Por Lenka Carvallo Fotos Sebastián Utreras
No es casual que la embajadora de Marruecos se emocione durante esta entrevista. Su historia parece extraída de una novela, de esas donde nacer mujer en ese reino situado al norte de África simboliza una dura carga cultural.
Eso es precisamente lo que emociona a esta lingüista y antropóloga, quien desde su adolescencia decidió luchar contra la desigualdad de género a través de la educación, la cultura y la política. Una tarea donde no deja fuera a nuestro país, también marcado por prejuicios y gruesas ataduras.
En una comida en su residencia, donde invitó a un selecto grupo de políticas de diversas tendencias, Kenza El Ghali les habló de la novela que ahora escribe y a la que está dando los toques finales. “Es sobre mujeres que huyen del harem. Pero no se confundan, que no me refiero solo a los harems que ustedes han visto en las películas, sino a aquellos que también existen en Chile y donde las mujeres no tienen las mismas posibilidades que los hombres de dirigir grandes empresas, por ejemplo, porque se encuentran relegadas a un determinado lugar. Cuando hablo de los harems me refiero a los tabúes que aún imperan”, dice la diplomática, siempre con su pañuelo cubriéndole el pelo (hiyab), propio de las mujeres de la cultura musulmana.
“ME CASÉ A LOS 16 AÑOS”
“Las mujeres en Marruecos han pasado por varias etapas a lo largo de la historia”, sostiene Kenza El Ghali con un tradicional vaso de té de verde, un rito que el mayordomo de la residencia diplomática ofrece con una delicada tetera repujada en plata sobre vasos de coloridos cristales que transportan a este país, que durante siglos fue la puerta de entrada para caravanas de comerciantes europeos y africanos.
Durante siglos el reino de Marruecos fue uno de los más avanzados y modernos de la cultura islamita, lo cual aún se mantiene. Un progreso marcado por avances y retrocesos, como ella misma describe.
“Aunque tenemos la primera universidad del mundo construida en la ciudad de Fez por una mujer, también hemos vivido retrocesos después de la decadencia de Al-Ándalus, en 1492; la caída de Granada donde muchos moriscos se refugiaron en Marruecos, principalmente en las ciudades de Fez, en Tetuán y Salé, trajeron con ellos la cultura morisca y sefardí. Después vino el oscurantismo, la Edad Media, y así a través de distintos procesos históricos, los derechos de las mujeres retrocedieron, y Marruecos se transformó en una sociedad conservadora donde impera el patriarcado”, explica.
Diferencias que en los sectores rurales y semi rurales eran aun más drásticas, como en Taunat, zona al norte de Marruecos y el lugar de infancia de Kenza El Ghali.
“En mi lugar natal las niñas se casan jovencitas, a los los 14 o 16 años. Luego de eso su vida consiste en atender al esposo, a la familia, a los niños. Pero a mí eso no me convencía, quería algo distinto. Tampoco tenía ninguna referencia en mi familia; mi mamá nunca fue a la escuela y se dedicó a su familia, tal como lo hizo mi abuela y así por generaciones. Pero yo quería algo mejor”.
Kenza devoraba libros y soñaba con la mujer que sería en el futuro. “Los textos me abrían espacios imaginarios, virtuales, de que era posible otro destino. Leí mucho sobre mujeres en sociedades aun más conservadoras, que lo pasaron mal y que sin embargo habían logrado emanciparse y ser líderes. Eso me intrigaba: yo también podía ser como ellas”.
Con un futuro trazado por la férrea tradición marroquí, a los 16 años Kenza conoció a quien sería su marido. “Me ofreció matrimonio. Le dije que claro, pero a condición de continuar con mis estudios y luego ir a la universidad, para lo que debía trasladarme a la ciudad de Fez”.
El novio aceptó aunque con una reserva. “Él fue muy claro; me dijo que financiaba la boda o mis estudios, porque su situación como profesor no le permitía correr con ambos gastos. Estamos hablando que la tradición implica una semana entera de fiestas, es muy caro”, comenta. Para sus padres fue un desastre. “Mi mamá estaba triste, había un gran malestar entre mis padres; en su cultura, cuando un hijo se casaba y no había festejos, la gente sospechaba; podían creer que me habían deshonrado y mi madre tenía otras tres hijas que casar. Pero perseveré en mi lucha”, recuerda.
