La joven que creó la fundación Tremendas acaba de ser invitada por Michelle Bachelet para representar a Chile este noviembre en la COP30. Feminista, de izquierda, cree que las críticas al wokismo son reflejo del agotamiento de una agenda que no debiera perder vigencia. “Hay una vara invisible que mide qué tan feminista eres”, advierte.
Por Marisol Olivares Fotos Bárbara San Martín
En el pabellón de mujeres de la Expo Osaka 2025 de Cartier, un holograma de Julieta Martínez (22) recibe a alrededor de mil visitantes diarios desde agosto hasta octubre de este año. La tecnología creó a la joven de 22 años vestida de negro, hombros al aire, piel mate, pelo liso y rubio que repite en inglés perfecto un mensaje: “El cambio comienza con pequeñas acciones que pueden tener un impacto significativo. La clave es empezar. No importa cuán pequeña sea la acción, cada una cuenta. La empatía, la compasión y la solidaridad son fundamentales para crear un futuro más brillante”.
La imagen fue creada por inteligencia artificial, pero desde hace siete años que Julieta está presente, en carne y hueso, en los grandes encuentros mundiales. En 2021 abrió la COP26 en Madrid junto a Hillary Clinton. Un año más tarde estuvo con Macron. A principios de este mes, como es costumbre, un mail de Naciones Unidas llegó a su correo electrónico, pero este la emocionó especialmente: fue invitada para representar a Chile en la COP 30 a fines de noviembre. La recomendó Michelle Bachelet.
En los últimos meses, además de viajar a Osaka y toparse con su propio holograma, pasó por Bruselas para participar en el Programa de Visitantes de la Unión Europea, y por Cambridge, donde integró un panel sobre juventudes, género y política global. Finalista del Premio Princesa de Girona en la categoría Internacional, parte de la lista Forbes Under 30 Latam por tercera vez y charlista TED, combina su trabajo de activista con sus estudios de antropología en la PUC e impulsa en Maullín –de donde viene su familia materna– el primer hub de innovación social para niñas rurales.
La adolescente que a los 15 años fundó la organización Tremendas, hoy presente en 18 países de América Latina, a sus 22 años circula en espacios de negociación y toma de decisiones, crea contenido donde hasta enseña filosofía a través del animé, escribe columnas en El País, cita autores en cada respuesta e incomoda al poder. Y así, se está transformando en una figura política.
El chip de activista se le instaló cuando tenía 12 años. Julieta tiene una diabetes mellitus tipo I y como tal es insulino dependiente. La salud pública no cubre la “bomba” como prestación. “Cuídala”, le dijo Marcela Oyarzún, su madre, directora ejecutiva de Fundación Encuentros del Futuro, cuando le entregó la suya. Cuando recibió ese regalo que la liberaría de los pinchazos, Julieta tuvo conciencia de que era un privilegio que no todos tenían. Esa sensación encendió la chispa para ir por primera vez a una marcha y manifestarse por los derechos de la salud de los niños. Allí se inyectó el espíritu que años más tarde levantaría Tremendas, palabra que hoy lleva tatuada en el antebrazo.
“A los 15 me di cuenta de que no existía una mirada hacia los niños. No son sujetos de derecho, sino de protección. A mí me identificaban como ‘la Greta Thunberg chilena’ no por elección, sino porque era la referencia más fácil. Me tocó no solo el foco en los niños, sino el estallido social, que trajo conversaciones sobre justicia social, educación cívica, medioambiente y feminismo. Todo eso fue Tremendas. El concepto de ‘activista’ para mí iba más allá de salir con un cartel en la calle: era influir y llegar a comunidades. Tremendas creció conmigo: pasó de ser una vitrina para que niñas recibieran herramientas de otras, a convertirse ellas en incubadora de agentes de cambio”.
Su fundación, que partió dirigiéndose a niñas de 12 a 18 años, ahora congrega a mujeres de hasta 25 años. Según cuenta Julieta, las más chicas buscan aprender cosas puntuales, como educación financiera o cómo presentar ideas, mientras las mayores llegan con proyectos que necesitan recursos y/o espacios. “Yo sigo siendo niña en algunos sentidos, pero también una joven adulta que se enfrenta al mundo laboral, lo que me da miedo. Tremendas siempre va a ir conmigo a todos lados, pero va más allá de mí, seguirá siendo por y para las niñas”.
