Revista Velvet | De todo un poco: La mentira, el pecado nuestro de cada día
Revista

De todo un poco: La mentira, el pecado nuestro de cada día

De todo un poco: La mentira, el pecado nuestro de cada día
Revista

De todo un poco: La mentira, el pecado nuestro de cada día

POR Pilar Martínez | 18 agosto 2024

La mentira nos acompaña desde que tenemos memoria. Jugamos con ella, cuidamos a otros usándola y hasta evitamos reconocer nuestras propias debilidades amparadas en su poder de convencimiento.

No diré lo contrario, la mentira es mala. Y, a pesar de que lo sabemos, siempre caemos una y otra vez en ella. Sí, por más que nos arrepentimos, nos confesamos y hasta hacemos penitencia, TODOS somos reincidentes en la tentación.

Mentir forma parte de nuestro día a día. Y hasta la religión, como es el caso de la cristiana, la considera tan relevante que forma parte de sus Diez Mandamientos. Si Adán y Eva mintieron, significa que ni siquiera los primeros protagonistas de la Biblia pudieron resistirse.

Lo reconozco, yo miento y harto. Uso la mentira para excusarme, por interés, por cortesía, por compasión. Básicamente, porque es una táctica social muy efectiva.

Decir “Voy y vuelvo”, “Casi llegando”, “Estoy lista en 5 minutos”, “Nunca más”, “Te lo juro” y el clásico “No me pasa nada” son expresiones normalizadas en nuestra sociedad que pasan a ser las opciones más ‘viables’ según cada circunstancia, incluido un “Me encantó tu regalo”, cuando lo único que te gusta es que viene con ticket de cambio.

Las mujeres somos más intuitivas, más espabiladas y, también, buenas mentirosas. Pero en nuestra defensa, somos más propensas a esto para evitar herir los sentimientos de otros. Es la “mentira blanca” a la que se refirió un estudio de la Universidad de Cambridge, que arrojó que este tipo es el que predomina en la población y “que benefician tanto al mentiroso como a otra persona”.

Es algo que nos acompaña desde que somos niños. Y aunque nos contaron que a “Pinocho” le crecía la nariz si no decía la verdad, ni esa advertencia nos asustó. Quizá porque la presencia de la “mentira blanca” también fue parte de lo que salía del discurso de los adultos: nos engañaron con el Viejito Pascuero, el Conejo de Pascua y con el Ratoncito. Y claro, al crecer, repetimos esas fantasías con los más chicos.

Además, ¿cómo va a ser terrible decirle a un niño “Esto no duele”, “Si no te tomas la leche no vas a crecer” o “Estamos llegando”?. Es más, cada una de esas afirmaciones las considero como un acto de amor y caridad.

Este comportamiento es tan humano (y practicado), que ni el resultado de un detector de mentiras se considera determinante en un tribunal. Aunque midan, registren las variaciones de nuestra presión arterial, ritmo cardíaco y frecuencia respiratoria ya se sabe que ni nos arrugamos para esquivar la verdad.

Y no sólo le mentimos al resto, sino que también nos autoengañamos. De manera inconsciente nos decimos “Mañana parto la dieta”, “El lunes me inscribo en el gimnasio” o “No como más”. Frases sin malicia que sólo exhiben falta de voluntad.

Claramente soy una blanca paloma frente a un mitómano. Así que mientras mis mentiras sigan siendo piadosas, inofensivas y por un buen motivo, me doy por perdonada.

Te puede interesar