Con el tiempo sus padres terminaron por apoyarla. Kenza terminó el colegio con las mejores notas de su generación y entró a la universidad. Fue el propio rey Hasan II quien la distinguió por sus méritos junto a una delegación de estudiantes destacados.
“Fui muy pionera en mis proyectos, todo lo hice sola. Mi esposo se quedaba en la casa con los hijos y mi mamá lo ayudaba”.
Algo nada común por aquel tiempo ni mucho menos la suerte que corrieron muchas de sus amigas. “Siempre digo que nací bajo una buena estrella”, reconoce.
La embajadora estudió lingüística e hizo su tesis doctoral en socio-antropología, centrada en movimientos migratorios, particularmente femeninos. Pronto se convirtió en sindicalista. “En la zona donde vivía y en la que trabajaba mi esposo, en Taunat, un sector semi-rural, la tasa de analfabetismo era muy alta; cuando las mujeres recibían cartas de sus esposos, quienes trabajaban en las grandes ciudades, debían acudir a la profesora del barrio o al imán de la mezquita o algún vecino para que se las leyera. Los secretos de la familia quedaban divulgados en el pueblo y todo el mundo sabía lo que pasaba…”.
Un grupo de mujeres le pidió que les hiciera clases. “En la casa teníamos un pequeño garage. Empezamos con seis mujeres. Luego, desde la delegación educacional de Taunat, me ofrecieron crear una ONG. Yo ni sabía qué era eso”.
Así, nació la organización contra el analfabetismo y de defensa de las mujeres y protección de medio ambiente. “En siete años logramos alfabetizar a 6000 mujeres”, cuenta con orgullo.
Pero aún faltaba y Kenza inició un nuevo reto: luchar contra la violencia de género, en especial por la situación que vivían las madres solteras en la zona. “Las conectábamos con ONGs para ayudarlas a salir de la vulnerabilidad junto a sus bebés”.
En lo político, fue secretaria general de la mujer trabajadora en el sindicato en la provincia de Taunat. Y luego en el partido de la Independencia.
–¿Cómo llegó a la política?
–Gracias a mi hijo. Él militaba dentro de un partido y en la zona donde vivíamos no existía una sede por lo que las reuniones eran en nuestra casa. Cuando terminaba mis tareas dentro del hogar, me sentaba en un rincón a observar. Cuando preguntaba por qué sólo eran hombres, la explicación era que el trabajo rural era masculino y había que velar por sus necesidades. Empecé a interesarme y a trabajar en colectivos y ya no de forma individual. Así empecé a hacer carrera hasta que me presenté como concejala, luego fui vicealcaldesa de Fez, encargada de la comisión de finanzas en la municipalidad; y luego me incorporé en el Congreso en la junta directiva como vicepresidenta. Y por mi manejo del español y mi interés por Latinoamérica, en el parlamento me nombraron coordinadora con la región. Mi especialidad de toda la vida son los estudios hispánicos. Conseguí que el congreso de Marruecos tuviese el estatuto de observador ante el Foro de presidentes de organismos legislativos en Centroamérica y el Caribe; el Parlacen en Guatemala, el parlamento andino en Colombia, y el Parlatino en Panamá, también en el Foprel en Nicaragua. Y esta conexión también con políticos e intelectuales de la zona enriqueció y amplió mi punto de vista al recorrer casi todo el continente americano por los foros en los que participaba representando a mi país”. Un tiempo en el que Kenza se enfocó en el sufrimiento de las marroquíes secuestradas en los campamentos de Tinduf, cuando en 1975, tras la recuperación de territorios que se encontraban bajo el protectorado español, muchas mujeres marroquíes fueron secuestradas y llevadas campamentos. “Son mujeres sin voz”, dice.
