Cuando se habla de lujo y exclusividad en Brasil, ya no se piensa solo en los barrios tradicionales de Río de Janeiro. Este destino ha tomado un lugar privilegiado, convirtiéndose en el favorito de quienes buscan calidad de vida, playas kilométricas y una oferta gastronómica y hotelera de primer nivel.
Lo que alguna vez fue un sector emergente, hoy es sinónimo de sofisticación, con residencias de alto nivel, centros comerciales de lujo y gran vida nocturna. Barra de Tijuca es un nuevo Miami brasileño que crece a pasos agigantados.
Te invito a recorrer lo mejor de Brasil –hoteles, playas, calidad de vida y gastronomía– sin las aglomeraciones del centro de Río. Descansamos en el mejor hotel de la zona, cocinamos, cocteleamos, comimos a lo rico y disfrutamos de una experiencia maravillosa.
GRAND HYATT – RIO DE JANEIRO
Las mañanas en el Grand Hyatt comienzan con un desayuno que bien podría ser un evento en sí mismo. La estación de tapiocas rellenas es un imperdible, las frutas tropicales llegan fresquísimas y el café, fuerte y aromático, invita a alargar la conversación. El servicio amable, salones enormes, puras exquisiteces. Muy concurrido.
Después de un desayuno sin apuros, nos aventuramos en una excursión por la Reserva de Marapendi, una joya natural junto al hotel. Navegamos por un manglar lleno de vida, donde las garzas y martines pescadores cruzaban sobre nuestras cabezas y las iguanas tomaban el sol entre las ramas. Pero el mejor momento fue cuando aparecieron los capibaras, mirándonos con su expresión tranquila y su ternura absoluta. Un regalo inesperado en medio del paseo.
COCINA, CAIPIRIÑAS Y RELAJACIÓN
El Grand Hyatt no es solo un lugar para dormir. Dentro de sus instalaciones, vivimos experiencias pensadas para hacer la estadía aún más especial: Clases de cocina al estilo MasterChef, donde nos pusimos el delantal y cocinamos risottos y otros platillos que animan la competencia y generan un ambiente muy cercano.
También tomamos clases de caipiriñas, donde entendimos que este clásico cóctel tiene infinitas versiones y secretos para perfeccionarlo.
Y si quieres hacer un evento, cuenta con salones modernos, equipados y gigantes, ideales para reuniones de gran magnitud con una organización impecable.
Pero si hubo un momento que realmente hizo la diferencia, fue entregarme al Atiaia Signature Massage, un tratamiento que mezcla diferentes técnicas para alcanzar un nivel de relajación absoluta. Salí renovado y, antes de regresar a la habitación, hice una parada en Gramado, la tienda de cosmética frente al spa donde encontramos fragancias brasileñas y productos de cuidado personal. Compré varias cosas, se acordarán de mí.
FERRO E FARIÑA, PIZZA QUE SE RESPETA
Llegamos sin apuro, pero con hambre. Ferro e Fariña no necesita de grandes presentaciones: siempre lleno, con cocina abierta, horno de leña ardiendo y un ambiente que invita a quedarse.
Casual, con mucho movimiento y cero pretensiones.
La casa fue la primera pizzería carioca en entrar en la lista de las 100 mejores del mundo en 2024. Al frente del horno de leña está el chef neoyorquino Sei Shiroma, hijo de padres orientales, que creció dentro del restaurante japonés que su familia tuvo durante años en la “Big Apple”. Llegó a Brasil en 2013 y decidió emprender haciendo pizzas en un horno de leña móvil, recorriendo la ciudad y vendiéndolas. Hoy, la marca cuenta con cinco locales distribuidos por la ciudad.
La carta tiene su propia lógica. Antes de la pizza, unas entradas que sorprenden. Los Hongos “nombre” llegaron calientes, servidos sobre piedra con shitake, shimeji rosa y champiñones, polenta de coliflor y una yema cremosa que lo unía todo.
