Por James Gatica Matheson
En entrevista exclusiva con Velvet, la Premio Nobel de la Paz ucraniana aborda su traumática vida a tres años del inicio de la guerra en su país y sus esfuerzos para conseguir justicia para un pueblo golpeado en sus cimientos. También advierte sobre el panorama mundial: “Estamos viviendo un tiempo muy turbulento”.
“¿Puedes imaginar que niños ucranianos de seis años presenciaron cómo soldados rusos les disparaban a sus autos y cómo sus padres morían quemados vivos? ¿Puedes imaginarte ese horror?”. Ese relato da el inicio de esta entrevista con la abogada especializada en Derechos Humanos Oleksandra Matviichik. Es uno de los más de 80 mil testimonios de crímenes de guerra que ha recopilado en Ucrania, donde la capacidad de asombro parece no agotarse.
Sin rodeos, directamente revelando la cruda realidad que viven sus compatriotas, la Premio Nobel de la Paz 2022 parte la conversación con VELVET. Es tarde, pero la reconocida activista aparece puntual frente la pantalla de su computador desde Copenhague, ciudad donde expuso ante el Parlamento danés sobre los más de 20 mil niños que fueron secuestrados para ser adoptados por familias rusas.
Es su más reciente causa dentro del conflicto. Fue una larga jornada, pero eso no aminora su pasión para detallarnos que hay alrededor de un millón 600 mil menores más que se quedaron solos en los territorios del este ucraniano que hoy ocupa Rusia. “No sé si llegaremos a tiempo, la infancia tiene fecha de caducidad”, alerta.
“He pasado muchos años protegiendo la dignidad humana utilizando la ley, pero ahora estoy en una situación donde la ley no funciona”, cuenta, con cierta frustración, esta abogada de 41 años que se crió en los suburbios de la capital y que apenas egresó de Derecho en la universidad pública de Kiev, en 2007, ya era una de las fundadoras en su país del Centro de Libertades Civiles (CCL), ONG de protección de los DD.HH.
Un trabajo sin pausa que toma mayor notoriedad en 2013, al liderar Euromaidan SOS, iniciativa que reúne a miles de voluntarios para asistir jurídica y humanitariamente a las personas durante la violenta represión que generó la ola de protestas estudiantiles bautizada como “Revolución de la Dignidad”. Movilización que lleva a los medios del mundo a reportar desde la plaza central de Kiev y que, un par de años más tarde, se muestra en primera línea en el premiado documental de Netflix “Winter of Fire”.
Desde esa fecha, las acciones de esta Nobel se van intensificando. Todavía más con la ocupación de Crimea en 2014, periodo en que monitorea la persecución política y crímenes de guerra en la región del Donbás. Esto la lleva a ser el rostro de las más diversas campañas para la liberación de los presos políticos detenidos por Rusia y, luego, del “Tribunal para Putin”, que documenta los crímenes internacionales en virtud del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.
Se trata de la descripción de una carrera intensa –que se repite casi tal cual como su CV en cada foro en el que participa y organización que la reconoce–, pero que no construye desde un escritorio o posteando desde redes sociales. Ella la vive en cada calle, plaza y ataque militar que esquiva en su vida ‘normal’.
Plenamente identificada por Moscú, Oleksandra vive en Kiev junto a su marido y sus dos gatos. Aunque gran parte de su tiempo lo dedica a viajar por el mundo como vocera del Centro de Libertades Civiles, la ONG que la lleva recibir el Nobel de la Paz. Después de estos días en Dinamarca volará a Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, para terminar sus compromisos en Polonia, antes de volver a casa.
Las fotografías con la hipnotizante mirada de sus ojos azules, look de modelo o vestida de gala para portadas de revistas y en alguna alfombra roja –como la de la ceremonia de las “100 personas más influyentes del mundo” de la revista Time– son anécdotas para la abogada. Son instantáneas y flashes de una ilusión, ya que su día a día es crudo y su memoria la marcan episodios dramáticos. En la red X recuerda aquel día en que su marido Oleksandr, quien también participaba de las manifestaciones de 2014 en la Plaza del Maidán y se libró de ser víctima de los francotiradores del régimen de Víktor Yanukóvich: “Me llamó para despedirse y decirme que me amaba. Nunca había estado tan asustada en mi vida antes”.
Y el peligro sigue latente. Hoy, al estar cerrado el espacio aéreo ucraniano, salir y entrar del país toma al menos dos días en tren. La logística es clave cada vez que comienza uno de estos tours humanitarios en una agitada partida de 2025 en la escena internacional.
–¿Cómo ves el futuro de Ucrania con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca?
–No sé cómo los historiadores en el futuro llamarán a este periodo histórico, pero estamos viviendo en un tiempo muy turbulento, y ahora esta turbulencia e imprevisibilidad solo están aumentando. El presidente Trump varias veces ha declarado públicamente que está dispuesto a detener esta guerra y eso significa que tendrá que enfrentarse a la realidad de que Vladimir Putin no inició esta guerra solo porque quería las regiones del este. Comenzó esta guerra para ocupar y destruir toda Ucrania y avanzar más allá… porque su objetivo histórico es restablecer por la fuerza el Imperio Ruso. Está pensando en su legado.
Su análisis, que ella también hace discurso para que el mundo mantenga la ayuda a su país, no es muy alentador. “Después de tres años de guerra a gran escala, a pesar de las numerosas pérdidas, Putin no renuncia a su objetivo. Eso significa que no quiere la paz, porque la vida es el recurso más barato en el Estado ruso. Esa es la realidad objetiva. Estados Unidos y otros países involucrados en este proceso tendrán que diseñar garantías de seguridad reales que hagan que el objetivo de Putin sea imposible de lograr”, explica.
