Por Sonia Lira
El embarazo anuncia la llegada de dos nuevas personas: un niño o niña y también de una nueva mujer. Tan revolucionarios son los cambios que ocurren en el cerebro de la futura madre que esta, incluso, puede sentir a su guagua como una extensión de su cuerpo y mente. En esta entrevista, la neurocientífica española Magdalena Martínez explica por qué la ciencia está transformando el significado de la maternidad. La palabra clave es: matrescencia.
Eso de es “carne de mi carne” es más que un cliché para condimentar alguna postal del Día de la Madre. Si ponemos atención a las últimas investigaciones en neurociencia que realizan expertas como la doctora española Magdalena Martínez García, incluso, podemos apostar por frases del estilo “cerebro de mi cerebro” para describir ese vínculo indestructible –que desafía cualquier lógica o razón– que es la maternidad.
Lo del instinto maternal queda corto al confrontarlo con estudios que confirman cómo las conexiones neuronales se modifican durante el embarazo. Se trata de un proceso bautizado como matrescencia, que no es otra cosa que la transición de mujer a madre, de un modo similar a cómo la adolescencia es el paso de la niñez a la adultez.
Una mujer nunca más será ella sola –como dijo en su momento y por pura intuición la actriz italiana Sofia Loren–, sino que antes de tomar cualquier decisión su norma será pensar por dos: por ella y por su hijo o hija.
Tan apasionante es el tema y esa metamorfosis que ante la pregunta de si ya es mamá, Martínez –quien es investigadora del equipo NeuroMaternal del Hospital Gregorio Marañón de Madrid– responde que aún no, pero que piensa hacerlo ya que, entre otros motivos, “¡tengo ganas de ser mi propio experimento!”.
La doctora sabe de primera mano que la gestación y la crianza de un recién nacido son las épocas de mayor neuroplasticidad (capacidad del cerebro para formar nuevas conexiones y así reorganizarse) en la vida de una persona adulta.
Esta ventaja evolutiva ya había sido intuida en los años 70 por la antropóloga estadounidense Dana Raphael, quien le dio a este proceso el nombre de matrescencia.
–¿Por qué este término recién hoy tomó vuelo?
–Gracias a todas las investigaciones (con imágenes) que demuestran cómo la maternidad está llena de adaptaciones cerebrales y cognitivas, al igual que durante la adolescencia. De hecho, en nuestro grupo NeuroMaternal encontramos transformaciones muy similares en dos grupos, de madres y de chicas adolescentes.
–¿Qué es lo que más le impactó de estos hallazgos?
–Lo pronunciados que son los cambios de sustancia gris cerebral durante el embarazo: hasta un 5% de reducción que, a lo largo del posparto, parece recuperarse parcialmente. También la consistencia de estas modificaciones, ya que las encontramos con diferentes muestras de madres, tanto en España como en otros países.
–Las madres pierden materia gris, pero ganan “cognición social”, dicen los estudios.
–Los cambios que detectamos afectan a muchas regiones cerebrales. Pero son especialmente pronunciados en una red en concreto: la red por defecto (“Default Mode Network”, en inglés). Muchos estudios demuestran que estas redes se activan en gran medida en tareas que requieren que los participantes comprendan a los demás e interactúen con ellos.
–¿Por ejemplo?
–Percibir e interpretar el estado emocional de los demás; mostrar empatía hacia otras personas; inferir las creencias e intenciones del resto y realizar juicios morales sobre el comportamiento de los otros.
–Todos cambios cerebrales para apoyar la crianza.
–Es posible que la red por defecto del cerebro se agudice para inferir el significado de las señales del bebé, aunque esto también requiere, por supuesto, de mucho aprendizaje y prueba y error.
–Pero la pérdida de materia gris suena como algo negativo. ¿Lo es?
–No, no lo es. Aún no sabemos exactamente a qué se deben estas reducciones de sustancia gris a nivel celular, pero ningún resultado sugiere que estos cambios sean negativos para las madres. En efecto, encontramos asociaciones entre estas transformaciones y el vínculo maternofilial posparto, lo que sugiere que son adaptativos a la maternidad.
–Entonces, lo importante no sería cuánto sino para qué.
–De hecho, hay muchos procesos de neuroplasticidad que conllevan ‘reducciones’ de ciertos marcadores cerebrales. Por ejemplo, la famosa poda sináptica (o poda neuronal). También menos proliferación glial para evitar neuroinflamación. Incluso, disminución de neurogénesis hipocampal (asociada a la memoria) a veces se relacionan con aspectos positivos de la cognición.
–¿Esta poda neuronal es similar a la de la adolescencia?
–No hay evidencia ni en humanos ni en roedores, de que durante el embarazo haya una poda sináptica parecida a la de la adolescencia. Pero la poda cerebral es una manera sencilla de explicar por qué, a veces, menos es más en neurociencia.
–¿Qué ocurre, entonces, con fenómenos como el “mommy brain”?
–El 80% de madres reporta algún tipo de declive cognitivo durante el embarazo, lo que se conoce popularmente como “mommy brain” (“cerebro de mamá”). En ese sentido, sí, es real. Pero los motivos que las llevan a reportarlo muchas veces incluyen la “profecía autocumplida”: las madres interiorizan este discurso y están mucho más pendientes de detectar cualquier fallo que puedan tener al respecto. De hecho, los estudios científicos detectan sólo déficits de memoria sutiles, que no dificultan en absoluto el funcionamiento de la madre.
–¿Y cuál sería su hipótesis?
–Que durante el embarazo tu atención y recursos cognitivos se centran en el bebé y en la maternidad. Como nuestros recursos son limitados, esta especialización puede hacer que en momentos puntuales se te olviden ciertas cosas. Pero no es nada de lo que preocuparse. La maternidad conlleva más adaptaciones que pérdidas y ahí está la parte interesante.
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