Con una mirada mordaz e implacable y sin abandonar su característico sarcasmo, el periodista y columnista analiza en su nuevo libro a los personajes, los momentos icónicos y las promesas incumplidas de los años 90 en Chile. Según Óscar “pensábamos que seríamos un país desarrollado en 2010”, afirma sin nostalgia.
Por Juan Cristóbal Villalobos Fotos Bárbara San Martín
Si Óscar Contardo hiciera una serie sobre los noventa, la banda sonora incluiría Tren al sur de Los Prisioneros, Doble opuesto de La Ley, y Dame luz de Nicole. Empezaría en una noche en el Teatro Esmeralda, en una fiesta Spandex; tendría escenas ambientadas en La Batuta y en El Liguria de Manuel Montt. Un personaje central sería la cantante Javiera Parra, quien conecta a Álvaro Henríquez, al director Andrés Pérez y a la vedette trans Candy Dubois, lo que produce un estallido creativo y transgresor. Como telón de fondo, Pedro Lemebel aparecería como cronista disidente y Enrique Correa como el gran gestor de la transición política. Alejado a este mundo, pero en un rol clave porque encarna el sello winner y el “no estoy ni ahí” de esos años, participaría también Marcelo Ríos.
Contardo es conocido por sus columnas, donde desmenuza la actualidad política, y por sus libros, que van desde la biografía de Pedro Lemebel y la historia gay en Chile, con Raro; hasta una develadora crónica social con Siútico; pasando por la denuncia de los abusos en la Iglesia Católica, con Rebaño. Ahora presenta “La era del entusiasmo”, su décimo título.

Según el cronista, la década empezó con el plebiscito de 1988 y terminó con el retorno de Augusto Pinochet a Chile en marzo de 2000.
“En esos años confluyen dos elementos inéditos: una democracia largamente esperada luego de una dictadura muy dura, y una prosperidad económica que dura un largo periodo. Eso trae una promesa de futuro. Pensábamos que cada año iba a ser mejor que el anterior, que seríamos un país desarrollado en 2010. Existía un espíritu de entusiasmo mayoritario, que valoraba el consenso y evitaba cualquier crítica”, explica.
Contardo publicó en 2002, junto a Macarena García, La era ochentera, un retrato social y político de esos tiempos. Lo suyo es rescatar la microhistoria. “Busco dejar registro de formas de vida que se van perdiendo. Un libro de historia no va a relatar lo qué pasaba en la Blondie o cómo surgieron las fiestas Spandex; tampoco el impacto de ciertos comerciales que marcaron época. O qué pasaba en Chile en términos de consumo, para que el personaje de un spot, como el gasfíter Faúndez, representara tanto”.
–Tú afirmas que al empezar la década los chilenos tratan rápidamente de dejar atrás lo anterior.
–No olvidemos de dónde veníamos y el contraste con una dictadura durísima. Al abrirse la posibilidad de algo mejor, por supuesto que se trató de tomar distancia de esa oscuridad. Esa voluntad puede ser vista como ingenuidad, pero también refleja la necesidad de un respiro.
–¿Qué sucede con la cultura en los inicios de la transición?
–Rápidamente, surge una frustración debido a la censura sistemática y a la demonización de ciertas expresiones culturales. Pero, por otra parte, la prosperidad económica permite, sobre todo en el ámbito de la música, que todo lo que antes era “under” y marginal genere una proto industria musical. Ahí los íconos son Los Tres y La Ley y, al principio de la década, Los Prisioneros, con su disco Corazones.
Paralelamente, se produce la consolidación de las áreas dramáticas de los canales, principalmente en TVN y Canal 13. Esto tiene como efecto secundario el que los actores, gracias a sus buenos sueldos, tengan recursos para montar obras. Algo que sin esa plata hubiera sido mucho más difícil de hacer.
–¿Qué impacto tuvo Andrés Pérez y la Negra Ester?
–Es un sello de la década. La Negra Ester se estrena en diciembre del 88 y se transforma en la obra más vista con un gran éxito de crítica. Es un teatro que rescata una chilenidad perdida y que crea una comunidad de actores y de músicos que serán muy importantes. Entre otros, los Parra y Los Tres, que logran que la cueca se convierta en algo gozoso, no simplemente un acto oficial.
–Otra muestra de lo chileno que se pone de moda es el boom del restaurante El Liguria.
–Hasta ese momento, teníamos la autopercepción de ser un país al que el mundo le daba la espalda, que era conocido solamente por la dictadura, alejado de todo. El orgullo nacional estaba muy malherido. Entonces, aparece la figura del chileno ganador y de Chile como jaguar. Esta revalorización necesita un contenido y así surge La Negra Estar y la cueca brava. En ese contexto, lo que hace El Liguria es recrear una tradición, fundiendo elementos típicamente nacionales con costumbres que no eran tan chilenas, como la ensoñación de un bar urbano y abierto hasta muy tarde, más luminoso que el típico bar nacional. Otra muestra de la reinterpretación de la chilenidad es la popular Jein Fonda y el éxito en el extranjero de varias bandas chilenas.
–¿Esa reivindicación de lo chileno sigue vigente hoy?
–Hoy, los jóvenes parten de una base muy distinta. En los noventa el estereotipo era que los chilenos éramos apocados, reservados y que tendíamos al fracaso. La posibilidad de un triunfo se veía como algo muy periférico. Eso ha cambiado. Ya no nos autopercibimos como un pueblo fracasado. A esto hay que sumarle que en la actualidad el orgullo local se ha fortalecido en contraste con el inmigrante latinoamericano.
