Ikigai. Una palabra corta, pero con personalidad, es el título del longseller firmado por este español, publicado por primera vez en 2016, que lo tiene dando conferencias en todo el mundo para explicar este concepto japonés sin traducción literal en ningún idioma, pero que se refiere a la búsqueda de propósito y, a través de él, la felicidad. Frente a una taza de té, escuchamos al escritor de habla acelerada y mirada optimista.
Por Rita Cox F. Fotos Bárbara San Martín
A principios de agosto, el escritor y editor barcelonés Francesc Miralles visitó Santiago para ofrecer una conferencia sobre el concepto japonés de ikigai en el precioso Hotel Magnolia, de calle Huérfanos. Coautor junto a Héctor García de “Ikigai”, un fenómeno editorial que ha vendido millones de ejemplares en todos los idiomas desde que se publicó su primera edición hace nueve años, Miralles es también autor y coautor de más de ochenta libros, varios bajo pseudónimos como Alan Percy o Francis Amalfi.
Mientras disfruta de un té, impresiona su fluidez verbal, tal vez producto del entrenamiento de miles de entrevistas y conferencias. La misma que evidencia en sus tres podcasts activos: “Ojalá lo hubieras sabido antes” (junto a Alex Rubira y Antoni Bolinches), “Ikigai café” (donde entrevista mensualmente a diversos invitados) y “El club de los escritores” (dirigido a periodistas, editores y escritores).
Su obra transita entre el desarrollo personal y la divulgación de conceptos orientales adaptados a la mentalidad occidental. Durante tres días en Santiago, además de su exposición, impartió un taller de escritura, confirmando su vocación de transmitir no solo ideas sobre el propósito vital, sino también herramientas prácticas para la creatividad.
A los 56 años, mantiene una agenda intensa entorno al ikigai, el tema que lo lleva por todo el mundo.
–¿Cómo define el concepto de ikigai para alguien que lo escucha por primera vez?
–El ikigai, el propósito de la vida, no es algo exclusivamente japonés, es algo humano. Viktor Frankl, en pleno centro de Europa, desarrolló en los años 40 su teoría del propósito que llamó logoterapia, la terapia de buscar el sentido de la vida. En lugar de rascar el pasado como hacía Freud, se trata de encontrar qué me da sentido en mi día a día, aunque sea algo pequeño.
–Pero encontrar ese propósito es complejo. A veces, incluso, uno hace una cosa y quiere otra.
–No hay que estresarse con el propósito, porque es algo que vamos a seguir buscando toda nuestra vida. Viktor Frankl les decía a los jóvenes que llegaban sin rumbo: «Si tú no tienes propósito en la vida, yo te regalo uno. A partir de ahora, tu propósito será buscar tu propósito». Buscar tu ikigai ya es un ikigai.
–¿Por qué cree que este concepto ha tenido tanto éxito editorial?
–Ikigai es un «longseller» porque es un libro útil; los lectores perciben que les sirve para hacer cambios prácticos. Es importante el propósito hoy en día porque el mundo está en tal caos, en cambio constante, y hay tanta incertidumbre, que lo único que puedes hacer es ocuparte de lo tuyo. Si no sabemos hacia dónde va el mundo, al menos que sepa hacia dónde voy yo.
–¿Le molesta seguir hablando de ikigai después de tantos años?
–Puede ser toda la vida hasta que me muera esto. Igual que a Mick Jagger no le gusta Satisfaction, pero sabe que en cada concierto hay que cantarla porque al público le hace feliz.
–¿Qué papel juega el fracaso en la búsqueda del propósito?
–Cuando lees las biografías de los grandes personajes, ves que en los inicios todo salía mal. Lo que diferencia unos de otros es quién persistió. Estamos en una generación con menor tolerancia al fracaso. Mi hijo de 15 años abrió dos negocios online y los cerró a las 24 horas porque no hubo ventas. El que tenga capacidad de picar piedra va a tener ventaja, porque todo el mundo lo quiere todo ya.
Para Miralles, el actual boom de libros dedicados al desarrollo personal es una tendencia positiva, que revela una sociedad más introspectiva. “Hay más autoconocimiento ahora que hace 50 años, más interés en ‘auto couchearse’.
No todo el mundo puede pagar un coach que cuesta 60 o 70 dólares la sesión. El libro es la versión casera para ese tema que te preocupa. Estamos en una sociedad que es más exigente consigo misma, sobre todo por parte de lectores que quieren llevar mejor su ansiedad, poner a raya su estrés, entender por qué no consiguen olvidar esa tristeza que les ata al pasado”.
–¿Por qué las mujeres son mayores consumidoras de estos contenidos?
–Porque son inconformistas. Hay una frase de Antoni Bolinches (psicólogo y terapeuta de parejas) que puede sonar machista, pero define bien el porqué: «El hombre, si no está mal, ya está bien. La mujer, si no está bien, ya está mal». La mujer es más exigente y autoexigente. Hay más ambición de profundizar en las cosas.
