinceremos las cosas de una vez por todas: ninguna de esas alternativas logra un verdadero consenso entre el público.
Si bien a los estudios Warner Bros les interesó el guión escrito por John Hughes, asignaron solo 10 millones de dólares a su producción, una cifra bastante baja si se considera los presupuestos de otras películas de la época: Quién engañó a Roger Rabbit (70 millones de dólares); Indiana Jones (US$ 48 millones) y Volver al Futuro 2 (US$ 40 millones).
La trama es simple: la familia McAllister se va de vacaciones en los días previos a Navidad y, accidentalmente, deja abandonado a Kevin, su hijo de 8 años. Completamente solo, el pequeño debe defenderse de dos ladrones que quieren robar en su casa.
Ya tenían buena parte de la escenografía lista cuando el director Chris Columbus y su equipo se dieron cuenta de que, en realidad, con menos de 14,7 millones de dólares era imposible hacer la película. Pidieron más recursos, pero los ejecutivos de los estudios Warner prefirieron cancelar el proyecto. Por unos días el grupo estuvo deprimido. Hasta que aparecieron representantes de 20th Century Fox y, tras leer el guión, decidieron financiarlo.
Desde las butacas de la culpa, meses más tarde –el 10 de diciembre de 1990– los responsables de los estudios Warner vieron cómo se producía el milagro de Navidad que ellos habían dejado ir: solo en el primer fin de semana Mi pobre Angelito destronó a Rocky 5 y recaudó 17 millones de dólares, es decir, dos millones de dólares más que el costo de la producción.
¿Cómo una película de bajo presupuesto logró tal éxito? Aparte de un guion redondo, en gran medida se debió a la calidad del elenco: Joe Pesci, Daniel Stern, Catherine O’Hara, Roberts Blossom, John Heard y John Candy. Y, por sobre todo, al protagonista, Macaulay Culkin, quien tenía 9 años al momento de la filmación. Su carisma y talento precoz eran asombrosos. Lo que pasó después con la carrera de Culkin es harina de otro costal. El punto es que era un niño prodigio de la actuación.
En la serie documental Las películas que nos formaron (en Netflix), los realizadores de Mi Pobre Angelito cuentan que, como en esa época no existían efectos especiales que ayudaran a aminorar golpes y caídas, trabajaron con dobles para simular las palizas que recibían los malos (Pesci y Stern). Y como eran tan peligrosas las trampas ideadas por el niño Kevin para derrotar a estos ladrones, mientras grababan esas escenas el equipo de producción miraba el suelo (de puros nervios) y rogaban que no quedaran fracturados. El director rápidamente gritaba “¡corten!” y, con la guata apretada, pasaba a otra escena. Si los golpes y estrepitosas caídas parecen tan reales es justamente porque lo son. Los dobles, eso sí, estaban fascinados y acostumbrados a los moretones y rasguños.
Con pocas esperanzas, una vez terminada la edición de la película se la mostraron a John Williams, el más grande creador de bandas sonoras y responsable de las clásicas melodías de Star Wars e Indiana Jones, entre muchas otras. La idea era motivarlo a crear la música de Mi Pobre Angelito. Williams se rió con ganas al ver la película y dijo: “claro que sí”. Y su trabajo creativo, qué duda cabe, es clave en la progresión dramática de la historia.
Aunque a la crítica especializada no le convenció la película, el público estaba fascinado. Semana a semana, Mi Pobre Angelito lideraba la taquilla y abultaba las arcas de los estudios 20th Century Fox. Tanto así que, aunque dicen que las segundas partes nunca son buenas, dos años más tarde estrenaron Mi Pobre Angelito 2.
Excelente decisión, porque también fue un éxito de taquilla. Y si hay una escena que todo amante de las comedias recuerda es precisamente cuando, en esa secuela, el pequeño Kevin está en el aeropuerto de Nueva York, abandonado nuevamente por su familia y muy triste dice: “Mis padres están en Florida y yo en Nueva York”. Luego repite la frase, pero esta vez en un tono más alegre y haciendo un pícaro movimiento de cejas que anuncia el tono de lo que vendrá en las dos horas siguientes.