Casi de una forma casual. Así llegó a convertirse el fotógrafo francés en una de las figuras imprescindibles de la industria de la moda. Sin que tuviera un interés especial por conquistar estos dominios, este artista brillante nacido en Francia y cuyo último respiro lo dio en la ciudad de Nueva York, consiguió que una foto tomada en el momento adecuado le haya dado la fama que ha disfrutado a lo largo de más de medio siglo de profesión.
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Con más de 50 años dedicados a capturar la belleza de la ropa, modelos y accesorios, practicó la fotografía casual y creó una imagen de marca propia a partir de la improvisación, tanto gestual como de movimiento ya que, en palabras del propio artista, “las mejores tomas de las sesiones de fotos son aquellas que son tomadas por accidente”. Una norma que siguió en cada uno de sus trabajos y que hoy, luego de anunciarse su muerte, a través de un comunicado en su cuenta personal de Instagram, alcanza más valor que nunca. No hay duda que su genio sobrevive a su persona y de que su huella en la moda será eterna.
Así lo avalan las multitudes de campañas que el fotógrafo realizó para las grandes firmas francesas del sector. Chanel, Louis Vuitton, Dior, Yves Saint Laurent, entre muchas otras, no se resistieron a sus encantos tras el lente. Grandes marcas norteamericanas, como Tommy Hilfiger, Calvin Klein, Vera Wang, Donna Karan y Ralph Lauren, también tuvieron al maestro en sus filas; así como gigantes internacionales como H&M, además de firmas de belleza y cosmética como Elizabeth Arden.
También lo hicieron las top models más célebres de los años 90 y que su compañero de profesión, el también fallecido (y genial) Peter Lindbergh, patentó cuando reunió en una misma foto a Naomi Campbell, Linda Evangelista y Cindy Crawford, entre otras. Si Lindbergh inventó a las supermodelos, Demarchelier elevó el valor de las páginas de las revistas de moda.
Esto lo hizo rindiendo culto a su máxima: la inspiración siempre llega sin avisar. Según el fotógrafo solo así podría conseguirse un resultado natural y deseado. Que el día a día pudiera reflejarse en una instantánea quizás fue lo que cautivó los sentidos de Diana de Gales hasta convertirlo en su fotógrafo personal y, por ende, de toda la familia real británica. Sucedió cuando Lady Di vio una de las muchas fotografías que el fotógrafo tomó para Vogue: una modelo se abría la chaqueta y dejaba ver una foto de un niño riéndose. La sencillez y el carisma de la imagen hicieron que la princesa se pusiera en contacto con su autor. Desde ese momento, Patrick Demarchelier se convirtió en el primer fotógrafo oficial de la familia real que no era inglés, y además de un gran amigo de la realeza.
Su figura fue tan icónica, que en películas emblemáticas como The Devil wears Prada se hace referencia a su persona. Practicante de un estilo muy versátil, tanto en lo personal como en lo profesional, aseguró a lo largo de su vida que el secreto del éxito está en confiar en las personas que se ponen delante de la cámara para que ellas confíen en ti.