–¿Te pesa que te haya llegado tanto reconocimiento y exposición así de rápido?
–Ahora es distinto. Antes era “la novedad” por ser tan joven; ya no soy la más chica donde voy. Me alegra que lleguen oportunidades, porque significa que lo que hago tiene valor y que no fue algo pasajero que abandoné al entrar a la universidad.
Uno de los últimos videos que subió Julieta a su red la muestra en su preparación para el último evento de Cartier en Osaka. Delgada, con sostén negro, lleva un kimono reciclado hecho por Cris Miranda, que dice, ejerce una resistencia contra el fast fashion. Tiene el pelo suelto y un cachirulo enorme le enrosca la chasquilla. Se maquilla las cejas, ilumina su rostro con highliters y se delinea los labios en tonos tierra. Explica que decidir cómo y con qué vestirse también es un acto político, una forma de protesta silenciosa que muestra su forma de habitar el mundo.
–¿Te contactan mucho desde organizaciones internacionales o fundaciones?
–No es tanto como la gente piensa. Hay meses en los que todo está tranquilo, y de repente llega la Asamblea de Naciones Unidas y es como una ola. Ahora viene algo muy bueno a fin de mes: me escribió la presidenta Michelle Bachelet para invitarme a un evento en el marco de la COP 30. Me tiene feliz, porque le tengo mucho respeto como figura política y porque su equipo me contactó diciéndome que ella misma me había recomendado. Cuando leí ese mensaje, casi me desmayo. Para mí, es impresionante que alguien como ella tenga presente lo que hago. Es como cuando en el Foro de Naciones Unidas presenté en el SDG Action: fue un evento muy especial. Recuerdo que estaba Anne Hathaway, y fue como: “¿Qué hago yo acá?”. Son esos eventos donde tienes apenas cinco minutos para decir lo que quieres decir… y ¿qué se acuerden de ti después? Por eso me alegra pensar que mi presentación en Japón quizás le quedó grabada a alguien, y que eso pueda llevarme a otro lugar, otra persona o a otro mundo.
–¿Quieres pasar de ser “tremenda” a “memorable”?
–No. Me quiero quedar como “tremenda”.
–En Japón hiciste un video de animé y filosofía en un minuto. Dijiste una frase: ser girly no te quita lo feminista, el tema es que tú elijas serlo… ¿Te ha tocado dar explicaciones?
–Sí, y pueden venir desde el mismo movimiento feminista. Es como una vara invisible que mide “qué tan feminista eres”.
–¿Un feministrómetro?
–¡Sí, el libro Bad Feminist de Roxane Gay habla de eso: a veces soy una “mala feminista”! Por ejemplo, sé que ciertas cosas son construcciones sociales, pero igual me afectan: si salgo sin depilarme, me estreso, aunque racionalmente sepa que no debería. Para mí, el feminismo no es exigir que todas piensen igual, sino que todas tengan el privilegio de elegir. Que yo haga TikToks o me vista de cierta forma no me hace menos feminista. La clave está en la interseccionalidad y en entender realidades distintas a la tuya.
Julieta habla rápido, dice muchos modismos en inglés, cita autores de distintas ramas de la filosofía, hace analogías con canciones y lanza ejemplos sacados de series Netflix o Prime. Todo al mismo tiempo. A veces cuesta estar al ritmo lo que dice.
–¿No hay un riesgo de que tanto autor aleje a la gente?
–Sí, absolutamente. Me reconozco como una persona de izquierda y me pasa que a veces veo gente que piensa lo mismo que yo y le digo: “Deja de hablarme de sistemas y dimensiones del ser humano… ¿de qué me estás hablando?”. Entiendo hacia dónde va y está bien, pero hemos teorizado tanto…
–Así fue el Boric de primera vuelta.
–Claro. De hecho, a nivel constituyente, creo que una de las razones por las que fracasó la propuesta fue la incapacidad de entender que temas como el medioambiente o el feminismo, que parecen súper ideológicos, están totalmente asociados a asuntos más puntuales como salud, educación, vivienda, pensiones. Muchas veces, cuando hablo de ecofeminismo, al tiro hay una sensación de “qué va a hablar esta cabra hippie”. El feminismo es importante conectarlo con cambio climático, pero no me digan “le meten género a todo” si efectivamente las mujeres hoy son más afectadas por el cambio climático.
