Revista Velvet | Ariel Richards: “El tránsito me obligó a estar más relacionada con las emociones”
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Ariel Richards: “El tránsito me obligó a estar más relacionada con las emociones”

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Ariel Richards: “El tránsito me obligó a estar más relacionada con las emociones”

POR Claudia Guzmán | 31 marzo 2023

La novelista acaba de publicar Inacabada, autoficción donde aborda la imposible conversación entre una mujer transexual y una madre incapaz de hacer el duelo de perder a su primer hijo. “Yo no extraño nada de mi versión anterior”, afirma.

“Déjame prender la máquina para que nos tomemos un café”, invita Ariel Richards apenas empieza la reunión. Y desaparece. Cálida, cariñosa, feliz de conversar sobre su nueva novela “Inacabada” y sobre su nueva vida, la escritora e investigadora en arte corretea por su departamento de Providencia. Libros, plantas, retratos de familia, dibujos de plantas y una bicicleta quedan como anfitriones en el cuadro de la cámara en la sesión de Zoom.

Unos años atrás, Ariel era Juan José. Y también se dedicaba a escribir. Trabajó para medios de comunicación como revista Viernes, revista ED y Paula, estudió diseño, estética y es magíster en Escritura Creativa de la NYU. Nos conocimos por un evento trágico: cuando murió Amy Winehouse yo trabajaba en la sección de Espectáculos de El Mercurio, y se ofreció a ser nuestro corresponsal desde Londres durante los días que duró la inesperada noticia. Sus despachos estaban llenos de delicadeza y, al mismo tiempo, tensión.

Hoy, en la pantalla del computador aparece la imagen de Ariel. Luce una melena color cherry que enciende sus ojos y piel. Y ahora es la autora de Inacabada (Alfaguara, 2023), una novela sobre el tránsito de género donde nuevamente se despliegan esas delicadeza y tensión, pero ahora al servicio de la difícil conversación que una hija quiere sostener con su madre sobre lo que significa su decisión de transitar de género.

Ariel, quien hoy tiene 41 años, cuenta que a los 37 pudo verbalizar que era mujer. En ese momento comenzó a compartir su proceso a través de IG en la cuenta @transitodeariel y empezó a tomar decisiones sobre lo que la nueva etapa de vida traería, desde los cambios físicos hasta los profesionales. Pensó que la escritura iba ser parte de lo que había dejado de ser. En 2016 ya había publicado la novela Las olas son las mismas, bajo el nombre de Juan José Richards.

¿Asociabas la expresión literaria a la identidad de género?

No, no. Era que estaba fascinada con la ilustración botánica y pensé que me iba a dedicar a eso. Pero además pasaron dos cosas que me ayudaron a decidir: me invitaron de la editorial en que ya había publicado (Libros de la Mujer Rota) a reeditarlo con mi nombre anterior tachado y el nombre nuevo en grande, porque ese año querían publicar puras mujeres. Y pasó que, también, me di cuenta de que mi propia experiencia de lectura era muy similar a mi experiencia de escritura. O sea, en el fondo, la persona que yo había sido mientras leía libros de misterio cuando era chica y las novelas que leí cuando eran grande, seguía siendo la misma persona. Entonces, también me pregunté si es que acaso la escritora no podía también traspasar el tránsito y seguir existiendo. Así que nada, la experiencia de la escritura todavía sobrevivió al tránsito. Hubo cosas que no sobrevivieron, pero la escritura sobrevivió —sonríe.

¿Conservaste una voz autoral?