–El cese al fuego entre Israel y Hamás trae un respiro a otro conflicto que tiene al mundo atento. ¿Crees que sería posible para Ucrania encontrar ese apoyo en la comunidad internacional para lograr un consenso de paz?
–La vida humana tiene un valor. Cada persona importa, da lo mismo quiénes sean, su ciudadanía, su religión, su posición social, los tipos de crímenes que cometan y si los medios o las organizaciones internacionales están interesados en su caso o no. Por eso es muy importante que los rehenes israelíes puedan regresar a casa con sus seres queridos y también es crucial que los bombardeos en áreas densamente pobladas de Gaza se detengan. Pero esto es una solución temporal. Gaza es un claro ejemplo de que si no resuelves los problemas durante décadas, se vuelven cada vez más serios.
Creo que tenemos una responsabilidad histórica de hacer las cosas y detener la guerra de Rusia contra Ucrania, no sólo por meses o años, sino para lograr una paz duradera y justa. Ese debe ser nuestro objetivo. Nosotros, como pueblo, tenemos un verdadero deseo de no trasladar estos problemas a nuestros hijos, y por eso debemos encontrar una solución sostenible en nuestra región.
Hoy veo a Oleksandra por la cámara del computador, pero la conocí el verano pasado en Kiev, una soleada mañana que hacía brillar aún más las icónicas cúpulas doradas de las iglesias ortodoxas. Recuerdo que nuestro café fue interrumpido un par de veces por alertas de ataques aéreos que llegaban a los celulares.
La incómoda naturalidad con que los locales se miraban y continuaban la conversación no me deja de sorprender. Convivir con la guerra es poner a prueba la vida a diario. “Cada noche escucho explosiones. Sinceramente, es muy difícil acostumbrarse a esta nueva realidad”, confirma Matviichuk, que la cotidianidad del terror no ha cambiado en nada desde aquel día.
–¿Cómo se cuida la salud mental viviendo bajo bombardeos?
–Soy un ser humano, no puedo distanciarme completamente. Por supuesto, a veces te sientes agotada o deprimida, especialmente, teniendo en cuenta que mi trabajo es tratar con el dolor humano. Pero lo que me ayuda a seguir adelante es la enorme responsabilidad con estas personas que nos cuentan sus historias. Ellos, literalmente, han pasado por el infierno. Necesitan restaurar no solo sus vidas, familias y visión del futuro, sino también la fe quebrantada en que la justicia es posible. Incluso, si esta tarda en llegar. La justicia también es una forma de sanar la herida, esa herida invisible que estos ucranianos tienen, por eso nos cuentan sus historias con la esperanza de que podamos lograrla.
“La guerra, sin duda, aumenta el nivel de dolor. Es una respuesta humana muy natural ante el conflicto y toda la tragedia y destrucción que resulta de este. Y cuando tienes a millones de personas traumatizadas por esta experiencia, no puedes proporcionar a cada individuo un psicólogo concreto. Es imposible”.
En 2023, la revista Time eligió a Oleksandra como una de las “100 personas más influyentes del mundo”. La exsecretaria de Estado de EE.UU, Hillary Clinton, la describió en su perfil como “la prueba de que las mujeres no son solo víctimas de la guerra; pueden ser agentes de paz y justicia”.
–Las mujeres han tomado un rol único en esta guerra, ¿cómo describirías el rol de la mujer ucraniana en este contexto?
–Conozco a muchas mujeres fantásticas en diferentes campos de la sociedad. Mujeres que se han unido a las Fuerzas Armadas, mujeres que coordinan iniciativas civiles, mujeres que toman decisiones políticas, mujeres que documentan crímenes de guerra, mujeres que están al frente de esta batalla por la libertad y la democracia. Porque la valentía no tiene género.
Esta perspectiva de género también explica por qué estamos luchando en esta guerra, porque no solo existe una dimensión militar, sino también de valores. En los países democráticos, las mujeres pueden desempeñar cualquier papel que elijan en libertad, en la familia y en la sociedad. Pero en aquellos que son autoritarios, las mujeres solo desempeñan el rol asignado para ellas.
Las relaciones establecidas entre las personas y la sociedad siempre reflejan la idea de lo que el gobierno puede hacer hacia su propio pueblo. Y es así como lo privado se convierte en lo político. Es por eso que en Noruega los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. Mientras que en Afganistán se prohíbe a las mujeres estudiar en la universidad, hablar delante de los hombres. Ahora, incluso, están construyendo cocinas sin ventanas ¡porque las quieren esconder por completo!
Y si hablamos de Rusia, incluso la violencia doméstica se puede hacer con tu esposa, tu hermana, tu madre, o quien sea, ya que siempre es sólo un reflejo de lo que el gobierno hace hacia su propio pueblo. Es por esta razón que en esta guerra las ucranianas estamos luchando por nuestras hijas. Queremos que ellas nunca enfrenten una situación en la que tengan que probarle a alguien que también son seres humanos.
–¿Cuál sería tu mensaje para las mujeres de América Latina?
–Sé que en diferentes países de América Latina, las mujeres están luchando por sus derechos y su dignidad humana. Quiero decirles que su lucha es nuestra lucha. Por favor, díganme qué necesitan y cómo puedo ser útil. Quiero ser útil en su lucha por el bien común. Su lucha es nuestra lucha, las mujeres deben apoyar a las mujeres.