Por Alfredo López J. Fotos Bárbara San Martín
A un año de la partida de Paloma, el artista chileno admite culpas por no haber logrado que escapara a tiempo de las drogas. Asume que es una tragedia que todavía no supera y cree firmemente que “Fixilan”, la muestra que reúne los trabajos de ella en artespacio, permitirá observar ese diálogo eterno y pictórico entre padre e hija.
Desde niña siguió los pasos de su padre, el artista neoexpresionista del famoso Grupo del 80 –con nombres como Sammy Benmayor, Omar Gatica, Pablo Domínguez, Matías Pinto d’Aguiar e Ismael Frigerio– y quien recibió el nombre ‘Bororo’ de los balbuceos de su hermana Georgina cuando era un niño.
Paloma, en cambio, cultivó una voz propia, aunque jamás desconoció la influencia del progenitor. Siempre estuvo inmersa en ese mundo, pasando largas horas en el taller familiar, aprendiendo de primera mano cada una de las técnicas del dibujo y la pintura. Para ella, la creación era algo natural, venía con su genética.
–Parecían estar unidos de manera permanente, ¿por qué la muestra se llama “Fixilan”?
–Es como Fixiland, pero en chileno. Es un nombre que inventó ella, pero es un concepto de mucho antes; de cuando tenía no más de siete meses y era una guagua con pañales. Recuerdo que teníamos una conexión muy fulminante, muy sensible, algo que ha pasado con mis dos hijas, Elisa y Paloma, por cierto. Esa vez estábamos en la playa, en Punta de Tralca, su mamá estaba por llegar y yo me quedé a cargo. Ella estaba con sus patitas al aire y dibujó un símbolo en la arena con sus deditos de la mano, era un círculo perfecto y eso quedó en mí como algo muy significativo para siempre, como un emblema.
–¿Una suerte de concepto?
–Es que para mí ser padre es una de las cosas más entretenidas que me ha pasado y así fui observando cómo ella se fue convirtiendo en una persona, o en un duende…, al igual que mi padre y como toda la familia que tengo para atrás. Nos caíamos muy bien y jugábamos constantemente, siempre me di cuenta de que cada uno de los personajes que ella dibujaba eran de un mundo que no era este. Por ejemplo, si pintaba un conejo, en realidad, era una niñita disfrazada de conejo. Siempre nos comunicábamos con juegos lúdicos y su obra tenía mucho de surrealismo, a veces era onírica, pero más que todo era algo demasiado personal. Fue así como nació “Fixilan”, que viene de fixis, unos puntitos rojos en el mar que se describían en un cuento que yo le leía cuando niñita. Esos fixis, al igual que todos sus personajes, estaban bajo esa denominación.
–¿Ese era es su imaginario personal?
–Así es… Ella era dueña de un imaginario infinito. Era de tomar un lápiz, hacer una línea y dejarse llevar. Y siempre iba a llegar hasta el final haciendo eso; algo que era muy fluido, un lenguaje propio. Su talento lo vi desde un principio, imagínate, haciendo un dibujo de un círculo tan perfecto, a cualquiera lo asombra. Para mí, fue como ver a Dios dibujando en el universo. Siempre he defendido lo mismo, ¿qué es lo más inmediato que tú tienes? Para mí, la pintura está antes que el verbo.
–¿Cómo era ella?
–Aunque suene ‘ñoño’ decirlo ahora, se podría decir que era underground. Anarquista podría ser la palabra, tal vez; pero sí era muy rupturista. No pescaba muchas cosas porque era pintora por naturaleza. Y, al mismo tiempo, era un amor. Un amor hecho persona, dueña de un gran oficio y de mucha creatividad. Al mismo tiempo, era súper parada, sólida y a la vez muy tierna. Y era ahí donde yo me derretía por su ternura.
–Ahora que ha pasado un año, ¿cómo ha logrado restablecerse?
–Nosotros jugábamos dibujando, hablábamos dibujando, imagínate. Nos llamábamos Cano y Canito, el uno al otro. Siento que soy el padre que más ha sufrido la pérdida de su hija, porque ella, además, era un amigo, un compadre. Estábamos demasiado tiempo juntos. Eligió la pintura para su vida, estudió en la Universidad Finis Terrae y fue alumna de grandes maestros como Patricia Israel e Ismael Frigerio. Al igual que yo, también era muy volátil.
–¿Cuándo se dio cuenta de su problema con las drogas?
–De muy chica. Yo siempre supe todo.
–Imagino que como papá trató de frenarla.
–Obvio. Ufff… O sea, me lo pasé en eso. Pero resulta que yo soy un pitero y he sido bueno para el copete toda mi vida. Entonces, ella nació en un hogar hippie, como si hubiera nacido en la casa de Los Jaivas.
–Eso implicaba, entonces, que usted no podía exigir mucho.
–O sea, nunca fui de esos que dejara que el humo estuviera cerca de los niños. Siempre en el patio, en otro lado. Pero el tema es otro. Ella siempre vivió en un mundo muy festivo, muy bohemio, porque yo siempre me he rodeado de gente con muy buen humor y que le gusta pasarlo bien.
–Asume que ese mundo a lo mejor le pasó la cuenta.
–Asumo. Claro que tienes razón y es un temazo. Algo que se te viene de golpe al corazón y que no lo puedo describir. En algún momento, no quise seguir más y, finalmente, sentí que era más fácil dejar una puerta abierta. Pero yo le decía a Paloma: Mejor fúmate un pito en lugar de esa mierda de ketamina. Ahora veo cómo las drogas matan a muchos jóvenes, donde mezclan la ketamina con fentanilo. Perdona que me ponga panfletario, pero me dan ganas de hacer explotar un tanque en el culo de todos esos peces gordos que se dedican a vender eso.
–¿Hubo un cambio en usted?
–Sí, mira, ya había dejado el vodka. El problema es que tomé mucho y era de esos que tenía una buena curadera, lo cual te hace ser bueno para el carrete. Pero de eso, ya ha pasado tiempo.
–¿Por qué pensó en este homenaje?
–Paloma tenía mucho que hablar, era lo más coherente, sobre todo, considerando que tiene mucha obra. Hay una gran historia en sus cuadros. Porque ella pudo vivir de su propia pintura.
–¿Cómo se reconcilia con todo?
–He creído de todo. Que es obra del destino, que a lo mejor me equivoqué como padre; pero me quedo con todo el amor que pude darle. Y, por supuesto, la culpa siempre aparece como una tortura. Aun así, siento que seguimos hablando a través de la pintura.
–Finalmente, desde el punto de vista pictórico, ¿en qué cree que se parecían y en qué no?
–A ambos se nos daba la fluidez para dibujar. ¡Cualquier cosa y ya empezaba a salir algo! Compartíamos esa capacidad de imaginería. Pero mi pintura, por el contrario, es tosca, bruta. Mientras que ella era de una delicadeza excepcional, la verdad es que no existe obra más fina que la de mi hija Paloma.