Revista Velvet | Cristián Warnken: “Hoy me siento libre”
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Cristián Warnken: “Hoy me siento libre”

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Cristián Warnken: “Hoy me siento libre”

POR equipo velvet | 29 diciembre 2023

Por Polo Ramírez

Vive en Puerto Varas, pero no recluido. Sigue atento a la política nacional y activo como columnista, entrevistador, tallerista y conductor radial. Y aunque asume los enormes costos que ha pagado por haberse alejado de su “tribu” original después del estallido social y la convención constitucional, se niega a asumir el papel de víctima.

“Amarillos”, el nombre del partido promovido y fundado por Cristián Warnken, nació de un insulto. El episodio ocurrió en Isla Negra poco después de que el escritor y columnista entrevistara al entonces ministro de Salud, Jaime Mañalich, para sus sesiones “En persona: conversaciones sobre la vida, el país y el futuro”, de Icare TV. Warnken caminaba acompañado de su mujer y algunos de sus hijos cuando un grupo de jóvenes lo detuvo y le empezó a gritar: “¡Fascista, vendido… amarillo!”. Era el momento culmine de un largo recorrido que había comenzado en octubre de 2019 con una elocuente toma de distancia en relación con su mundo, la centroizquierda concertacionista, frente a la violencia que se vivía en las calles por esos días. Una de sus columnas en “El Mercurio” se tituló “Decepciones”.

“Mi señora tiene un café en el centro. Vivimos mucho tiempo en el centro. Y a ella le tocó vivir el estallido, yo la acompañaba todos los días. Llegaba llorando, le tocó ver ese proceso. Vivimos el estallido in situ, en la calle, no viendo la televisión instalados en un condominio diciendo ‘qué rico’. Algunos amigos me decían ‘bueno, Cristián, para hacer tortillas hay que quebrar huevos’. Y yo decía ‘sí, mientras no te quiebren tus huevos’”, recuerda. Y agrega: “Nos tocó ver la violencia desatada, y no podía entender a esa gente ligada a la izquierda. La izquierda había sido víctima de la violencia, del golpe militar… Y la izquierda era pro democracia. Pero vi a una izquierda que fue capaz de poner en juego la democracia. Acusar constitucionalmente al Presidente de la República… Piñera a mí me cargaba, yo había escrito columnas contra él muy fuertes. Por eso que se produjo más sorpresa. Yo era súper crítico, pero acusarlo constitucionalmente en medio de un país que está ardiendo por los cuatro costados era una irresponsabilidad. Sentí que los líderes de la Concertación se callaban, no sé si por culpa, por vergüenza, frente a sus ‘hijos’ del Frente Amplio.

Y ese silencio ante la violencia me pareció inaceptable. Eso lo tuve muy claro, y ahí empecé a cuestionarme. Ese silencio me indignó. Sentí que en la izquierda había guardada una pulsión totalitaria. Así como también existe en la derecha. Y en un momento de crisis esa pulsión podía salir y la izquierda convertirse en totalitaria. Ahí empecé a cuestionarme”.

Han pasado cuatro años y la distancia ha seguido aumentando. Amarillos ya es un partido oficialmente inscrito y Warnken, pese a haber dejado la presidencia, sigue siendo su líder natural y su referente. Durante la pandemia se instaló a vivir en Puerto Varas junto a su esposa, Danitza Pavlovic, y sus tres hijos menores. Desde allá dirige sus talleres de poesía y escribe sus columnas, aunque viaja todas las semanas a Santiago para grabar sus entrevistas y su programa “Desde el jardín” en Radio Pauta.

Ya instalado en el sur, con la perspectiva de una vida más serena, surge Amarillos. “Partió como una carta que publiqué, un grupo de WhatsApp con alguna gente, para dejar testimonio, pero nunca me imaginé que se convertiría en un movimiento y menos en un partido. Eso fue brutal”, describe.

