Hay pocas historias reales que se sienten tan perfectamente preparadas para la pantalla como la de Anna Delvey. Cuando la New York Magazine desenmascaró en 2018 a una veinteañera colorina que se hizo pasar por una heredera alemana y estafó para llegar a la cima de la alta sociedad de Nueva York, era inevitable que la historia se volviera viral. Siguiendo la huella del engaño vestida con ropa de diseñador, la periodista Jessica Presler descubrió una historia que se leía como una novela policiaca. O como un guion de serie de Netflix.
Naturalmente, la poderosa Shonda Rhimes adquirió los derechos. La historia de Delvey requiere exactamente el tipo de tratamiento dramático y de alto presupuesto en el que Rhimes da cancha, tiro y lado, como ya lo hizo antes con los exitazos de Grey’s Anatomy y Scandal, que le pavimentaron el camino para terminar en el reciente boom de Bridgerton. Y cuando Julia Garner, la estrella emergente de Ozark y una de las jóvenes actrices más interesantes de la actualidad, fue elegida como Delvey, la serie parecía destinada al éxito. Pero el resultado, al menos a nivel de audiencia, no ha sido el esperado. Medios como el The Guardian ya intentan explicarse el porqué de este desaire de las audiencias para un producto que se pensaba como sandía calada. Acá intentaremos dilucidar las razones de porqué se diluyó todo.
Inventing Anna es un jugueteo extenso de nueve episodios que nunca capta del todo el enigma de su protagonista, ni coincide con su atractivo. La miniserie explora dos líneas de tiempo. En 2017, la periodista Vivian Kent (una suerte de alter ego de Presler interpretada por Anna Chlumsky -¿Se acuerda de la película Mi Primer Beso, esa con Macaulay Culkin a principios de los noventa? Bueno, ella-) se entera de Anna, que está en prisión en Rikers Island en espera de juicio por cargos de fraude y hurto mayor, lo que aquí conoceríamos como delitos de cuello y corbata. Ella se embarca en una misión para contar su historia entrevistando a los cercanos de Anna, y a la propia supuesta culpable. Las historias que recopila Vivian forman la segunda línea de tiempo de la serie: una serie de escenas retrospectivas que se desarrollan cronológicamente para explicar cómo Anna financió su lujosa vida con cheques dudosos, amigos ricos, una lista de tarjetas de crédito y todo con un relajo y un descaro envidiable.
La actuación de Garner no es fácil. En primer lugar, está el acento. Es una mezcla desconcertante entre alemán, ruso e inglés norteamericano que suena como a una mala actuación. Luego están sus diálogos. Es un guion plagado de frases hechas de chicas malas como: “¿Por qué te vistes como pobre?” Pero al compararlas con las entrevistas que dio Delvey durante el proceso, está claro que la interpretación cínica y distante de Garner no es una mala actuación. Es una gran imitación. Sin embargo, y con todos los clichés que le impone al personaje queda la duda si la misma gracia se puede extender al resto de personajes que rodea a la protagonista, sus amigos, que parecen sacados como un juego de Sims, versión millonarios en Nueva York.
La miniserie repunta en la segunda mitad, principalmente gracias a la aparición de una segunda periodista, Rachel DeLoache Williams (una fantástica Katie Lowes), cuya tensa amistad con Anna generó su propio artículo en Vanity Fair en 2018, seguido de un libro titulado My Friend Anna en 2019 (del cual HBO ya compró los derechos). Las cosas entre Williams y Anna llegaron a un punto crítico durante unas vacaciones infernales en Marruecos cuando Williams termina pagando la factura de US$62 mil de su tarjeta de trabajo. El tira y afloja de su amistad genera muchas de las mejores escenas de la serie, pero son muy pocas para compensar un comienzo confuso y un final insatisfactorio.
Ahora hablemos de Anna Chlumsky. La actriz hace lo que puede después de cargar con un guion irregular y un personaje cliché. Vivian se posiciona como una extraña mirando este mundo de lujos desde adentro, evaluando a Anna con admiración y desaprobación por partes iguales. Una y otra vez, Vivian pronuncia exclama una versión de “¿Cómo diablos hizo ella esto?” y “¿Quién es realmente Anna Delvey?” como si tratara de recalcar lo interesante que es la historia y, por extensión, la serie que estás viendo en este momento. Si bien todos los demás elementos de la serie se sienten inflados, la existencia de Vivian es mínima. Ella sirve solo como unos binoculares a través de los cuales vemos a Anna. Si bien hay algunos intentos de demostrar cómo Anna engañó a todos los que la rodeaban, el encanto de Delvey tiene poco brillo.
La serie quiere desesperadamente decir algo. En un episodio, Anna le dice a Vivian que los hombres que han cometido crímenes mucho peores que ella “no enfrentan consecuencias, ni fracasos, ni tiempo en la cárcel”. Hay referencias a Donald Trump y a tantos otros millonarios que han cometido millonarios delitos. Pero además de ciertas señales de feminismo #GirlBoss que se muestran, Inventing Anna no está segura de lo que quiere decir más allá de eso.
Cuando finalmente se publica el artículo de Vivian, su esposo (Anders Holm) le pregunta cuál es la historia real. Algo de lo que ni la propia Vivian está segura: “Es sobre un tema de clase, movilidad social, identidad dentro del capitalismo… no sé”, murmura. Lo mismo puede decirse de Inventing Anna como serie. Y quizás este sea el único diálogo honesto en toda esta historia.