Fotos: Sebastián Utreras
La historiadora, exdiputada, exministra de Educación y parte de la agrupación “Amarillos por Chile” cuenta cómo ha sido el duelo por la muerte de su madre y también entra de lleno en la coyuntura nacional. Mira con suspicacia a la Convención, por los posibles daños que considera que le puede generar al país, y aunque no le gustaría votar rechazo, dice que “lo ve cada vez más posible”.
No han sido fáciles los últimos tres meses para la historiadora Mariana Aylwin, exdiputada, exministra de Educación (durante el gobierno del expresidente Ricardo Lagos) y voz siempre presente en el debate político nacional. “Nunca pensé que iba a sentir un vacío tan grande”, dice respecto a la partida de su madre –la exprimera dama Leonor Oyarzún (1919-2022)–, con quien convivió al máximo sus últimos días.
Hoy, la familia se reúne en la casa de la calle Arturo Medina, en Providencia, la misma en que ella vivió desde que era niña. Ahí recuerdan a Leonor entre hermanos y nietos. “No es muy usual tener mamá hasta mi edad y además una mamá de casi 103 años, a la que le dedicas gran parte del tiempo, y que de repente no está”, comenta. “En nuestras vidas, mucho giraba alrededor de ella, su casa era el punto de reunión familiar. Entonces ha sido como empezar la vida de nuevo”.
–¿Empezar de nuevo?
–De alguna manera, sí. Mi mamá fue tan fina que se murió el 21 de enero. Yo, por primera vez en mi vida, me tomé un mes de vacaciones en el sur (en febrero) y ella iba a ir conmigo; siempre lo hizo desde que enviudó. Fue bueno tener ese tiempo, procesar la vida sin ella. El choque vino cuando llegué de vuelta a Santiago, y de alguna manera te das cuenta que la vida es otra, que ella no está y que uno tiene que vivir su duelo. Lo que es impresionante es que uno espera que la persona se muera, o uno lo desea, porque la ves sufrir. Sin embargo, queda una pena y una nostalgia de lo que fue y que no va a volver.
–¿Ella siempre jugó un rol bien protagónico en la familia?
–Claro, era bien esencial en toda la familia. Entre sus hijos (en total cinco) y nietos. Le daba harto color a la vida. Cuando tenía más de 100 años, proponía hacer un crucero por la Patagonia o la Antártica, y también viajaba mucho por televisión. Nos invitaba a que lo hiciéramos con ella. Llenaba cada uno de los espacios.
–La señora Leonor tuvo neumonía, una trombosis, Covid-19, se quebró un pie…
–He pensado en sus dolores durante el último tiempo y lo mucho que a mi mamá le costó soltar la vida. Una vez estuvo enferma y cuando se mejoró, nos dijo: “quiero comer erizos y tomar pisco sour”. En algún momento nos pidió tomar gotitas de cannabis para estar mejor. Solo cuando se quebró una pierna y perdió la movilidad empezó a deteriorarse. Yo le decía: “mamá, ¡suelte la vida!”. Pero ella no quería morirse. Se aferraba no solo a las cosas. Un día recuerdo que me dijo algo impresionante: ¿qué hacía con sus recuerdos? Y es verdad, hay algo ahí. Partes y te llevas toda tu vida.
–¿Cómo definirías la relación que tenías con ella?
–Mi mamá era súper mamá. Tenía una relación muy particular con cada uno de sus hijos. Conmigo le gustaba hablar de la contingencia, de política. Siempre me conversaba del tema. Hasta el último día, recuerdo que me preguntaba por Boric y lo que yo opinaba de él. Lo sentía cercano, porque el Presidente es sobrino nieto de unas personas que mi mamá quería mucho. También le gustaba saber cómo estaba Piñera, y sobre la situación de la DC; quería mucho al partido. Con ella conversábamos de todo. De su vida, que no fue fácil: sobre todo durante la dictadura, pasamos momentos bien difíciles. Mi papá tenía poco trabajo, nos amenazaron con secuestrar a mi hermano chico… Pero ella fue siempre muy calmada, muy serena, muy equilibrada. Yo la admiré mucho en su carácter.
–¿Cómo recuerdas el momento en que se convirtió en Primera Dama, la primera en democracia?
–Mi mamá tenía harto miedo en ese momento. Al comienzo, no sabía cómo enfrentarlo, pero también tenía muchas herramientas y acompañó a mi papá muy dignamente, sin ningún rol muy protagónico, porque no le interesaba. Ella siempre contaba cuando le tocó, un 12 de marzo, cruzar caminando el Estadio Nacional, en un acto que fue muy impresionante. Mi papá la “engañó” para poder hacer algo así, porque de haber sabido le habría dicho que no. Mi mamá era muy poco de figurar y le tenía terror a la exposición. Tampoco le gustaba el título de Primera Dama, porque en opinión de ella, habían muchas primeras damas: en el deporte, en las artes, en todo.
–Irina Karamanos, pareja del presidente Gabriel Boric, dijo, como en 2019 lo hiciera la investigadora Soledad Quereilhac, casada con el gobernador de Buenos Aires, Alexander Kicillof, que ella no era ni primera ni dama. ¿Ves alguna similitud?