Le cambió la vida. “Hay una parte mía que me tienta a recluirme, a estar en mi mundo, mis libros, autoabastecerme. Pero tengo otra parte: me gusta estar atento a lo que está pasando en el país, leer las cosas, no huir del mundo. Esa ecuación no es fácil. Cuando uno toma estas decisiones, es porque hay algo dentro de uno. Y lo hice de manera bien inconsciente. A lo mejor si hubiera sabido todo lo que iba a pasar después, probablemente lo habría pensado más. En términos personales. No por la convicción, porque lo sentí de muy adentro. Yo me iba a buscar la serenidad al sur y me agarró este torbellino, este tsunami, que irrumpió en mi vida privada. Fue brutal. Yo soy peatón, no manejo, camino mucho, me meto en los bares, en los cafés, en las librerías. Caminaba en la noche sin ningún problema. Y después de esto me di cuenta de que no podía salir tranquilo a caminar, porque me expuse varias veces a funas fuertes y peligrosas. El país se puso más violento, más agresivo. Mucha gente desaforada. Yo no había visto algo así antes”, asegura.

–¿Ataques directos hacia ti?

–Claro. Te paran, sobre todo cuando son grupos. La funa fue brutal. Muchos cabros me veían a mí como alguien del mundo de la cultura, un personaje culto de un grupo de izquierda, y me vieron como un traidor que se había vendido, que se había forrado de plata, vendido al poder económico. Y lo creían. Yo trataba de hablar con ellos cada vez que me funaban; me acercaba, les decía “bota toda tu rabia, pero ¿quieres que conversemos?”. ¡Olvídate! Me vinieron a funar a mi casa. Afortunadamente no estábamos acá, pero tiraron un carbón para adentro, rayaron la casa, un auto, los vecinos salieron. Fue brutal. Ahí dudé. Hasta entonces me habían funado en las redes, pero prácticamente yo no estoy en las redes. Y que vayan a tu casa ya es otra cuestión. Le pregunté a mi señora: “¿Paramos esta cuestión?”. Yo lo entendería perfectamente. Y ella me dijo: “Por ningún motivo. No puedes abdicar ahora, porque sería darles la razón”.

Amarillos surge como reacción a la Convención Constitucional. En un momento poco propicio para manifestarse en contra: “Nosotros hicimos el ‘Manifiesto Amarillo’ en un momento en que estaba ganando el Apruebo; Boric estaba asumiendo en gloria y majestad; se había repartido el IFE, la gente se lo estaba gastando. Y pretendía ser algo testimonial, de un mundo más de centro, centroizquierda, más socialdemócrata… Porque la cobardía de los dirigentes de la centroizquierda era total, era como una abdicación frente a la locura que se veía en la Convención. Yo pensé que iba a salir en una carta a ‘El Mercurio’, en una nota muy al margen… Pero prendió, la gente empezó a firmar, llegaron de a miles… Nunca nos imaginamos eso. La primera señal que tuve fue cuando me llaman de Canal 13 para una entrevista… que fue más una encerrona que una entrevista. Yo ahí me di cuenta de lo polarizada que estaba esta cuestión. Y de ahí no paró”.

–Mucha gente de izquierda te vio efectivamente como un traidor…

–Absolutamente. Y yo lo entiendo. Lo entiendo porque fui muy de izquierda, y mi historia y mis afectos vienen de ahí. Conozco muy bien la cabeza de la izquierda, muy de adentro. En la universidad fui militante del Mapu Obrero y Campesino, que de obrero y campesino no tenía nada. Era el Mapu más reformista, más moderado. Peleamos contra los gremialistas, eran nuestros enemigos, y siempre fui de izquierda, mi imaginario era de izquierda. Después me fui alejando de la militancia, pero siempre voté por gente de izquierda. Voté por la Concertación. Lo entiendo y, tal vez yo mismo, si hubiera estado adentro y hubiera visto a alguien con esa posición, probablemente hubiera caído en el mismo error… Nunca cancelar a nadie, nunca funar. Pero tal vez una parte mía hubiera dicho “mira a este huevón, por qué se está yendo a ese lado”, quizás cuando era más joven. Lo entiendo. Lo más duro fue con amigos cercanos, que quedaron en estado de shock. Tanto que ni siquiera se atrevían a preguntarme. Hay gente que no nos perdonó.

–¿Cómo fue ese proceso personal?