–Menciona mucho la importancia del aburrimiento y las pausas. ¿Por qué es tan relevante?
–El aburrimiento, según todos los estudios, es la base de la creatividad radical. Las grandes ideas han surgido de momentos de aburrimiento. Don DeLillo, candidato al Nobel muchas veces, dice que todas las ideas le vinieron cuando era vigilante de un parking, que es lo más aburrido del mundo. Después de cada día, esas ocho horas que no pasaba nada, le venían mil novelas.
Es algo que también aplica en su vida. Hasta los 30 años nunca pensó que sería escritor, porque le interesaba más la música. Pero empecé a escribir en sus viajes, tenía libretitas, apuntaba conversaciones, cosas que le pasaban. A los 32, 33 años, comenzó a publicar. “Para mí, escribir siempre fue algo fácil, algo agradable, nunca atormentado”, recuerda.
–Su facilidad para escribir contrasta con el estereotipo del escritor atormentado. ¿Cómo es su proceso creativo?
–Tengo un «shortcut» entre lo que pienso y la palabra escrita. Ya en la escuela primaria, la redacción era muy fácil para mí, siendo muy mal alumno en todo lo demás, porque suspendía 4 o 5 asignaturas cada trimestre, incluido gimnasia y religión. Es lo que en publicidad se llama «afluencia»: conectas enseguida con aquello que se pide, como el correo de la conciencia.
–Ha usado varios pseudónimos. ¿Qué le aportan?
–El pseudónimo te permite adoptar un enfoque determinado. Alan Percy surgió de Edgar Allan Poe y Percy Shelley, estaba especializado en tomar personajes como Kafka o Einstein y llevarlos a la vida cotidiana. El ser humano es poliédrico, dentro de un yo hay muchos yoes. Como decía Walt Whitman: «Yo contengo multitudes».
–¿En qué versión de sí mismo se siente mejor?
–Cuando mejor me siento es cuando alguien que está en una enorme necesidad me reclama. Alguien que te llama y dice «mi mujer me ha dejado, no sé qué hacer». Voy, tomo un café con esa persona. Creo que soy bueno afrontando la adversidad ajena y dando soporte emocional para encontrar juntos soluciones.
–¿Qué significa viajar para usted? Viaja muchísimo y conoce gran parte del mundo.
–Por oposición, lo que no me interesa es el sofá de mi casa y la televisión. Para mí, eso es muerte. Un domingo por la tarde, sentarme en el sofá a ver qué veo en Netflix me deprime. Son traumas infantiles, creo; lo relaciono con que en mi casa mis padres todo el día veían la televisión, no hablaban. Tengo aversión a estar en casa, voy solo para dormir. Para mí viajar es mi estado natural. Incluso los pocos días que estoy en Barcelona voy a un concierto, visito a un amigo, me voy al cine.
–Habla del «tiempo profundo» y de las «vacaciones mentales». ¿Cómo se conectan estos conceptos?
–El tiempo profundo es una referencia a un libro de Burkeman (Oliver, Liverpool, 1975): se llama «4.000 semanas», que es el tiempo medio de una vida humana. Él habla de dos tipos de tiempo: el tiempo de la agenda, que podemos diseccionar, y el tiempo profundo de los bebés, que viven como un flujo continuo sin cortar horas ni proyectar. Las vacaciones mentales se conectan con esto porque se trata de permitirse momentos sin agenda. Este domingo por la tarde me permito no tener planes: salgo a pasear y si me canso me siento, duermo media hora, cojo un libro. Es como lo que diría un músico de jazz: tocar de oído, sin partitura, a lo que venga. Es recuperar esa capacidad de fluir sin la obsesión de que cada segundo debe ser productivo.
–¿Cómo enfrenta el bombardeo constante de malas noticias? Gaza, Ucrania, la crisis climática. No hay respiro.
–Las noticias están manipuladas por un sesgo negativo. Hay más de cien países donde no está pasando nada, no hay guerras. Las noticias solo te muestran lo peor del ser humano porque históricamente nos ha servido para aumentar nuestras posibilidades de supervivencia. Como no tengo poder para intervenir directamente en los grandes conflictos, me centro en cosas donde sí tengo influencia: mis libros, ayudar a un amigo deprimido, hablar por teléfono con adolescentes que me escriben en crisis.
–Para terminar, ¿cuál es su consejo para quien busca su ikigai?
–Stephen Covey decía que hay dos tipos de cosas: las urgentes y las importantes. Lo urgente es importante para otra persona, pero no para ti. Una vida equilibrada es donde lo urgente y lo importante pueden convivir. Date cita a ti mismo, no solo a los demás. Y recuerda: es normal seguir buscando, seguir explorando, hasta el día que te mueras.