Revista Velvet | Disputas, renuncias y obsesión por España: La herencia inevitable de Leonor
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Disputas, renuncias y obsesión por España: La herencia inevitable de Leonor

Disputas, renuncias y obsesión por España: La herencia inevitable de Leonor
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Disputas, renuncias y obsesión por España: La herencia inevitable de Leonor

POR Sole Hott | 18 junio 2022

La línea paterna de la primogénita del rey Felipe VI y la reina Letizia atesora una historia reciente que no se puede obviar ni borrar. En ella está su polémico abuelo, el rey emérito Juan Carlos I, y su bisabuelo, don Juan de Borbón y Battenberg, el conde Barcelona que fue enterrado como rey, sin ser proclamado como tal.

El día en que nació Leonor de Borbón y Ortiz –el 31 de octubre de 2005–, su padre, el rey Felipe VI, dejaba en evidencia la historia de las sucesiones al trono de España. “¿Ha nacido una reina?”, le preguntó un periodista. “No, de momento ha nacido una infanta”, contestó él.

Hoy, a sus 16 años, Leonor es princesa de Asturias y la indiscutida pretendiente a la Corona española, pero si su madre, la periodista Letizia Ortiz, hubiese dado a luz a un varón, otra sería la historia. Aquellas palabras de Felipe VI obedecen a un pasado heredado, sin derecho a cambio.

La historia de la monarquía española ha estado marcada por gobernantes que mueven los hilos a favor de sus herederos. De hecho, la Ley Sálica –originaria de Francia y que decreta como herederos solo a legítimos descendientes masculinos– no fue puesta en práctica a su cabalidad en España, ya que Fernando VII –a través de la Pragmática Sanción de 1830– declaró que las mujeres podían reinar si no tenían hermanos y en caso de tenerlos, las situó por detrás de ellos, aunque estos fuesen de menor edad. Fernando VII, por su parte, no tuvo hijos varones y tomó esta medida en favor de su hija, quien después asumió como la reina Isabel II de España.

Además, junto al título vienen herencias que no son reembolsables, y si bien el rey Felipe VI renunció a la de su padre, el emérito Juan Carlos I, la historia paterna que los precede atesora una obsesión por España junto a disputas y renuncias que Leonor no puede obviar ni borrar; tal como la vida sin corona de don Juan de Borbón y Battenberg, conde Barcelona y abuelo de Felipe VI.

ESPERANDO A JUAN III

Don Juan de Borbón nació el 20 de junio de 1913; el tercer hijo del rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia (nieta de la reina Victoria del Reino Unido). Las renuncias del primogénito, Alfonso –hemofílico y enamorado de una plebeya cubana– y de Jaime –hemofílico y sordomudo–, lo convirtieron en el sucesor natural. Se casó en 1935 con su prima, María de las Mercedes de Borbón y Orleans, y tuvieron cuatro hijos: Pilar, Juan Carlos, Alfonso –quien murió a los 14 años– y Margarita, ciega de nacimiento.

Un año después de su matrimonio, en España estalló la Guerra Civil. El joven heredero intentó combatir en el bando liderado por el sublevado general Francisco Franco, pero su ofrecimiento no fue aceptado. En 1941 su padre falleció, por lo que asumió el título de conde de Barcelona y los derechos dinásticos quedaron a su merced.

Fue jefe de la Casa Real de España en el exilio, desde el 15 de enero de 1941 hasta el 14 de mayo de 1977. En 1946 se marchó a Estoril (Portugal), desde donde defendió la monarquía democrática, por lo que se le prohibió la entrada a España.

Franco se convirtió en su principal enemigo y el conde de Barcelona firmó un manifiesto en su contra. Años después, en un momento de calma, ambos coincidieron en que Juan Carlos, de tan solo 10 años, estudiaría en España bajo la tutela del dictador. Don Juan vio en esa decisión la única forma de recuperar la Corona algún día.

Sin embargo, aquella decisión solo pauteó el camino de una complicada relación padre e hijo en la cual los sentimientos quedaban relegados ante su obsesión por España, marcada también por el trágico accidente ocurrido en Estoril en 1956, cuando, en medio de un juego, al rey emérito Juan Carlos I se le disparó una pistola provocando la muerte de su hermano pequeño, Alfonsito. Se dice que Don Juan no tuvo ni una sola palabra de consuelo para su hijo mayor y que incluso llegó a culparle de lo ocurrido. Pero el momento de mayor tensión entre ambos aguardaba a la sombra de Franco.

“MAJESTAD, TODO POR ESPAÑA”

En 1947, el dictador español proclamó la Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado, que lo facultaba para elegir al monarca del reino. Así, descalificó completamente al conde de Barcelona ofreciéndole más tarde a su hijo Juan Carlos sucederle como rey. El joven se vio entonces en una difícil posición: seguir a su padre o secundar a Franco. De no seguir a Franco, este pondría a otro candidato, pero al aceptar, su padre lo vería como una traición y, en ambos casos, don Juan se alejaba de la Corona.

El 19 de julio de 1969, Juan Carlos aceptó ser el sucesor al título de rey, desplazando a su padre del trono. La obsesión por España le jugaba una mala pasada y una relación se quebraba profundamente en un hecho traumático para ambos.