–Es un cuestionamiento primero emocional. Tengo toda una historia emocional con el centro de la ciudad, y ver cómo se destruía sin ninguna misericordia, sin ninguna piedad, el espacio público… Por un lado, yo estaba a favor de las manifestaciones, porque veía que había un problema, pero cuando vi lo otro, me asqueó, me violentó profundamente. Me tocó ver todo el proceso de cierres de locales, de quiebras. Un proceso que después se ha reconocido, pero en ese momento había un silencio en el mundo de la centroizquierda que fue para mí ominoso, y donde hay una responsabilidad gigantesca de todo lo que vino después: la anomia, el desbaratamiento de la autoridad, la destrucción en términos simbólicos de Carabineros… una izquierda irresponsable, infantil. Se me juntó todo. Por algo me atreví después a dar este paso con Amarillos. Si no, no lo habría hecho. Y ahí empecé a plantearme cosas y a dudar de cosas en las que había creído. como cuando uno pierde la fe. Porque de alguna manera ser de izquierda en Latinoamérica suplanta a la religión. Yo creo que hay algo religioso ahí. Yo le digo a mis amigos de derecha: “Ustedes no entienden lo que es ser de izquierda. No pueden entenderlo, porque para ustedes la política es una cuestión secundaria”. El que es de izquierda tiene algo muy profundo, casi religioso, que te da un sentido, uno ve un horizonte. Reemplaza a la religión, de alguna manera.

–Tú tomaste una posición en momentos de polarización extrema, y eso no tiene vuelta atrás…

–No tiene vuelta atrás. Quemé las naves. Eso fue súper doloroso, uno pierde algo. Algo de donde vienes. El mundo de la izquierda no es sólo la política: tiene que ver con la cultura, con la música, con emociones, afectos. Y siento que eso lo perdí. Aunque los valores que me movieron para ser de izquierda siguen siendo los mismos.

–Pero la tribu no te reconoce…

–¡No, la tribu no me reconoce!

–Te expulsó…

–Crucé el Rubicón, como se dice…

–¿Crees que la falta de reacción frente a la violencia del 18 de octubre es ausencia de convicción, es un germen totalitario o simple cobardía?

–Hay una mezcla. Hay mucha cobardía. Sé que es muy fuerte y puede irritar, porque es como que uno tuviera una superioridad moral que te permite decir “tú eres cobarde”. Yo no quiero decir eso. Pero aquí hubo una abdicación de personas que fueron ministros, que fueron subsecretarios y que de repente se suman a decir que este es un país en ruinas, que la Concertación fue neoliberal.

–¿De dónde viene ese cambio?

–Viene del segundo gobierno de Bachelet. Ahí ganaron los autoflagelantes. Meten al PC y ahí el PC empieza a tomar el ascendiente que tiene hasta ahora. Ahí ganaron una batalla que habían perdido.

–Pero en el estallido había una parte muy importante de la sociedad que creyó lo mismo, que había que cambiarlo todo.

–Es que la política tiene mucho que ver con relatos. No sólo hay ideas. Acá hubo una batalla cultural en que la derecha pensó que con puro desarrollo económico y con gestión, como pensaba Piñera, el país estaba súper bien, éramos la estrella de Latinoamérica. Pero resulta que no, la política tiene que ver con una batalla cultural. Y la derecha en el fondo siempre ha despreciado la cultura. Y lo que pasó es que la izquierda hizo un trabajo previo muy potente, silencioso, como lo hace siempre, se tomaron las universidades, y Jackson y Boric llevaban en sus mochilas los libros de Atria, de Salazar (que, aunque discrepo de él, es un gallo muy interesante, más que Atria), de Chantal Mouffe y de otros teóricos de izquierda radical en el mundo. Leyeron libros, y estas ideas circularon, se instalaron, y se empezó a armar un relato. Y al frente no había otro relato. Entonces dicen “no son 30 pesos son 30 años”, el país está en ruinas, Y la gente creyó eso. Después, durante la Convención, hubo gente que creyó que se iba a acabar el capitalismo en Chile, que iba a ser el fin del neoliberalismo. ¡Y eso es un delirio, es delirante!

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