–En el caso de mi mamá era porque no le gustaba ser la más importante, porque hay muchas otras más importantes. Siempre repetía que a ella nadie la había elegido. Pero hay una diferencia generacional muy relevante con Irina. Entiendo que una chiquilla de su edad diga “yo no soy dama”, porque es un concepto antiguo, pero la verdad es que en Chile tiene una connotación interesante. Por ejemplo, cuando murió mi mamá recibí muchos mensajes, y muchos de ellos decían: “que gran dama fue su madre”, lo cual en el mundo popular es un elogio que tiene que ver con ser una persona puesta en su lugar, que tiene prestancia, tiene una dignidad.
–¿Cómo eres tú como mamá?
–Soy una mamá (de Carlos, Paz, María Laura y Ana Luisa Bascuñán Aylwin) bien distinta respecto de cómo fue mi mamá. Yo trabajé fuera de la casa toda la vida, de sol a sol. Fui una mamá preocupada, pero poco aprensiva. Tenía una gran intuición para distinguir cuando las cosas eran graves o no. Sin embargo, cuando fui diputada llegaba tarde, y cuando era ministra, volvía a la casa a las nueve de la noche corriendo. Recuerdo que, cuando dejé de ser ministra, fui a una reunión de apoderados, cosa que hacía poco, y entonces nadie quería ser delegada de curso. Me ofrecí para serlo. Cuando llegué a la casa, mi hija me dijo que cómo me ofrecía para algo así, si jamás iba a cumplir. Y de lo más bien que lo hice. Terminé hasta en el centro de padres. Pero no es fácil quitarse la culpa de no haber estado lo suficiente.
–Como mamá, ¿qué es lo más difícil que te ha tocado enfrentar? ¿Cómo has vivido el episodio de Nicolás López, a quien saliste públicamente a defender?
–Cada dolor de los hijos, uno los vive en carne propia. Conozco esa historia muy de cerca por mi hija (Paz). Y lo conozco a él también. Es el padrino de un de uno de mis nietos y le creo; creo que es muy distinto ser desubicado a ser un violador. He vivido la persecución que le han hecho los medios. Lo esperan en la puerta de su casa. Creo que cuando hay abuso es la justicia la que lo tiene que sancionar. Qué decir de una violación. Pero las personas merecen un juicio justo. Y aquí lo que ha habido es una jauría que ha liquidado a una persona. Hay una sanción moral sin juicio, un linchamiento que me parece inaceptable.
“LE TEMO A LOS CAMBIOS RUPTURISTAS”
–¿Por qué decidiste sumarte al grupo “Amarillos por Chile”?
–Creo que nos identificó el hecho de que muchos de nosotros hemos pertenecido al mundo de la centroizquierda, y sin embargo hemos sido catalogados de amarillos. En la DC siempre nos tildaron así. Entonces, bueno, ahora asumamos que somos amarillos, porque para mí ser amarillo es querer el cambio, querer reformar, pero que se haga bien. Que esta reforma pueda contribuir a que el país sea más democrático, más justo, más solidario. Pero no estamos por los cambios rupturistas. Nunca lo hemos estado. En el fondo, los Amarillos queremos cambios graduales, no rupturas. Le tenemos temor a la ruptura. Porque muchas veces producen situaciones que en vez de mejorar, empeoran la vida de las personas. Eso es lo que ha pasado en Venezuela y Nicaragua.
–Muchos los critican; consideran que son demasiado elitistas, acostumbrados a que no se produzcan cambios si no se generan a partir de ustedes mismos…
–Justamente por eso. Porque hay un veto a que personas que hemos estado en el espacio público en los últimos años podamos opinar. Entonces si opinamos, lo que estamos haciendo es defender privilegios. A mí, la carta de Cristián Warnken me interpretó, la sentí interesante. Y firmé con mucha convicción, entendiendo que era una iniciativa ciudadana que tenía que ir más allá de las 75 personas que la firmaron al principio. Hoy el movimiento tiene 30 mil adherentes, que no pretenden ir más allá de la Constituyente. Tiene solo que ver con decir alerta, esto puede ser peor y no mejor para Chile, en tal y cual tema. En eso estamos trabajando. Mucha de la gente que está ahí es anónima y se ha sumado porque comparte la misma aprensión…
–¿Cuáles son hoy las principales preocupaciones?
–Los que estamos allí queremos que Chile siga siendo Chile. ¿O queremos un país dividido en territorios distintos? ¿Queremos la autonomía total de algunos territorios o queremos integrar la diversidad de Chile? Yo también me siento heredera de la cultura prehispánica, porque por lo demás todos somos mestizos. También me siento orgullosa de decir que los españoles llegaron hasta un punto y no pudieron cruzar esta frontera, porque aquí había un pueblo muy libertario. Somos herederos de esa cultura libertaria. Entonces, siento que esta cultura nueva de identidades que no se integran, y que en cambio se encierran en sí mismas, es algo muy disfuncional para construir un país unido.
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