Revista Velvet | “Mi guerra es contra el mundo del narcotráfico y la voy a seguir dando”
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“Mi guerra es contra el mundo del narcotráfico y la voy a seguir dando”

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“Mi guerra es contra el mundo del narcotráfico y la voy a seguir dando”

POR Lenka Carvallo | 13 agosto 2021

Fotos @Ozcar

En esta emocionante conversación, la edil habla de sus esperanzas y penas, como la pérdida de su primer hijo a los tres meses de nacido. “Empatizo con el dolor porque lo he vivido. El destino me preparó para ser una herramienta de cambio”, cuenta la alcaldesa, quien desde 2017 vive con protección policial las 24 horas del día.

La alcaldesa de La Pintana mira de frente. Se ve más joven que sus 56 años y una vida marcada por el sacrificio, como irá relatando en esta entrevista. Historias sociales y sobre todo personales, como el hijo que perdió a los tres meses de nacido.

“Él no tenía enzimas pancreáticas, entonces no podía disolver el alimento que iba a su estómago. Finalmente falleció por una negligencia médica”, cuenta. “Pensé que nunca más sería madre, pero tuve la dicha de amamantar a ese niño en sus últimos dos meses, y luego daba mi leche, la vaciaba en otras mamaderas para que otros niños pudieran tomarla (se emociona y llora). Ahora tengo dos hijos maravillosos (de 24 y 26 años) que viven conmigo. Estoy sola (en cuanto a pareja) y feliz. Desde que me separé no he vuelto a vivir con alguien, lo que no quiere decir que no haya conocido personas… No me cierro a ninguna posibilidad, pero sería un problema encontrar un espacio para una pareja: mi pasión, cariño y espacio son para La Pintana. Siento que Dios me puso acá. Empatizo con el dolor porque lo he vivido en carne propia. La vida me preparó para ser una herramienta de cambio”.

Administradora pública y militante DC, electa por segunda vez en una comuna que encabeza la lista en prioridad social, ha visibilizado las carencias de esta parte del sector sur de Santiago, afectado por la pobreza y, como acusa, el abandono estatal. También al denunciar públicamente el creciente poder del narcotráfico que, como confirmará en esta entrevista, le ha significado amenazas de muerte, atentados y otras situaciones que hoy la tienen con protección policial permanente. Aún así, habla sin temor, con un profundo cariño por los barrios en los que creció, a partir de los cinco años.

Claudia Pizarro nació en 1964 en San Miguel. “Mi mamá vivía en la villa San Joaquín, como la hija mayor de nueve hermanos. Mi papá era de La Victoria; a los 15 años mi abuelo murió y él tuvo que dejar de estudiar para hacerse cargo de sus hermanos”. Agrega: “Soy hija de dos padres muy responsables que traspasaron en mí el sentido del deber como la primera nieta, la primera sobrina de ambas familias y la hermana mayor”.

La familia de la alcaldesa vivía allegada en una mediagua instalada en un hoyo arenero, en el mismo lugar donde hoy se encuentra el parque en homenaje a André Jarlan, el emblemático sacerdote asesinado en la población La Victoria en los días de dictadura. Los padres de Claudia Pizarro fueron beneficiados con una solución habitacional durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva y se trasladaron a La Pintana. “Pero no había escuela y tuve que seguir viviendo un año más con mi abuela materna. Es que nuestra villa partió de cero; nuestra primera escuelita fue hecha con bancos hechos a mano, luego arriba de un bus, siguió en una mediagua y así. Teníamos que estudiar como fuera. No había electricidad, alcantarillado ni agua potable. Había que ir muy lejos con baldes a buscar agua varias veces al día; en lugar de baño existía un pozo negro que me daba terror cuando chica porque había historias de gente que se caía… Nadie me puede contar cómo se vive en la pobreza porque lo viví y no me da vergüenza contarlo, al contrario, me siento orgullosa”.

Muy seria agrega: “Han pasado 51 años y las cosas no han cambiado mucho. Sí, tenemos agua potable, alcantarillado, hay urbanización, pero si hablamos de vialidad o de colegios nuevos, todo sigue igual”, dice sobre una comuna con sólo un 13% de habitantes profesionales. Ella no pierde la mirada positiva: “Es una clara demostración de que se puede. Los pintaninos somos gente esforzada; lo que nos hace distintos son las cicatrices que llevamos, que no se borran. Yo también las traigo. Tengo quemada toda la pierna derecha: cuando se acababa el gas mi abuela tenía que cocinar con leña y carbón para darnos de comer; estaba jugando y sin querer la olla se dio vuelta… Eso sucede en miles de hogares aún hoy; guaguas de dos meses, desfiguradas. Conozco de cerca a un niño que no quería ir a la escuela, llevaba gorro invierno y verano, y hoy es parte de nuestra orquesta sinfónica”.

Durante la dictadura, Claudia Pizarro conoció de cerca las dos caras de la moneda. Sus padres trabajaban en comedores populares y militaban en la DC, al igual que ella. Sin embargo, en cuanto salió del colegio empezó a trabajar en un rol administrativo en Cema Chile, institución presidida por Lucía Hiriart de Pinochet e integrada en gran medida por esposas de miembros de las FFAA y mujeres partidarias del régimen.

