Revista Velvet | La sociedad de Pachi, una historia sobre el cáncer, el Everest y la supervivencia
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La sociedad de Pachi, una historia sobre el cáncer, el Everest y la supervivencia

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La sociedad de Pachi, una historia sobre el cáncer, el Everest y la supervivencia

POR equipo velvet | 08 marzo 2024

Todo partió como una campaña para llamar la atención sobre la salud de las mujeres. Pero enfrentar un cáncer de mama no sería la prueba más difícil y dolorosa para la chilena María Paz Valenzuela. Tras llegar al Everest, la destacada montañista sufrió un congelamiento que la obligó a adentrase en un universo desconocido porque, por sobre los ocho mil metros no existe el mundo tal como lo conocemos. Hoy desclasifica su historia.

Por Sonia Lira Retratos Bárbara San Martín

Las leyes son otras por sobre los ocho mil metros. A esa altura la vida humana no es posible. Cada cual se rasca con sus propias uñas. Esto lo sabe muy bien la montañista María Paz Valenzuela (60), quien se convirtió el 19 de mayo de 2018 en la primera mujer en alcanzar la cima del Everest (8.848 metros) tras enfrentar un cáncer de mama.

“Todo esto es muy duro si estás lesionada, porque es un mundo totalmente distinto al de las montañas chilenas, donde las cimas no superan los siete mil metros. Sobre los ocho mil no existe el rescate ni nadie te auxilia y está bien: por las condiciones geográficas cada uno es su propio recurso”, reflexiona.

Apenas terminó su tratamiento oncológico, Pachi (como todos la conocen) decidió escalar la montaña más alta del mundo para hacer un llamado a prevenir una enfermedad que es la primera causa de muerte entre las chilenas.

Claro que en medio de todo sufrió un accidente por congelamiento. Y la montañista y musicóloga debió dar charlas sobre el cáncer sin poder abrir la bota para mostrar el dolor físico y emocional (tenía los dedos negros al borde de la amputación) que la acompañó por ochos meses. Había adquirido un compromiso con la clínica y el centro comercial que la apoyaron en la travesía, pero, sobre todo, con otras mujeres y consigo misma, explica.

“La montaña es una fuente infinita de enseñanzas”, reflexiona en esta conversación con Velvet en su departamento con vistas privilegiadas al San Ramón y al Cerro Provincia.

Por eso no le extraña el éxito de la película “La sociedad de la nieve”, de Juan Antonio Bayona. También conoce muy de cerca esa historia porque uno de los rescatistas de los sobrevivientes del equipo de rugby uruguayo fue Claudio Lucero, su profesor de andinismo en la Universidad Católica.

“En montañismo existe la cordada, que son tus compañeros, tu núcleo. Hay una compenetración profunda. Es muy fuerte ese colectivo. Puede que los rugbistas, ¡muy jóvenes!, quienes no tenían experiencia en montaña y sin un líder que supiera guiarlos y decirles ‘¡en fila y a bajar!’, hayan decidido esperar en medio del shock. Esperaron mucho. En ellos también operó un colectivo que los llamó a permanecer juntos”.

Durante su experiencia en los Himalayas, su equipo –su propia ‘Sociedad del Everest’– lo conformaron sus dos hijas Elisa y Natalia (tiene tres, la tercera es Sofía) encargadas de logística y de comunicaciones, junto a Lhakpa Sonam y Pasang Gelu, sherpas. El primero tendría un papel clave en esta historia que une épica y tragedia.

–¿Por qué recién hoy decide revelar esta dramática experiencia?

–En su momento podía quitar protagonismo a lo que fue el propósito original de la expedición. Tampoco había tenido la oportunidad. Además, fue un accidente que no me impidió subir porque ya venía de la cumbre.

–¿Qué ocurrió?

