Pensé que había dado por terminada la etapa de crianza. ¡Pero no! Con Thor todavía me queda para un buen rato.
De chica mis únicas mascotas fueron un par de catitas y una tortuga, la que terminó en la basura porque una nana confundió hibernación con muerte… Así que mi relación con los animales fue mínima, hasta que una de mis hijas nació alucinando con los animales, especialmente, los perros. Cada cumpleaños y Navidad nos pedía uno de regalo, entonces, cuando cumplió 14 años, cumplimos su deseo: llegó Aquiles, un bulldog francés.
Debutamos como familia con este integrante sin mucha suerte. Aquiles salió lo más enfermizo y no vivió mucho. Luego, llegó Thor y con él la pena se fue apaciguando. Después de vivir 5 años en una casa, hace unos meses se mudó con nosotros a un departamento.
Con esta nueva vida tuvimos que implementar horarios de “idas al baño” y paseo, rutinas en las que nos dimos cuenta de que no le gusta para nada ser parte de una vecindad ni tampoco la idea de que el parque se comparte y que no es de su ‘uso y goce exclusivo’. En vez de alegrarse al encontrarse con otros perros y jugar, se eriza y les gruñe sin importar que lo tripliquen en porte. Lo más territorial y antisocial que hay.
Hace unos días bajé con Thor y, al salir del ascensor, no sé qué le pasó o vio, pero me tiró tan fuerte que me caí y se me soltó la correa. Como si fuese su presa de cacería, corrió directo a ‘su víctima’: un cachorro de su misma raza. Gracias a Dios, sólo fue el susto porque al otro perro lo agarraron a tiempo y no le pasó nada.
Absolutamente en shock, apenas atiné a pedir mil perdones y retar a Thor. No supe qué más decir, no tenía una explicación ni justificación. No pasaron algunos segundos y me vi rodeada de conserjes, vecinos, jardineros, además de la dueña del cachorro furiosa sermoneándome.
Ante esta escena de gritos, amenazas de denuncia, multas y una serie de restricciones impuestas –como el uso de bozal y la obligación de “educarse”– me largué a llorar de pura angustia. ¡Qué papelón!
Más tarde y tranquila comenzó la tarea de encontrar un bozal para este mini “braquicéfalo” y también la lucha para ponerle el accesorio. Creo que sabe lo ridículo que se ve. Otra misión fue encontrar hora disponible con un étólogo –para entender el comportamiento de Thor y poder modificarlo–, algo que resultó ser ultra difícil. Debe ser el especialista más escaso e híper demandado del momento.
Tras una consulta tuve el diagnóstico: ansiedad social, es decir, su agresividad se debe a la falta de herramientas para relacionarse adecuadamente con sus pares. ¡Al final toda la culpa es nuestra por no enseñarle a sociabilizar desde chico!
Con una lista de tareas empezamos este camino educativo que incluye flores de Bach, paseos con premios como refuerzo positivo, trabajo cognitivo y el uso de juguetes que aumenten sus endorfinas, además de mantenerlo ocupado harto rato.
Así conocimos al “Kong”, que se rellena con pellets, y también el LickiMat, una alfombrilla de silicona a la que se le pone mantequilla de maní con el propósito de que la lengüetee tanto que logre relajarlo. Otra indicación es contar con una variedad de juguetes y no dejarlos a su libre disposición porque las mascotas se aburren rápido.
Tuve que partir a abastecerme al mall chino, ya que Thor rompe todo tan rápido que no hay presupuesto para comprar en una tienda especializada. La persona que no ha tenido mascota debe creer que estoy chiflada y lo entiendo, yo hubiera pensado igual.
Con su fobia social, obviamente, nuestro perro no se puede quedar en un hotel cuando viajamos, así que le conseguimos a alguien que lo cuide. Y como si fuera poco, hay que preocuparse de mantenerle la dieta, ya que sólo puede comer pellets de cordero o salmón. ¿En cuanto a higiene? Usa únicamente champú de guagua porque es muy alérgico.
Recién después de tantos años entiendo que la tenencia responsable no es sólo registrarlo, ponerle chip, tener sus vacunas al día, pasearlo, darle comida y bañarlo periódicamente. ¡Hay que educarlos! Antes del incidente en mi nuevo edificio, más que irresponsable, yo sólo era ignorante.
Además del amor, tenemos una obligación civil sobre él y sus actos, aunque no mida más de 30 centímetros y sea el perro más regalón del mundo con nosotros. En esta vecindad tiene peor fama que un pitbull y, legalmente, nos puede meter en un tremendo lío.
¡Qué error haber pensado que porque mis niños crecieron ya no tendría que criar ni educar a nadie más! Me queda un largo camino con Thor, así que a tener paciencia, constancia y disciplina o nos terminaran echando por convivencia.