Annie Leibovitz fue invitada a fotografiar a la Reina Isabel II en dos ocasiones, en 2007 y en 2016. Fue la primera fotógrafa estadounidense a la que la familia real le pidió que lo hiciera, y lo consideró un honor. Como escribió Leibovitz en su libro At Work de 2008: “Estaba bien que yo fuera respetuosa. Los británicos están en conflicto sobre lo que piensan del monarca. Si un retratista británico es respetuoso de la monarquía, se le percibe como cariñoso. Podría hacer algo tradicional”.
Las imágenes de 2007 contienen toda esa admiración y respeto que se puede esperar, pero la sesión no salió del todo según lo planeado. Leibovitz había querido fotografíar a la reina montada a caballo en el Castillo de Windsor. En cambio, le dieron 25 minutos en el Palacio de Buckingham. La reina llegó tarde, no estaba de muy buen humor y llevaba una tiara, lo cual no estaba en el plan de Leibovitz (se suponía que la tiara se utilizaría más tarde en la sesión de fotos). Leibovitz preguntó si podía quitarlo para que la imagen fuera más simple. “Menos elegante”, fue como ella lo expresó. “¡Menos elegante!” respondió la reina. “¿Qué crees que es esto?”
En una entrevista realizada horas después de la noticia de la muerte de la reina, Leibovitz habló con cariño sobre esa sesión de 2007, aunque admitió estar nerviosa y recordó la segunda sesión años después en el Castillo de Windsor, en honor al 90 cumpleaños de la reina, donde estuvieron presentes sus nietos, bisnietos y corgis. Ambas sesiones entregaron imágenes históricas: “Sin duda fue un desafío épico”, confiesa Annie. “Ella pensó en esto como su deber y parte de su trabajo: posar para las fotografías”.
“Nunca entendí por qué la reina me pidió que le tomara una foto la primera vez. Me enteré cuando entré para la segunda sesión 10 años después. Quería que la reina posara para mi libro Mujeres. Para esa primera sesión, quería un retrato directo e inteligente. Pensé que esta sería mi única oportunidad de fotografiar a la reina. Me dieron menos de media hora. Me mostraron catálogos de su ropa y joyas y me pidieron que eligiera lo que se pondría. Elegí un vestido largo dorado como base. El resto, la capa oscura con la que Cecil Beaton la fotografió, la túnica de la Orden de la Jarretera y un abrigo de piel, que se lo pondrían encima y se lo quitarían durante la serie fotográfica.
Probablemente era la persona más fotografiada del mundo y recordaba momentos como cuando le dije que estaba usando a Beaton como referencia para trabajar en sus retratos y me dijo: “Tienes que encontrar tu propio camino”. En un momento en que las cosas se habían calmado, después del malentendido acerca de si ella usaba la tiara o no, se instaló en el salón para ser retratada y se quedó callada. Luego dijo: “Creo que la princesa Margarita habría sido un tema mucho mejor”. “Ese momento de vulnerabilidad, en medio de la sesión cuando pensó que tal vez ella no era un tema lo suficientemente bueno, cuestionándose a sí misma. Pudimos ver todos los lados de ella ese día”, cuenta Leibovitz.
Y luego, diez años después, la connotada fotógrafa recibe otra llamada. “Pregunté si podía ser en Balmoral y me dijeron que no, que sería en Windsor. Esta vez, ella tenía ideas para la producción de fotos. Quería a sus nietos y bisnietos, a la princesa Ana y a sus corgis. Probablemente la parte más entrañable en esa sesión con ella fue con los nietos. Corrían por ahí llamándola “abuela”, fue caótico y le preguntamos si dejaría que la princesa Charlotte se sentara en su regazo. Mia Tindall [otra bisnieta], no lográbamos que entrara dentro de la fotografía, estaba corriendo pero finalmente la Reina le dio su bolso y Mia comenzó a revisarlo y regresó al lugar de la fotografía y rápidamente tomamos un par de fotos”.
“Recuerdo que me fui pensando si había logrado todo lo que me había propuesto. Por supuesto que tenía muchas ganas de fotografiarla conduciendo su Range Rover en Balmoral. Era tan frustrante porque la veía conduciendo, justo en frente de mí, en Windsor. La reina estaba en buena forma, caminando todos los días. Ella me mostró sus jardines”, recuerda Annie Leibovitz. “Estaba tranquila. No era especialmente conversadora ni ponía un tema de conversación. Si sacabas un tema, ella hablaría al respecto. Su deber era posar para las fotografías, y se entregó totalmente al proceso, para que pudiera usar mi creatividad y mi imaginación”.