Tiktok revive sus looks una y otra vez y celebridades como Jennifer Lawrence, Hailey Bieber y Dakota Johnson siguen sus pasos, aunque a su estilo porque el legado de una musa no está en repetir lo que fue, sino en reimaginarlo.
Vivimos en una época en la que las tendencias cambian a la velocidad de un swipe, pero hay estilos que jamás desaparecen. Algunas mujeres logran algo que va más allá de “estar a la moda” porque marcan una manera de mirar, de vestirse, de habitar el mundo.
Carolyn Bessette-Kennedy, Diana de Gales y Jane Birkin pertenecen a otro tiempo, pero siguen tan presentes como siempre por esa elegancia sin esfuerzo, esa rebeldía vestida de clásicos y esa naturalidad que decía tanto sin necesidad de levantar la voz.
Hoy, mientras sus imágenes habitan miles de tableros de TikTok y Pinterest revive sus looks una y otra vez, sus códigos de vestir vuelven. Hablamos de cintillos, blazers oversized, vestidos lenceros, flequillos imperfectos y canastas en lugar de bolsos.
No es nostalgia, es reinterpretación. Jennifer Lawrence, Hailey Bieber y Dakota Johnson no se visten como ellas, pero sí desde ellas porque el estilo no se copia, se encarna. Sofisticación que no pide permiso.
A veces basta una sola foto para entenderlo todo. En el caso de Carolyn Bessette-Kennedy, podría ser cualquiera. Tal vez caminando por Tribeca con jeans Levi’s y una blusa blanca o saliendo de un edificio con un abrigo de paño y el pelo perfectamente peinado hacia atrás y definitivamente acompañando a John F. Kennedy Jr. a un evento con un clásico vestido negro y sin una joya de más.
Expublicista de Calvin Klein, Carolyn entendía las reglas del minimalismo neoyorquino porque las vivía desde adentro y logró demostrar que “menos es más”. Apostó por básicos poco ostentosos como prendas en color camel o negro, blazers, faldas tubos, tejidos, diademas, camisas bien planchadas, poleras de algodón y mocasines. Una estética limpia que, más de 20 años después de su muerte, sigue siendo fuente de inspiración.
Jennifer Lawrence ha sabido encarnar esa herencia. Su estilo más reciente, de la mano de firmas como The Row o Loewe, ha recuperado esa elegancia contenida, una mezcla de lujo y naturalidad que Carolyn dominaba a la perfección. Como la ganadora del Oscar, miles buscan más allá de los estímulos constantes y exceso de información, y encuentran en la estética de Carolyn un recordatorio de que lo simple, cuando está bien hecho, puede ser inolvidable.
En los 80, las mujeres leían todo sobre Diana en las revistas que llegaban a Chile, también pedían en la peluquería “el corte de Lady Di” y usaban sweaters con cuellos y estampados parecidos a los suyos. Cruzó el océano sin proponérselo y dejó una huella que iba más allá de la realeza: era una figura de estilo, de carácter, de cambio.
Al principio, su imagen parecía ajustarse al protocolo: vestidos pastel, siluetas contenidas, tiaras en los eventos correctos. Con el tiempo, y especialmente tras su separación, Diana empezó a vestirse distinto.
Ya no lo hacía como se suponía que debía, sino como necesitaba. La moda se volvió su lenguaje, su forma de decir lo que no podía expresarse en palabras dentro de un entorno donde el silencio era regla. Los blazers estructurados, los pantalones de tiro alto con camisas simples, los trajes dos piezas que reemplazaban los vestidos de gala… Todo decía algo y lo decía sin pedir permiso.
El famoso “revenge dress” o “vestido de la venganza” que Diana de Gales lució en 1994 para una gala en la Serpentine Gallery en Londres el mismo día en que su marido, el entonces príncipe Carlos, confesó su infidelidad públicamente, fue solo la punta del iceberg.