–Hay que aterrizarlo entonces…
–Sí. Mi contexto es de capital, colegio privado, con acceso a herramientas, con formación desde la teoría. Mi forma de salir de ese círculo es traducirlo. Mi “prueba” son mis abuelos que viven en Maullín: si entienden, gané. Por ejemplo: “Mira, tata, si hoy hay una inundación y una mujer pierde su casa, es viuda o no está comprometida, y no tiene ingresos, no accederá a un crédito bancario. Sin crédito, no podrá reconstruir su casa y caerá bajo la línea de la pobreza”.
–¿Por qué crees que algunos descalifican a otros tratándolos de woke?
–Es un tema de agotamiento. Lo sentí sobre todo en 2020: hablar de feminismo o acción climática estaba “de moda”. Con la Constituyente había muchos jóvenes involucrados, pero tras el fracaso se cansaron. Las marchas por el clima bajaron. Son olas: tienen un peak, luego bajan, y toca curarse, planear y volver. Y a veces cuesta pelear siempre.
–¿Qué crees que va a pasar después de este momento de polarización que vivimos, no solo como país sino a nivel global?
–La verdad, es difícil no verlo con preocupación. Figuras como Trump o Netanyahu destruyen. Pienso en Trump y me asusta. Es terrible que una parte de mí piense: “Ojalá lo haga mal para que la gente se dé cuenta de que ese no es el camino”. Pero, al mismo tiempo, no quieres que haya personas que sufran por sus decisiones. Esa es la tensión de pensar como política. Por eso siento que estoy en un limbo. No puedo decir que tengo una mirada cerrada sobre el futuro; el mundo es demasiado complejo. Pero sí creo que esta crisis puede abrir la oportunidad para replantearnos cuáles son realmente nuestras prioridades.
–En tus columnas en El País hay un lado más político. Le has pegado a Kast, Trump, Kaiser. Tu última columna se tituló “A mí me importa lo que pasó en 1973”.
–En El País me he desarrollado como adulta. Se convirtió en un espacio donde puedo hablar de temas que me interesan, como la contingencia, que asocio a temas que estudio. Mis redes sociales son muy de Tremendas. Mi última columna fue una respuesta. No solo porque no me gusta Kaiser, sino para decirle desde una mirada académica: “Mira lo hipócrita que es relativizar un golpe de Estado argumentando que es peligroso que haya un Partido Comunista en el poder”, porque los autores que mencionó fueron contrarios al PC, pero no llamaron a un golpe de Estado: buscaron una solución ética. Independiente de quién seas o por quién votes, esto no puede pasar. No podemos llegar a ese nivel.
–En 2021 apoyaste a Boric, ¿ahora vas por Jeannette Jara?
–Sí. Voté por Tohá, pero veo en Jara un esfuerzo por encontrar espacios comunes. Transmite esa intención de encuentro. No la encuentro extrema: no es Jadue. En todos los partidos hay diferencias internas, incluso entre quienes comparten ideas.
–¿Kast es extremo?
–Sí. No lo veo como una derecha moderada, aunque hable suave. Lo entrevisté y es carismático, pero eso lo hace más peligroso. Kast no me asusta, me desagrada.
–¿Y Matthei?
–Pensé que podía ganar este año, pero hoy no creo. Aprecio algunas reacciones rápidas que ha tenido, como en el caso de viralización de videos íntimos de niñas en el Lastarria, donde actuó al tiro, pero no comparto sus principios. No simpatizo con ella, pero no es Kast.
–¿Si te llamaran para participar ahora en la campaña de Jara, aceptarías?
–Depende de lo que me pidan y de qué se trate. Estuve en la campaña de Boric y hasta ahora cualquier cosa que pasa con el gobierno me dicen: “Mira a tu presidente” (se ríe). Pero son situaciones en las que si siento un contexto de riesgo me voy a movilizar porque es importante. Siento que su discurso busca genuinamente el encuentro. Sé que ella es una figura que provoca adhesiones y rechazos, sin embargo, en su discurso se nota el esfuerzo por abrirse, ser democrática, trabajar con otros y encontrar una agenda común. Eso, para mí, es motivo de esperanza.
–¿Postularías alguna vez a un cargo político?
–No quiero. Sé que me va a encontrar, pero no es un plan de mis próximos cinco días.