–¿Por qué en Chile no huboun movimiento como la Movida española, que nació justamente cuando en ese país volvió la democracia?
–Existió esa posibilidad, porque había un movimiento artístico underground relevante que venía de los ochenta. Pero a diferencia de España, donde la Movida tuvo el apoyo político explícito del PSOE, aquí eso no pasó. Lo más cercano fue la ayuda que el entonces ministro Enrique Correa le dio a las fiestas Spandex y a Andrés Pérez, pero no era algo institucional. No es lo mismo tener a alguien como el socialista Enrique Tierno Galván como alcalde de Madrid, que fue el gran impulsor de todo ese movimiento artístico y cultural, que a Jaime Ravinet, alcalde de Santiago en es esos años.
–Pero en Chile podría haber aparecido de forma espontánea.
–Lo más parecido al destape español se dio en la Spandex y luego en la Blondie. Pero eran las periferias del Chile de entonces. Sin embargo, el poder de la Iglesia y del conservadurismo era mucho mayor que el empuje que podían tener esos movimientos. En gran medida, el destape no se dio porque los sectores más conservadores de la élite estuvieron muy atentos a frenarlo.
–También apareció una nueva manera de ser joven.
–Efectivamente, algo a lo que contribuye una generación de jóvenes con ambiciones literarias. Ahí el autor que marca la década es Alberto Fuguet y, en menor medida, algunos escritores que confluyen en el suplemento juvenil Zona de Contacto, de El Mercurio.
–¿Cómo es este nuevo joven?
–Tiene mucho que ver con el espíritu de la época, con ese entusiasmo, con esa ambición de imitar la forma de vida de los jóvenes de Estados Unidos y, en menor escala, de Inglaterra. Lo novedoso es que ahora había más información disponible de lo que realmente pasaba en el mundo. Fundamentalmente, era la mirada burguesa de una clase media acomodada, que es donde mejor se representa esta emoción por lo nuevo.
–Muy distinto a los jóvenes de los ochenta.
–La diferencia es que, en esos años, lo juvenil y contestatario era underground. Luego eso se transforma, como dirían en La Zona de Contacto, en mainstream. Paralelamente, en las teleseries surgen los jóvenes como los protagonistas, especialmente la joven liberada. Esa mujer ya no está en los márgenes, sino que en el centro de los medios de comunicación. Y ese es un cambio súper importante.

Óscar Contardo no rehúye las polémicas. Al contrario, pareciera que las disfruta. No tiene problemas en enfrentarse públicamente a examigos, a periodistas que –a su juicio– protegen la impunidad de los poderosos, a políticos intocables o a figuras de la Iglesia, especialmente los jesuitas. “A mí me cuesta mucho olvidar y mucho más perdonar”, reconoce. Pero luego agrega: “aunque sin duda hoy estoy más temperado. Y eso es producto de los años”.
En 2025, el periodista cumplió 50 y reconoce que se sintió muy extraño. “Fue desconcertante. Yo pensaba que me iba a morir antes; que el límite eran los 40. Ahora supongo serán los 60, pero no quiero ni pensarlo. En ninguna parte envejecer es gracioso, es más, puede ser una pesadilla”.
–Otro elemento que marca la década es la influencia de la Iglesia.
–El poder de la jerarquía católica y de movimientos como el Opus Dei, Los Legionarios de Cristo y Schoenstatt era incontrarrestable. Los obispos opinaban de todo y eran escuchados. Si decían que un grupo era satánico, como sucedió con Iron Maiden, este no podía actuar en Chile. La Iglesia era una verdadera “guardabarrera” del pensamiento. Eso se veía especialmente en la televisión con, por ejemplo, el boicot de la campaña de prevención del VIH. Algo parecido sucedía con el Ejército, con el tema de los derechos humanos.
–Tú recuerdas también cuando ciertos sacerdotes se ponen de moda.
–Exactamente, aparece la figura del cura carismático con tribuna en los medios, como Felipe Berrios, John O’Reilly, Luis Eugenio Silva y Renato Poblete. Ellos son algo distinto de la jerarquía católica: cercanos a determinados grupos, siempre de la élite, representaban distintos matices dentro de la muy poco diversa clase alta chilena. Estos sacerdotes, alguno de ellos asociados a la beneficencia, definían lo que era bueno y malo.
–¿Cuál fue el legado de la década?
–El consumo y el surgimiento de una clase media para la que lo más importante es el progreso individual.
–¿Eres más crítico de los ochenta que de los noventa?
–Ahora estoy mucho más matizado. Además, soy más realista con lo que es la política.
–Pero sigues siendo muy cuestionador del Frente Amplio…
–El FA no ha reflexionado sobre su paso por el gobierno, y no veo ninguna señal de que esté dispuesto a hacerlo. Este análisis debería haber empezado luego del fracaso de la primera asamblea constituyente, y haber incluido a toda la izquierda. Esa derrota fue demasiado contundente y una muestra de la desconexión de ese mundo especialmente con los sectores populares. Después, vino el surgimiento de la ultraderecha, sobre lo que tampoco se ha reflexionado, ni siquiera el Presidente Gabriel Boric lo ha hecho. Yo creo que el Frente Amplio piensa que lo ideal es que gane la derecha y prepararse para asumir el gobierno en el período siguiente.