Cada look posdivorcio parecía diseñado no solo para verse bien, sino para mostrarse libre. En un mundo que la vigilaba con lupa, ella encontró en su ropa una manera de recuperar el control. Quizás por eso Hailey Bieber, que ha vivido a su manera un escrutinio similar, encontró en la mamá del príncipe William y Harry más que una inspiración estética.
Haily ha sido perseguida, cuestionada, atacada por su relación con Justin Bieber, muchas veces en público, y muchas veces sola. En una entrevista con “Harper’s Bazaar” dijo lo siguiente:
“Me inspiró mucho el hecho de que fuera la mujer más observada del mundo en ese momento, de todos los tiempos, y aun así hiciera lo que quisiera con su estilo. Realmente se expresaba a través de la moda, a pesar de la posición en la que estaba”. Hailey no solo viste como Diana; quizás, también la comprende.
Jane Birkin nunca necesitó gritar para llamar la atención. Le bastaba una canasta de mimbre, una blusa blanca mal abotonada y ese aire entre ingenuo y provocador que solo ella sabía manejar. A veces parecía que acababa de levantarse, otras que venía de leer poesía en un café. Y aunque su imagen fue muchas veces mirada desde el deseo ajeno, ella la convirtió en algo propio: liviano, libre, sin artificio.
Vivió entre Francia e Inglaterra, entre el pop y el cine, entre Serge Gainsbourg y las portadas de revista. Pero su verdadero arte fue el estilo. Uno que no seguía reglas ni buscaba perfección. Podía ponerse jeans gastados, vestidos lenceros al mediodía, anteojos de sol enormes o blusas transparentes y todo se veía natural, nunca fue disfraz.
Sus piezas clave: canastas en lugar de bolsos, sandalias planas, flequillo despeinado y una ausencia total de joyas llamativas. Era desorden, pero con intención y sobre todo autenticidad.
Fue tanta su impronta que inspiró la cartera más famosa del mundo: la Birkin de Hermès, que lleva su apellido y su espíritu. Pero su legado no quedó ahí porque, hasta hace poco, seguía apareciendo en editoriales de moda, ya mayor, con arrugas y sin perder ni un gramo de estilo. No intentaba parecer más joven ni disfrazarse de lo que fue. Era la misma Jane, pero en otra etapa. Y eso también inspira.
Dakota Johnson parece recoger algo de esa herencia. No hay una canasta de mimbre en su mano, pero sí una estética compartida como siluetas amplias y fluidas, abrigos que la envuelven como si caminara entre nubes, telas suaves como lino o cashmere y ese uso inesperado del color que le da vida hasta al look más neutro.
Su flequillo, lejos de ser perfecto, parece un guiño silencioso a Jane. Hay algo en la forma en que se mueve, como si flotara, sin apuro, que la recuerda. Romántica, pero con base firme. Íntima, sin dejar de ser sofisticada. Dakota no necesita destacar: se deja ver.
Hoy las recordamos como íconos, pero también como referentes de libertad, sensibilidad y estilo propio. Diana, Carolyn y Jane marcaron épocas distintas, vivieron mundos diferentes, pero tienen algo profundo en común: entendieron que la moda no era solo superficie, sino una extensión de lo que sentían, de lo que no podían decir, de lo que necesitaban ser. Supieron hablar sin hablar y eso las convirtió en eternas.
Quizás dentro de treinta años, alguien escriba sobre Jennifer Lawrence, Hailey Bieber o Dakota Johnson. Tal vez una nueva generación encuentre sus fotos en archivos digitales, las estudie, las admire y vuelva a ellas buscando respuestas porque la moda, cuando nace de un lugar verdadero, es un lenguaje que se hereda. Y las mujeres siempre han sabido reinventarlo con una mezcla exacta de ingenio, personalidad y visión. Sin perder la clase. Sin dejar de ser elegantes. Haciéndolo, simplemente, de la forma más icónica posible.