La libertad es el motor de esta periodista española que a los 50 años decidió ser escritora. La autora superventas habla con Velvet sobre sus pasiones, su experiencia con la maternidad y su más reciente novela, “El niño que perdió la guerra”. Dice que los totalitarismos ahí retratados resuenan en los actuales neopopulismos, movimiento woke y feminismo.
Cae la tarde en Madrid y Julia Navarro, la escritora española que ha vendido más de 10 millones de copias a nivel mundial, luce impecable y llena de energía a sus 71 años. La imagen a través de la cámara del computador no delata las semanas, días y horas que lleva en la promoción de su última novela “El niño que perdió la guerra”. Tal parece que no le hacen mella las entrevistas concedidas a los medios de los más de 30 países donde su obra es longseller. Al contrario, cómo demostrará varias veces en esta conversación vía Zoom con revista Velvet, todo este ajetreo literario la energiza.
Muy diferente era la situación hace justo 20 años, cuando esta experiodista política debutó tardíamente como escritora de ficción con “La hermandad de la sábana santa”, un ambicioso recorrido histórico desde el presente hacia la época de Jesucristo que buscaba determinar la veracidad del manto de Turín. Entonces, Julia entraba en las cinco décadas de vida y recuerda haber sentido un cansancio que sólo a lo largo de la aparición de títulos posteriores como “Dispara, yo ya estoy muerto” (2013), “Historia de un canalla” (2016), “De ninguna parte” (2021) y “Una historia compartida” (2023) aprendió a manejar.
–“El niño que perdió la guerra” es tu décima novela en dos décadas de carrera literaria. ¿Cómo vives esos números redondos?
–Vamos a ver, yo nunca miro atrás. Siempre miro hacia adelante, porque lo de atrás ya lo he vivido, ya me lo sé. Siempre tengo curiosidad por el futuro. Si pudiera hacer un viaje en el tiempo, no iría al pasado, sino al futuro. Me iría al año 4.000 o 5.000. Lo que me importa ahora es esta última novela y la que ya estoy escribiendo. Siempre tengo ese deseo de que mis libros estén entre los elegidos por los lectores.
–No deja de llamar la atención esa postura, siendo que en tus novelas revisas el pasado.
–Mis novelas transcurren en el siglo XX, que es antes de ayer. La gente tiene la impresión de que fue hace muchísimo tiempo, pero si tienes más de 24 años, tú también eres del siglo pasado (sonríe).
–¿Y en lo personal, cómo ves a la Julia Navarro de hace 20 años?
–La Julia Navarro de hace 20 años ya no existe. Lo que fui, ya lo fui. Lo que me importa es lo que soy hoy y lo que puedo ser mañana. El pasado ya está vivido, me interesa el futuro, cómo será mi próximo viaje a Chile, mi visita a la Feria del Libro de Nueva York. Esas cosas me interesan. En la vida es necesario ir cerrando puertas, porque no puedes estar siempre mirándote el ombligo, ni diciendo: “Ay, si yo hubiese hecho. Ay, si lo hubiese dicho”. Ya no tiene remedio. Y como no tiene remedio, más vale poner atención a lo que todavía te queda por vivir.
–¿Cómo se dio la decisión de dejar el periodismo por la literatura?
–Para mí, el periodismo ha sido una gran pasión. Quería contar lo que estaba ocurriendo y estar donde sucedían las cosas importantes. Si hubiera tenido 30 años, no habría dejado el periodismo. Pero cuando ya has cumplido los 50 y tienes más pasado que futuro, cuando ya lo has hecho prácticamente todo en periodismo, te quedan muy pocas cosas por hacer. Entonces, tomar esa decisión fue difícil porque me apasionaba el periodismo, pero tenía una pasión nueva, que era la de contar historias. Y yo vivo las pasiones sucesivamente; no soy capaz de vivirlas todas juntas (sonríe). Entonces dije: “Va a haber un momento en que voy a hacer algo mal, porque no puedo hacer ambas cosas”. Sentía que colapsaría. Y colapsé. Me di cuenta de que mi salud ya no daba para tanto. Entonces dije: “Bueno, ya has vivido eso, cierra esa puerta. Vamos a ver esta otra y a ver qué pasa”.
–¿Por qué dices que se afectó tu salud?
–Pues porque intenté hacer compatible el periodismo con la escritura de novelas. Me faltaban horas al día. Me levantaba muy pronto. Todos los días a las 4:00 a.m. estaba escribiendo hasta las 8:00. Luego me marchaba, estaba todo el día trabajando, volvía a casa y escribía un par de horas más. Era una locura. No tenía sentido. Por eso tomé la decisión: o hago esto o hago esto. Me di cuenta de no tengo esa capacidad para hacer ambas cosas.
