Revista Velvet | Isabel Allende: “Tengo miedo a la demencia”
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Isabel Allende: “Tengo miedo a la demencia”

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Isabel Allende: “Tengo miedo a la demencia”

POR Claudia Guzmán | 16 junio 2023

A los 80 años, la autora en español más traducida en la historia, se mantiene en plena actividad. Hoy vive feliz junto a su tercer marido una pasión mucho más tranquila. “A esta edad ya se eliminan los celos”, cuenta. Su última novela, El viento conoce mi nombre, es un urgente relato sobre la migración forzada donde se cruza su propia biografía: “Siempre he estado desplazada”, define.

Fotos Lori Barra

La lucidez de Isabel Allende es capaz de traspasar varias dimensiones. No sólo atraviesa los cientos de miles de páginas que ha escrito como novelista desde que, recién a sus 40 años, escuchó el llamado de sus ancestros un 8 de enero de 1982 y se lanzó a escribir en Venezuela La casa de los espíritus a modo de despedida de su abuelo agonizante a kilómetros de distancia en Santiago de Chile. Sus perspicacia y humor también se trasmiten a través de las videocámaras que la conectan con las decenas de periodistas de todo el mundo que, año a año, quieren saber qué nueva historia ha salido del rito anual de escritura que ella comienza –desde ese hito fundacional– siempre un 8 enero.

Y ella, muy sagaz, ha elegido no sólo compartir sus novedades con periódicos de renombre de los 42 países donde será publicada su más reciente creación, sino también con revistas femeninas de alcance global como Vogue y, por cierto, con revista Velvet.

–¿Por qué le interesaba ser leída en revistas femeninas?

–La mayor parte de mis lectores son mujeres. Y la mayor parte de la correspondencia que recibo es de mujeres, de todas las edades, desde niñas de 14 años hasta viejitas que ya estás ñoñas (sonríe). Esas son mis lectoras y mis amigas. Una revista femenina a diferencia de un periódico, dura más. Queda en la sala del dentista, queda en las casas más tiempo, tienen acceso a más personas y llega directo a ese público femenino que ha sido tan, tan leal conmigo.

Impecablemente vestida con una chaqueta bicolor, negra con jaspeados blancos, con un prendedor de flor blanco en la solapa derecha, con su cabello platinado arreglado en un brushing alto y sentada en el sillón de su escritorio frente a la pantalla de su iMac. Isabel Allende está en su casa oficina en Sausalito, California, y luce lo suficientemente cómoda como para abordar la que claramente no es la primera ni será la última entrevista que dará en este día, esta semana o este mes sobre El viento conoce mi nombre (Sudamericana), su última novela.

Con historias que recogen separaciones familiares desde la Austria invadida por las nazis hasta los actuales campamentos de desplaza- dos en la frontera estadounidense-mexicana, pasando por las villas salvadoreñas arrasadas por el combate a la guerrilla, la novela tiene siempre al centro de cada relato a niños que movilizan la lucha de madres, padres, abogados y trabajadores sociales por darles un espacio de amor. Es en ese lugar donde las fronteras no tienen sentido para esta autora que, con esta publicación, no sólo celebra 40 años como novelista, sino que también sus 80 años de edad.

Nacida en Lima, Perú, el 2 de agosto de 1942, esta hija de diplomáticos chilenos y sobrina del ex Presidente Allende, vivió en Chile hasta 1975 cuando partió al autoexilio en Venezuela y, luego de contraer segundas nupcias con un ciudadano norteamericano, partió a radicarse a Estados Unidos. Sus más de 30 títulos han sido traducidos a 42 idiomas y se han vendido aproximadamente 77 millones de copias en todo el mundo. Recientemente, el Instituto Cervantes certificó que después del autor de El Quijote y Gabriel García Márquez, ella era la autora en español más traducida de la historia. La única mujer en el podio de la lengua castellana.

–El desarraigo marca tu obra y tu biografía. ¿Cómo has logrado trabajarlo?

–Mira, yo siempre he estado desplazada. Pablo Neruda decía que era un eterno extranjero. Yo he sido una eterna extranjera también. Mis padres eran diplomáticos, así que cuando yo era chica cambiábamos de país, dejábamos atrás amigos, perros, países, lenguas, siempre nos estábamos moviendo. Y cuando finalmente me establecí en Chile, me casé y tuve dos niños. Pensé: “No me quiero mover nunca más de aquí”. Nunca más me quería mover de esta casita chica que teníamos en la calle Nocedal, con mi suegra al lado, que yo la adoraba, con ese pequeño núcleo que teníamos. Y bueno, vino el golpe militar y se desbandó mucha gente. Entre ellos, yo. Me fui a Venezuela con la idea de que iba a ser por poco tiempo. Nos quedamos muchísimos años. Y cuando ya tuvimos democracia en Chile y yo podía regresar, no quería regresar. Ya estaba casada con un americano viviendo en Estados Unidos y haciendo lo posible por traerme a mis hijos, que también hay todo un problema de visas. Bueno, siempre he sido extranjera, aunque aquí en Estados Unidos hablo inglés correctamente, pero con acento. Soy y me veo distinta. Soy extranjera aquí también.

Sin embargo, Isabel hace una pausa de lucidez y conecta a través de la cámara con quien la observa. Sabe lo que quiero escuchar:

“Ahora, cuando voy a Chile por una semana, me siento completamente chilena”, dice. Pero de inmediato se sale de lo predecible, y agrega con su chispa particular: “Después me doy cuenta de que tampoco calzo ahí porque no estoy al día de todo lo que está pasando, porque no estoy al tanto ya de las claves, de los códigos de la sociedad porque he vivido demasiado tiempo afuera. Y ya. Tampoco calzo allá”, remata, riendo y encogiendo los hombros.

–¿Qué es lo que te hace sentir completamente chilena por momentos?

–Qué me encuentro con toda la gente que quiero, pues. Me encuentro con los amigos, con la poca familia que me queda, como la comida chilena, las empanadas, me pongo al día con todo eso y en general me voy para el sur. Entonces, ya me pasa que en provincia me siento todavía mucho más chilena que en Santiago. Me gusta ir a Pucón, me gusta ir a Chiloé. Esas son las partes donde me siento más feliz. No sé por qué, porque yo era de Santiago. Y, bueno, además esa idea de ser desarraigada es muy buena para un escritor o una escritora.

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