Así, en el Parlamento marroquí Kenza El Ghali impulsó la creación de una comisión de género en el marco del foro de organismos legislativos de Centroamérica y el Caribe. “El primer encuentro fue en Rabat el año 2016, para solidarizar con las mujeres de Tinduf. Junto a las diputadas escribimos una carta al entonces secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, denunciando el abuso que ellas padecen”.
EL COSTO DE SER FEMINISTA
Autora de varios libros, entre ficción, ensayos y traducciones del árabe al español y viceversa (ha traducido la obra de Gabriela Mistral y parte de los volúmenes del historiador Sergio Villalobos), hoy se encuentra terminando la que será su próxima novela. Una serie de relatos basados en casos reales, de los que fue testigo mientras hacía su investigación de campo para titularse como antropóloga.
“Hubo una mujer que se casó con su primo, pero no le pudo dar hijos y, a pesar del amor que los unía, él decidió casarse con otra mujer porque en su familia era importante tener un heredero. Ella, con gran dolor, decidió divorciarse; le era imposible tolerar la poligamia, que en Marruecos era aceptada, aunque ya no se practica gracias a los avances en los derechos de la mujer”.
La embajadora también da cuenta de otro caso también presente en su libro: “El de una chica cuyos padres la iban a sacar de la escuela para casarla con un hombre muy rico que les daría un nuevo rango social. Ella sabía que quedaría atrapada en esa gran casa y no podría cumplir su sueño de entrar a la universidad, entonces huye y, con ayuda de amigos, entra clandestinamente a España, tal como muchas mujeres que migran a ese país”.
–¿Ha tenido un costo muy alto ser feminista en un entorno tan conservador?
–Todos los logros tienen un costo. Primero como mujer, porque la carga familiar para mí fue muy fuerte; aun cuando estuve fuera estudiando siempre me mantenía conectada con mis hijos. Y luego, una vez que volví, tenía que encargarme de todas las tareas del hogar a pesar del peso que significaba estar en un partido político y después en el Congreso. Porque esta es una sociedad machista y una mujer, haga lo que haga, es una mujer. Entonces yo soy madre, esposa, profesora, pero también política y tengo que dar una imagen de progresista e intelectual.
Toma un poco del tradicional té verde. “Muchas veces me veo como Virginia Woolf y su ensayo, Un cuarto propio. Porque cuando me tocaba estudiar no tenía un escritorio donde trabajar. Cuando mi hijo mayor era un bebé y yo tenía exámenes en la universidad, en pleno mes del Ramadán, tenía que darle pecho, pero al mismo tiempo hacer la harira para romper el ayuno y a su vez estudiar…
Muchas noches, cuando al fin todos dormían, me iba a algún lugar tranquilo de la casa para concentrarme y estudiar…”.
Suspira: –No fue fácil. Me entregué totalmente. Es mucho esfuerzo y no se reconoce fácilmente; las mujeres tenemos que luchar mucho más; los hombres son los jefes de sindicatos, ministros, alcaldes, presidente de partido y a las mujeres les cuesta un esfuerzo enorme llegar ahí. Por eso estoy muy agra- decida del rey, Mohamed VI, que ha sido muy progresista. Mucho de esto también se debe al activismo de las feministas, por nuestra lucha dentro de partidos políticos, de sindicatos, de ONGs para lograr esta igualdad de oportunidades y que las mujeres puedan vivir en paz y tranquilidad. Así, en la nueva Constitución del 2004, por ejemplo, se reformó el código de fami- lia. Hoy las mujeres mayores de edad ya no requieren un tutor para casarse –y que podía ser el padre, un hermano, un tío, pero siempre un hombre–. Otro cambio fue que los bienes adquiridos dentro del matrimonio ya no pertenecen solo al hombre sino que se comparten; y la mujer puede pedir el divorcio sin perder la tutela de los hijos, entre otros”.
Por eso, Kenza El Ghali se siente orgullosa de representar a su reino en nuestro país. “Hoy por suerte mis cuatro hijos (entre los 24 y los 36 años) están grandes y puedo dedicarme a mi trabajo y a mi país. Estoy acá, muy contenta con Chile, un país que quiero mucho”.