Laura trabaja en el servicio público. En realidad nuestra entrevistada no se llama Laura, pero nos pidió que usáramos un nombre ficticio para evitar algún inconveniente con sus empleadores. Su marido (lo bautizaremos como Fabián) también se desempeña en el sector estatal y atiende personas, especialmente adultos mayores.
Un día viernes Fabián llegó a casa con ciertos malestares; pensó que era un simple resfrío porque no tenía fiebre. Durante el fin de semana tomó paracetamol y limonadas. El lunes los síntomas se agudizaron un poco y no pudo ir a trabajar. Pero siguió pensando que era, a lo más, una gripe.
Al día siguiente fue a un médico que le hizo el examen PCR para “descartar” y le dio licencia médica. Dos días después lo llamaron para decirle que el resultado era positivo… Y un positivo prácticamente asintomático.
Inmediatamente se activaron las alarmas en la familia. En la casa de Laura viven 7 personas. Todos se hicieron el examen, pero, afortunadamente, sólo Fabián tenía el virus.
“Ninguno de nosotros se contagió. Es que fuimos súper estrictos. Apenas supimos, lo ‘encerramos’ (a Fabián) en nuestra pieza y yo me fui a dormir a otro lado. Marcamos platos, tazas, cucharas… y él sólo podía usar esa loza, la marcada. Afortunadamente tenemos dos baños, así que dejamos uno de ellos exclusivamente para él. Todos los demás ocupamos el otro baño”, cuenta Laura y dice que ella era la encargada de llevarle las comidas a su esposo.
Se ponía guantes y mascarillas, dejaba la bandeja y se iba. Luego retiraba la bandeja y lavaba todo con cloro y detergente. “Yo fui la única que entré a su pieza. Con nosotros vive una nieta de tres años, y fue difícil explicarle que no podía entrar a ver al Tata”.