Ah no, hubo un corte total en mi voz autoral. Inacabada se levanta muy a partir de lo que la otra no era. En el fondo la otra novela era súper críptica, muy mental, muy intelectual, sin emociones. Como que era una novela inteligente, entre comillas. Lo que quería acá era que fuera una novela que pudiera hablar de las emociones, donde las emociones de la protagonista estuvieran explícitas, profundizadas y, de hecho, esa fue una experiencia como muy particular del tránsito hacia lo femenino. El tránsito me obligó a estar más relacionada con las emociones, mucho más directamente, tanto a nivel hormonal y químico, como que los primeros meses de hormonas femeninas yo no paraba de llorar. Cómo que se abrió una válvula en que la parte intelectual estaba, pero también había una parte emocional mucho más sofisticada que la que había experimentado antes. Y todo eso fue nuevo, entonces también eso se permeó en la escritura.

Mucho se ha escrito sobre la voz femenina en la literatura. ¿Tenías referentes? ¿Cuáles?

Mi vida ha estado muy marcada por autoras femeninas y por profesoras. Todas mis maestras han sido mujeres y todos los talleres que tomaba eran con profesoras. Mi formación ha sido absoluta- mente desde las voces femeninas. Las autoras chilenas que me gustan un montón son Diamela Eltit, Cynthia Rimsky, Lina Meruane, Alia Trabucco, ellas han construido voces literarias muy interesantes y con las que tengo más afinidad a nivel de lectoría.

Luego, sobre su propia voz, Ariel agrega:

Más que preocuparme de la construcción de una voz femenina, yo pensaba más bien en cómo era esta voz nueva que estaba emergiendo. Porque tampoco hubiera dicho que la que tenía antes era una voz masculina, sino que tuve que reparar en cuáles eran los matices, cuáles eran las intenciones de esa nueva voz.

EL GOCE DE LA SORORIDAD

La protagonista de Inacabada fue bautizada por Ariel como Juana. Para la autora es solo un guiño a su nombre anterior, al que su propia madre le puso al nacer. Para ella, es más bien el nombre que le recuerda a la heroína de Cerca del corazón salvaje, de Clarice Lispector y que, además, le gusta por su “neutralidad”.

La Juana de Inacabada es una criatura de autoficción, ese género literario donde la biografía real de quien escribe se mezcla con la imaginación. La protagonista le pide a su madre que la acompañe a Nueva York, donde, como especialista en arte, hará una ponencia en un seminario con su investigación sobre el significado de obras inacabadas. Desde que suben al avión, Juana tratará de tener con ella una conversación profunda sobre lo que siente por la decisión que tomó. Decir lo que nunca ha dicho, escuchar lo silenciado entre ellas será el deseo que movilizará a Juana a lo largo de ese viaje y al lector a lo largo de las páginas que Ariel va dibujando también con imágenes de arte, con sutiles detalles de obras pictóricas y escultóricas.

¿Hay un efecto terapéutico en elegir la autoficción?

No. La tarea de reparación, en mi caso, fue hecha en un diván y con una psiquiatra especialista en acompañar a personas en su tránsito. Ahí tuve que hacer una tarea de reparación en cuanto a cómo yo, como persona, me había aplazado a no ser hasta los 37 años y en cuanto a las dificultades del tránsito. Y todo eso tuvo forma de conversación, como trabaja la terapia. La escritura no tenía un afán reparador, sino todo lo contrario: habiendo tenido una experiencia, a través de la escritura, quería hacer otra cosa. Evidentemente que la experiencia de la protagonista está muy nutrida por mi propio tránsito, pero todo lo que pasa ahí es ficción. Ese viaje no ocurrió nunca. Las conversaciones como están ahí no pasaron nunca. La mayoría de los recuerdos son inventados. Hay personajes que son pura ficción. Y, en ese sentido, me entretuve mucho. No fue una cosa reparadora, sino más bien fue como muy gozoso en el sentido de que “ya, ya lo pasé mal, y esto es otra cosa”.

Ariel reconoce que algo que sí se conserva en el libro de su biografía es el linaje de suicidios en los hombres de su familia antes de cumplir los 40 años de edad. Ese trágico árbol genealógico lo tiene la protagonista de Inacabada también. Hombres que aparecen infelices, obligados a cumplir roles que están más allá de su deseo y decisión.