“Como mi mamá trabajaba en comedores de ayuda fraterna con Caritas Chile, las voluntarias del Cema iban a visitar los talleres. Ahí le contaron que en la municipalidad de La Granja buscaban gente para algunos puestos. Lo que no nos dijeron es que en el mismo edificio del municipio funcionaba una oficina de Cema Chile. Cuando fui, al abrir la puerta lo primero que vi fue un retrato de Pinochet sobre el muro; pensé que me había equivocado de lugar y me fui caminando rápido, pero me fueron a buscar y no tuve cómo irme. Me contrataron por el POJ…”.

–Se desempeñó para esa institución por casi cuatro años. ¿Qué pasaba con su conciencia?

–Hay muchos chilenos que por necesidad trabajan donde no quieren. Tampoco puedo hablar mal de las señoras de Cema Chile; eran caritativas; si a alguien se le quemaba la casa o necesitaba ropa, ahí estaban ayudando. Pero había otras cosas que no me gustaban…

Hace una pausa. Nerviosa agrega:

–Ellas llegaban de sus reuniones con los centros de madres con sobres. Yo no lo sabía, pero eran denuncias contra “terroristas”, como se llamaba entonces a quienes no estaban con el régimen. Decían que había que limpiar al país y los vecinos tenían que denunciarlos… Un día abrí un sobre; era contra un vecino de San Ramón que era comunista; ahí estaba su nombre, dirección… Llevé el sobre a la parroquia a un comité de derechos humanos y así se logró avisarle antes de que allanaran su casa. Creo que salvé a varias personas. También nos ponían micros para ir a marchar por Pinochet después del atentado; era demasiado tener que marchar ante el dictador y como pude me escabullí. Luego veía cuando los pobladores pasaban a buscar el kilo de harina, un par de zapatos… Tenía miedo, pero en mi casa necesitaban la plata. Fue por esos ingresos que pudimos hacer un baño. Hoy, cuando voy a la casa de mis papás y veo ese baño digo: yo fui parte de eso, de ese sufrimiento (llora)…

E insiste:

–Vivíamos en la cultura del terror. Y aunque me fuera a trabajar a otro lugar, siempre iba a estar la foto de Pinochet colgada en la pared, porque mi vocación estaba en el sector público. Finalmente me echaron porque descubrieron que yo militaba en la DC, que era lo mismo que ser terrorista según ellos.

–Hasta que llegó la democracia. ¿Qué esperaba de nuestra transición?

–El gran error fue delegar el proceso en nuestras autoridades y dirigentes políticos. Confiamos demasiado; dejamos que ellos negociaran y nos acomodamos al modelo neoliberal. No cambió el sistema previsional; los colegios nunca más volvieron a ser municipales y la salud se siguió privatizando. Hemos avanzado, pero no lo suficiente en justicia social, dignidad; prima el individualismo sobre lo colectivo y eso nos llevó hacia un modelo perverso, que soluciona problemas a personas, no a comunidades.

–¿De qué manera cree que esto determinó que se instalara el narcotráfico en La Pintana?

–Todas las poblaciones que estaban en Las Condes y otros sectores del barrio alto fueron trasladadas para acá; se decidió que fuera una comuna dormitorio, una comuna segregada, sin servicios. Han pasado 50 años y la cosa continúa hasta hoy. Acá las calles son de asfalto, no de hormigón. Tenemos casas de 12 metros cuadrados; otras son un poco más grandes, pero tienen para dejar un auto, estacionan sobre una vereda que ya es angosta y donde con suerte pasa una mascota. La gente camina por la calle; en los pasajes no cabe el camión de la basura, la ambulancia, los bomberos, tampoco el carro de la policía. El Estado nos abandonó.

–¿Se siente capaz de erradicar el narcotráfico?

–Hay muchas cosas que se pueden hacer. Luchamos mucho tiempo para que llegara el Metro (lo dice por la anunciada Línea 9, que podría estar el 2030). Es una oportunidad para que las familias puedan pasar más tiempo en su casa, para que llegue la inversión a La Pintana, para que nos miren con respeto. Estamos construyendo el tejido social para que así podamos protegernos todos juntos. Todos los fines de semana hay un bingo porque alguien se va a operar. Eso es empatía con el que está sufriendo, porque sabemos que el sistema de salud está reventado. También como municipalidad compramos comida para las ollas comunes. Tenemos que llegar primero que los narcotraficantes. Les decimos a los vecinos: o somos nosotros o son ellos.

–Difícil competir con un par de zapatillas de marca, autos caros, piscinas en las poblaciones…

–Es una competencia desleal, pero también esperamos que las familias tengan valores. Necesitamos otro Estado, no el que tenemos hoy; un Estado de bienestar, con salud igualitaria, para que no sea necesario que llegue el narco con el premio para el bingo para que la señora se opere. Es en los círculos de pobreza donde ellos más entran, ahí tienen su caldo de cultivo. También hay que mejorar el sueldo mínimo. Hoy un chiquillo con cuarto medio a lo único que puede aspirar es a un sueldo de 300 mil pesos, pero con una venta de droga se asegura un millón de pesos en un día.

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