–La última jornada tomó demasiado tiempo. Fueron 20 en total, desde el campamento final hasta los 8 mil 848 metros de la cumbre para luego volver a bajar. No puedes acarrear agua para esas veinte horas porque es físicamente imposible. Y con 40 grados bajo cero, aunque le eches al termo agua hirviendo, cualquier líquido se congela.

–¿Cuándo nota que sufre un congelamiento?

–Por la noche, cuando llego a dormir a ese último campamento. Me saqué la bota y veo que los dedos de mi pie izquierdo se están poniendo de un color rojo a negro. Una quemadura por frío, básicamente. Y todavía estábamos a 8 mil metros…

–¿Qué piensa entonces?

–En llegar al campamento base. Mientras más tiempo pasa sin tratar la lesión, menos posibilidades de revertir el proceso y evitar la amputación de una mano, de una nariz. En mi caso, de mi pie izquierdo.

–¿Cuál fue el siguiente paso?

–Pedí ayuda. Cuando me saqué la bota triple y veo mi pie inflamado de ese color y adormecido, llamé de inmediato a la base, donde están mis hijas. En ese momento entiendo que otros deben decidir por mí: estoy lesionada a ocho mil metros de altura, siempre con oxígeno. Por una razón fisiológica tu capacidad de razonar se complica y llamas a otros para que actúen. Tú no decides.

–Iba con todo en orden, equipada. ¿Qué pasó?

–Aquí no hay mala suerte. No es sólo el frío, sino que son varios los factores que influyen: la hidratación, principalmente; la humedad… Después de 20 horas mi bota y varios pares de calcetines estaban muy húmedos y yo muy deshidratada. También está el tiempo de exposición –más de un mes por sobre los cinco mil metros–, lo que significa un deterioro natural para el organismo.

–¿Qué le dicen desde el campamento?

–Que van a coordinar mi evacuación por helicóptero desde el campamento número dos. El propósito ahora era no perder el pie. Si el congelamiento avanza el tejido se va necrosando, muriendo, y podía llegar hasta el tobillo. Cuando llegué a la clínica en Katmandú ya tenía cinco dedos comprometidos.

“SIN LLORAR Y AHORA BAJA”

–Esa noche, ¿durmió?

–Absolutamente. Con Lhakpa tomamos una sopa y chao. Había sido una jornada de 20 horas y, si a eso le sumas la falta de oxígeno, caí absolutamente destruida.

–¿Qué ocurre al día siguiente?

–Partimos el descenso a las 7 am. Antes debíamos desarmar el último campamento; echarnos todo a la mochila. Sería duro. Si uno ve el Everest es una pirámide y, por sobre los 8 mil metros, la cara que da al sur es conocida como el “Triángulo de la Muerte”. La vida humana a esa altura no es posible por la falta de oxígeno y puedes estar sólo por un tiempo muy definido. Tenía, además, que descolgar unos 600 metros por la pared del Lhotse. En total, dos mil metros de desnivel en un día.

–¿Qué pasa por la mente en un momento así?

–Pienso en bajar. Es pura sobrevivencia. Sobre los ocho mil metros no existe el rescate ni nadie te auxilia. Imposible. Ni siquiera alguien te pasa su agua. Cada uno es su propio recurso. Yo sólo veía el campamento dos que es donde iba a llegar el helicóptero a rescatarme.

–Y el acompañante, ¿no ayuda?

–Es que a esa altura nadie puede hacer nada por ti. Mira (queda en silencio), en un momento me dio un ataque de llanto. Esa cosa de que necesitaba un abrazo; alguien que dijera “dale, aquí estoy para ayudarte”. ¡Porque veía todo tan inabarcable! Pero, entonces, Lhakpa me tomó por los hombros, me sacudió bien sacudida y me dijo “sin llorar y ahora baja”. Quedé helada, pero reaccioné y entendí que no podía gastar energías en lágrimas ni en esperar un abrazo porque eso no existe a 8 mil metros.

 

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