Texturas, fuego y sabor. Luego, el carpaccio de pulpo, con una vinagreta de tomate, mayonesa de ostras y rúcula, ligero y con ese punto marino que lo hace imbatible. Pero las que de verdad no me esperaba fueron las ostras gratinadas, servidas en su concha con mozzarella fundida y vinagreta de cebolleta. Calientes, sabrosas y con esa combinación entre lo fresco y lo reconfortante.
Pero aquí lo que manda es la pizza, y cuando llegó la primera, entendimos por qué. La Domenico, con fior di latte, grana padano y albahaca asada, fue la entrada perfecta al festín. Masa aireada, crocante, con el queso en su punto y un aroma que te atrapa. Pero la que nos dejó sin palabras fue la Classic New York, con una salsa de tomate con ese punto justo de pimenta calabresa, mozzarella y orégano. Un pedazo de Brooklyn en pleno Río.
Pedimos vino, nos relajamos y dejamos que la noche se alargara un poco más.
OCYÁ UNA ISLA, UN FESTÍN DE MAR
Llegar a Ocyá ya es parte de la historia. Desde Barra de Tijuca, un ferry nos llevó en apenas 10 minutos a este rincón privilegiado, una isla pocas veces vista que esconde una de las mejores mesas de Brasil. Y ahí estaba él, mi querido amigo Gerónimo Athuel, o mejor dicho Poseidón, recibiéndonos como si estuviéramos en su propia casa.
Este es un restaurante que respeta el mar. Lo dice su manifiesto y lo confirman sus platos. Aquí la pesca artesanal es la protagonista, llevada al fuego con una maestría absoluta. Y si hablamos de imperdibles, hay que partir por el pan crocante de mariscos, de esos que se deshacen en la boca, pero dejan ese crujiente justo que hace que uno quiera otro de inmediato.
El pulpo fue otro acierto. Perfecto en cocción, con mayonesa casera de kimchi, papas fritas y pimentón. Y de ahí pasamos al pescado, un filete impecable con puré y unas papas de infarto, doradas, crujientes y adictivas.
El mar aquí no es solo un paisaje, es la esencia del lugar. Ocyá es de esos restaurantes que te marcan, no solo por lo que comes, sino por la energía del espacio, la hospitalidad de su equipo y esa sensación de estar en un lugar en un entorno idílico.
RÚA OLEGÁRIO MACIEL, EL PULSO NOCTURNO DE BARRA
Si de día Barra de Tijuca se disfruta entre el mar y la laguna, de noche la energía se traslada a la Rúa Olegário Maciel, una calle donde los bares y restaurantes marcan el ritmo. Aquí la vida social se mueve sin apuros, con locales que van desde cervecerías artesanales hasta bares con propuestas innovadoras. Un paseo obligado para quienes quieren disfrutar la noche sin las aglomeraciones de otras zonas de Río. Al final de nuestro recorrido, nos esperaba.
SHISO, UNA BARRA DONDE TODO ESTÁ PENSADO
Si hay algo que marca la diferencia en Shiso, es la hospitalidad de su chef Guilherme Campos. No es solo un maestro del sushi, es un anfitrión que entiende lo que significa sentarse en su barra. Desde el primer momento, la cercanía y la conversación fluyen con naturalidad, haciendo que cada plato tenga un sentido más allá del producto.
Para esta cena, llevé desde Chile un magnum de “Le Rosé” de Lapostolle, un vino que acompañó y sorprendió a mis colegas. Compartirlo con amigos, en un entorno cálido y con la complicidad del chef, hizo que cada copa tuviera otro significado.
El omakase en Shiso es largo, pero se disfruta sin apuros. Nigiris, sashimis, usuzukuri, cada uno con su técnica y su lógica. El arroz, impecable. Los pescados, distintos a los que estamos acostumbrados en Chile, pero no menos sabrosos. Atún insuperable, pescado dulce con una textura increíble, espada con un corte preciso. Una cena pensada y ejecutada con detalle, donde el chef sabe exactamente qué necesita cada comensal.