–Además, ya tenías un hijo…
–Era pequeño, aunque no tan pequeño. Para mí, él lo es absolutamente todo. Es mi prioridad. Pero Álex (30, abogado) está acostumbrado a tener una madre que siempre ha estado haciendo cosas. Él seguía con su vida y, cuando llegaba del colegio, a veces yo estaba en casa y, a veces, no; porque también necesito vivir. Es decir, para escribir yo necesito tocar la vida, escuchar a la gente, viajar; necesito tocar la realidad. Por tanto, yo nunca fui una madre permanente, sino una madre intermitente. Y a él eso le ha venido muy bien en sus relaciones con las chicas, el saber que nosotras tenemos una vida propia.
A lo largo de las más de 600 páginas de “El niño que perdió la guerra”, Julia Navarro fabula sobre la vida de Pablo, un niño español que a los 9 años es enviado por su padre a vivir a la Unión Soviética en 1938 como una forma del salvarlo del avance conservador del régimen de Franco, pero que termina creciendo bajo la dictadura de Stalin. Cuando ya es un hombre, Pablo descubre que su madre Clotilde nunca dejó de buscarlo y entiende que su madre adoptiva, Anya, siempre sintió temor de perderlo. Ambas eran mujeres sensibles, artistas, que no podían expresarse en regímenes totalitarios que perseguían a los creadores y que tenían depositado en Óscar su anhelo de libertad.
“Este libro es un recordatorio de que los niños siempre pierden en las guerras de sus padres. También es un libro sobre lo que significa la maternidad. Es decir, en una circunstancia difícil, en una dictadura, las mujeres, además de todo el drama de lo que es vivir bajo una dictadura, tienen que afrontar un problema adicional: la maternidad. Cuidar a tus hijos, sobrevivir para ayudarles a sobrevivir. Lo tenemos siempre doblemente difícil. Y en este libro, que transcurre en los años 40 del siglo XX –es decir, antes de ayer–, también quiero reflexionar sobre ese papel subordinado de las mujeres a los hombres. Incluso los hombres más avanzados en sus ideas en aquella época seguían teniendo esa mirada hacia sus mujeres. Eso es parte de la conversación que quiero generar con ‘El niño que perdió la guerra’. Venimos de una sociedad en la que las mujeres estaban subordinadas a los hombres. Eso ha cambiado en algunos países, pero en otros no. Esa llamada de atención es para recordarnos que todavía nos quedan muchas batallas por librar y que no basta con que en nuestros países haya un reconocimiento de derechos de igualdad entre hombres y mujeres. Mientras haya una sola mujer en el mundo subordinada a un hombre, mientras haya una mujer que no pueda acceder a una educación porque es mujer, mientras haya una mujer que cobre menos que un hombre por el mismo trabajo, mientras haya una mujer que tenga que taparse el rostro porque lo consideran pecaminoso… Bueno, nos quedan muchas, muchas batallas por dar”.
–¿Había algo en tu historia familiar algún episodio relacionado con eso?
–No, no. No hay un evento específico, más bien este libro es el fruto de toda una vida, de lecturas y reflexiones. Sí es verdad que la primera vez que leí el “Réquiem”, de Anna Ajmátova (poeta rusa cuyo marido fue fusilado y su hijo relegado a Siberia), sentí una enorme sacudida, y eso me llevó a querer saber quién era la persona detrás de ese poema. Me impresionó muchísimo cómo Stalin la persiguió. No sólo intentó doblegarla a ella, sino que para lograrlo persiguió, encarceló, torturó y envió al gulag a las personas que ella quería. Esa crueldad, de intentar quebrarte haciendo daño a quienes amas, me pareció enfermiza. Además, siempre reflexiono sobre lo frágil que es la democracia y cómo debemos cuidarla todos los días, ya que las tentaciones totalitarias siempre están esperando una rendija para colarse. Si miramos cuántos países realmente tienen libertad, nos llevaríamos un disgusto; hay menos regímenes democráticos de los que creemos.
–¿Por qué te interesó mirar hoy la época donde nacen las ideologías totalitarias?