La reacción de don Juan fue terrible y se negó a cederle sus derechos dinásticos a su hijo. Lo que derivó en la proclamación del rey Juan Carlos I –el 22 de noviembre de 1975– sin estar legitimado. Y no lo estaría hasta el 14 de mayo de 1977, cuando don Juan dio su brazo a torcer y cedió sus derechos en una ceremonia extremadamente íntima en La Zarzuela. “Majestad, todo por España”, dijo mientras se cuadraba ante su hijo, abdicando así los derechos históricos a la Corona, que había custodiado, en dictadura, durante 36 años. “Les hubiera gustado que renunciara por teléfono”, comentaría después con amargura el conde de Barcelona.

Un sabor que lo acompañó su vida entera y que su hijo no podría olvidar. Quizá por ello Juan Carlos I decidió que su padre, fallecido el 1 de abril de 1993 a los 79 años debido a un carcinoma de laringe, fuera enterrado en el Panteón de Reyes de El Escorial, junto a 24 monarcas españoles de las dinastías Austria y Borbón, pese a que como conde de Barcelona le correspondía ser enterrado en el Monasterio de Poblet, junto a los reyes de Aragón. En su lápida, el actual rey emérito ordenó inscribir “Juan III”, el nombre con el que hubiese reinado, “proclamándolo” rey después de muerto.

LA HISTORIA SE REPITE

Juan de Borbón y Battenberg era un símbolo para los monárquicos y gran parte de la oposición al franquismo lo consideraba el legítimo monarca tras la muerte de Franco. No así a su hijo, al que reprochaban haber sido enaltecido por el dictador. Sus cercanos solo tenían palabras de admiración y la historia confirma que no hizo una sola declaración que enturbiara su memoria. Don Juan era un Borbón, con lo que eso implicaba: estatura corpulenta y nariz aguileña incluidas. Así como su sentido del deber institucional y su pasión por los deportes acuáticos.

La mala relación entre Franco y el conde de Barcelona provocó que el primero decidiera saltarse una generación para continuar con el legado y el ahora rey emérito aceptó, sin el valor de decírselo a su padre a la cara. Lo hizo por medio de una carta que le mandó a Estoril: “Me resulta dificilísimo expresarte la preocupación que tengo en estos momentos. Te quiero muchísimo y he recibido de ti las mejores lecciones de servicio y de amor a España. Estas lecciones son las que me obligan como español y como miembro de la dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi vida y cumpliendo un deber de conciencia y realizando con ello lo que creo que es un servicio a la patria, aceptar el nombramiento para que vuelva a España la monarquía”.

La proclamación como rey, separó aún más a Juan Carlos I de su padre, pero supieron mantener la compostura. Los condes de Barcelona aparecieron en cada evento familiar, más no así en los de carácter oficial. “¿Cómo voy a ir a una recepción de palacio protocolariamente por detrás de un sub- secretario?”, se quejaba don Juan. Y es que la piedra en el zapato de Franco seguía cumpliendo ese rol en la monarquía parlamentaria presidida por su primogénito.

El último encuentro padre e hijo tuvo lugar un 7 de marzo de 1993, al día siguiente el conde cayó en un coma del que no despertó. Según explicó el doctor García Tapia, jefe del equipo médico que le atendió, “no puedo decir cuáles fueron las últimas palabras que dirigió a su hijo, porque estaba a respetuosa distancia, pero sí pude ver el gran abrazo de despedida que le dio, intuyendo que su vida se acababa”.

PARA UN TIEMPO NUEVO

Los expertos aseguran que la historia es cíclica, y en el caso de los Borbón parece que se cumple hasta en las relaciones personales. La amargura volvió a la vida del rey Juan Carlos en la ruptura con su hijo Felipe.

El rey Juan Carlos I abdicó al trono el 18 de junio de 2014 y un día después su hijo Felipe fue proclamado nuevo rey de España. Algo inesperado para el entonces príncipe de Asturias. “Un rey, me dijo mi padre, nunca debe abdicar. No tiene derecho a hacerlo. Irse cuando las cosas se ponen difíciles está al alcance de cualquiera”, cita la biografía autorizada “El rey”, de José Luis de Vilallonga, publicada en 2003.

En su primer discurso, Felipe VI prometió “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”, y siguiendo esa línea no debería sorprender que hace dos años retirara la asignación pública de casi 200 mil euros que su padre recibía de los Presupuestos Generales del Estado. O que renunciara públicamente a su herencia y se desvinculara de las actividades de su padre, las cuales aseguró desconocer.

En sus siete años de reinado, Felipe VI ha logrado sostener la imagen de la monarquía española, pese a todo tipo de contratiempos –y escándalos familiares–, tal como pretendió hacer su abuelo. Sin embargo, también se distanció de su padre, tal como este lo hizo con el suyo.

Dos reyes que sacrificaron a sus padres por la institución. Un bien que en las próximas décadas debiera estar en manos de la princesa de Asturias, Leonor de Borbón, y la que según dicta la historia, seguramente, se verá enfrentada a más de alguna profunda decisión por el país que debiera liderar.

 

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