¿Esa historia familiar la viviste como una carga o un karma?

No sé si creía en un karma, pero evidentemente era una realidad: padre suicida y abuelo materno suicida, ese era mi árbol familiar. Entonces una podía interpretar, decir, “a lo mejor me toca a mí”. Pero también creía en la facultad que tenía ante esta figura preescrita. O sea, ¿qué puedo hacer? Yo creía, y creo, que tenía bastante agencia. Yo podía hacer algo, esa facultad estaba en mis manos. Dependía de mi voluntad, así que sí, supongo que se hizo lo que había que hacer —vuelve a sonreír.

El duelo es un tema constante en el libro. ¿Cuál crees que es el principal duelo de la historia?

Qué buena pregunta. No lo sé. A lo mejor la experiencia del tránsito sí involucra un duelo para las madres y padres de las personas que transitamos. Creo que al final como que me he llegado a reconciliar con esa idea, pero creo que la novela aborda varios tipos de finales que pueden ser leídos como muerte. Una podría pensar que, por ejemplo, una obra de arte que está terminada también es una muerte, porque en el fondo cierra la obra de arte, la vuelve como definitiva. En ese sentido, creo que la mayoría de las experiencias y la mayoría de los relatos de las reflexiones que están en el interior de las novelas tienen que ver con esta idea conflictiva de lo que termina y lo que continúa.

Luego, Ariel toma un sorbo de su café y empieza a reflexionar sobre su propio duelo asociado al tránsito. Sobre si en él hubo algo que se acabó o no:

El duelo, sin duda, es una de las formas en que podemos lidiar las personas con lo que se acaba, con lo que termina. Pero después, dentro de ese mismo ítem, una podría pensar que hay formas de duelo. Hay formas de duelo más dramáticas, otras más reflexivas o que incluso pueden ser celebratorios. Cuando empecé mi tránsito compartía ciertos avances en Instagram, y nunca me voy a olvidar de que un día Daniela Vega me dice por DM: “Bienvenida a la mejor época de tu vida”. Y fue muy heavy porque en el fondo, como que nadie me había celebrado hasta ese momento el hecho del tránsito. Hasta ese momento todo había sido como qué difícil, qué valiente, las típicas cosas que se dicen. En cambio, ella le dio vuelta a la narrativa e hizo un duelo celebratorio.

¿Qué extrañas de tu antigua identidad?

Nada.

¿No se vive un duelo?

Es que para mí no fue un duelo. Es muy asimétrica la experiencia del tránsito, porque para una es como más en clave Daniela Vega, es muy bacán. Empieza a salir, a emerger, a sacudirse todo lo que no era tuyo. Pero sí hay personas que extrañan esa versión anterior tuya, sobre todo como personas que tenían depositadas expectativas en ti, como tu madre o tu padre. Pero yo no extraño nada de mi versión anterior. Como que hay personas que me han preguntado: “¿Pero el tránsito es definitivo?”. Y yo (les digo): “Obvio que sí, o sea, no hay vuelta atrás”. Yo no volvería, pero ni un centímetro atrás.

No te pasó como a tu personaje, que extraña no poder responder a esas expectativas

No, porque esas expectativas se vivían como un mandato externo, se vivían más como yo debo ser así, no como un “yo soy esta persona”. Además, es un mandato social brutal, el mandato masculino es brutal, o sea, las expectativas del mandato masculino de rendir, de ser eficaz, de tener buena performance, de ser proveedor, de que se te pare, de ser romántico, es muy fuerte. Y el ser femenino tiene otras implicancias, pero emerge desde mi interior.

¿Qué es lo que más has gozado de ser mujer?

Todo, sobre todo acceder a espacios de sororidad femenina como el baño de mujeres, por ejemplo. Para mí eso ha sido clave. El momento en que yo descubrí que el baño de mujeres es un espacio donde es posible desplegarse seguramente, sentí que por fin había llegado.

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