–Porque las ideologías totalitarias han formado parte del pasado, pero también forman parte del presente y me temo que estarán en el futuro. Mantener la conversación pública sobre lo que significa el totalitarismo me parece importante, ya que se presenta con otras caras, otros ropajes, de distintas maneras, pero sigue estando esa tentación totalitaria en las sociedades de hoy. Creo que es interesante reflexionar sobre esto, sobre todo para los jóvenes. La historia, desgraciadamente, se repite. Se repite de distintas maneras, con distintos protagonistas, pero se repite. Si miramos un mapa del mundo, veremos que tanto en Europa, Asia, África, América Latina, sin duda, hay regímenes totalitarios que aplastan la libertad, y eso también sucedió en el pasado. Esta es una conversación que sigue siendo relevante hoy. Ahora llamamos “neopopulismos” de derecha o de izquierda a lo que antes eran totalitarismos, pero me da lo mismo cómo los llamemos o pintemos; el totalitarismo siempre es el mismo. Y lo primero que hacen todos los regímenes totalitarios es cercenar la libertad de los ciudadanos. Por tanto, debemos mantener esa conversación sobre cómo plantar cara a esas tentaciones totalitarias que habitan entre nosotros.
–En tu novela muestras la persecución a los artistas, la restricción a la creación y la libertad de pensamiento…
–Los dictadores temen más a la palabra que a las armas. El poder de la palabra es lo que más temen. Por eso, su primer objetivo es callar a aquellos que no están dispuestos a decirles que sí a todo. No sólo a escritores, sino también a periodistas, filósofos, músicos, escultores, cineastas. Siempre buscan echar el telón sobre todo lo que es cultura y creación.
–Hoy en día, libros de Isabel Allende son prohibidos en colegios del gobierno conservador del Estado de Florida, en EE.UU. por tener contenidos LGBTI. ¿Cómo te planteas si algo así te sucede?
–Cualquier movimiento que busca instaurar la censura es reaccionario, y yo siempre estaré en contra de ello. Que una autora como Isabel Allende sea prohibida en un estado norteamericano me escandaliza. Lo mismo me escandaliza que en la civilizada Canadá, en Ontario, se hayan quemado libros considerados incorrectos. O que en algunas universidades europeas se eliminen autores de los currículos porque sus vidas o sus obras no coinciden con lo que algunos consideran correcto. No sé quiénes son esos nuevos censores, pero quieren imponernos qué podemos leer, ver o escuchar. Yo creo en la libertad de expresión y en el derecho de los ciudadanos a elegir. No se puede juzgar el pasado con los ojos del presente, porque si lo hacemos, no entenderemos ni el pasado ni el presente ni el futuro. Me escandaliza lo que le ha pasado a Isabel Allende, a Federico García Lorca, y a tantos escritores que han sido prohibidos por personas que quieren imponer sus criterios a los demás. Eso es reaccionario, fascista, ya sea que lo pinten de izquierda o derecha, de rojo o de azul y es algo que debemos combatir defendiendo la libertad. El mismo movimiento woke nació con muy buenas intenciones, pero se ha convertido en una pesadilla. Se ha vuelto un movimiento terriblemente reaccionario, que intenta cercenar la libertad de elección.
–Eres feminista. ¿Crees que el feminismo radical también se ha excedido al cancelar autores?
–No solamente no lo comparto, sino que estoy radicalmente en contra de todo intento de censura. ¿Si Neruda tuvo una vida privada que puede considerarse que no fue correcta, debemos romper todas sus obras, quemarlas? ¿Qué hacemos? Lo que hay que hacer es dar a nuestros jóvenes las herramientas para que a través del conocimiento de la historia, de la literatura, del arte, etc., saquen sus propias conclusiones y sean ellos quienes decidan. Pero, por favor, un índice de lecturas… Yo soy feminista porque soy demócrata y, por tanto, el feminismo es un problema de democracia. La calidad de una democracia tiene que ver con la igualdad de sus ciudadanos, la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidades. En estos momentos, en Afganistán, a las mujeres se les ha prohibido hablar en público porque esos dementes que tienen como gobernantes han decidido que la voz de las mujeres puede ser tentadora… Necesitan psiquiatra los que han decidido eso, porque es realmente de psiquiatra. Quiero decir que hay causas realmente importantes y que el movimiento feminista tiene que dar un paso al frente y defender. A mí me podrá parecer deleznable el comportamiento de un pintor, de un escritor o de un filósofo, pero déjeme que sea yo quien decida si quiero seguir leyéndole o viendo sus cuadros. Déjeme que yo haga uso de mi libertad y no se erija nadie en el guardián de la moral y de las costumbres del presente y del pasado. Es un problema de libertad.