Por Rita Cox F.
Sobre tener poder, el rol del dinero, su dedicación al trabajo y cómo se nutre de escuchar a otros habla aquí la reconocida empresaria, que acaba de publicar su primer libro. No rehúye del rincón menos conocido de su biografía: una niñez inestable, una madre que la cuidó a pesar de su fragilidad y un padre distante, cuyo amor le fue esquivo. “La inseguridad puede ser un motor. Se puede enfrentar y aprender a querer”, dice.
Es de las empresarias más destacadas de la escena nacional. La más mediática, sin dudas. Y número uno en la lista de las treinta ejecutivas más influyentes de Linkedin, según una investigación dada a conocer a principios de año por la agencia ALTA y WoomUp. Alejandra Mustakis es, a sus 49 años, una marca fuerte, el sello de una generación de mujeres empoderadas, si hay que elegir una palabra, por cargosa que esta sea.
En contraste, su voz es suave, casi inaudible frente a la grabadora. Parece susurrar. Cuesta, entonces, imaginarla en un pitch de negocios. Cuesta, porque en el imaginario –al menos en el de esta periodista– persisten los lugares comunes, esos que relacionan el poder con el tono de voz elevado y el golpe sobre la mesa. “No creo que para mostrarse decidida sea necesario subir la voz. Poder conectarte siempre va a ser mucho más profundo que eso. Elijo, y lo explico en el libro, los liderazgos diversos”,dice, obligándome a acercarme para escucharla, a la vez que me deja muda de vergüenza.
Alejandra, “Ale”, para muchos, y también para Google ynChat GPT, se refiere al libro que lanzó a fines de julio, Yo creo. Creer, crear y emprender (Zig-Zag), donde cuenta su trayectoria. Desde que era una colegiala insegura de sus capacidades, de jumper bajo las rodillas y bototos, buena para las matemáticas y para tararear a Silvio Rodríguez, hasta su primer hito de autovaloración, que fue su paso por la carrera de Diseño Industrial. Se detiene en una crisis relevante de los 23 años que la hizo comenzar a exigirse en serio y el nacimiento de su primera empresa, vigente hasta hoy: Medular.
La narración en primera persona avanza hasta Kauel, su segunda aventura; iF, espacios de trabajo, cowork y eventos en varias comunas de Santiago y Antofagasta; Iko y Cemprendedor. De emprendedora a empresaria y hasta inversionista ángel.
En su conjunto, las 247 páginas –que incluyen ejercicios para los lectores– pueden resultar inspiradoras no solo para quienes deseen emprender y escalar sus negocios, sino también sacudirse de las inseguridades que confiere la vida, especialmente durante la infancia. Porque lo más inquietante de este libro no es la carrera ascendente de su protagonista, sino la decisión de recordarse como hija adorada por su madre, Diana, pero no del todo esperada por su padre, Constantino. O compartir la inestabilidad de ese hogar con una mamá excéntrica para la época y deprimida, y un papá lejano.
–Le dedicas el libro a tu mamá. Escribes: “Para Diana, mi leona”.
–Tengo muchas Dianas importantes en mi vida, no es solo mi Diana, mi madre. Pero ella, claro, me trajo al mundo, fue muy valiente en criarme y en acompañarme con todas sus habilidades y sus no habilidades.
–Cuentas sobre tu mamá, sobre tu papá, sobre esa herida de no sentir que tu nacimiento fue esperado por él. ¿Por qué quisiste compartir eso?
–Es mi historia y es la única que tengo para conectar de verdad con las personas. No es una historia ni buena ni mala. No hay buenos ni malos, como en tantas otras, y creo que es importante que en Chile nos demos cuenta de eso, de que todos venimos de historias muy distintas y hay gente muy valiosa venga de donde venga. No me gustan las etiquetas ni las caricaturas. Si mi historia ayuda a prescindir de eso, ya es un logro.
No es la única razón por la que Alejandra Mustakis revela esos rincones de su biografía. Su desarrollo profesional tiene también un correlato en el autoconocimiento y la reafirmación; un viaje desde la fragilidad a la mujer que es hoy. “Quería contar que esas cosas que fueron vulnerabilidades, y que nos marcan de una u otra forma, las podemos convertir en fortalezas. La inseguridad puede ser un motor. Se pueden enfrentar y aprender a querer. Obviamente hubiese preferido una infancia mucho más estructurada, pero todos vivimos cosas”, enfatiza.
–Viviste rodeada de mujeres. Además de tu mamá, mencionas a tus nanas Fefa y Elen, que te criaron “con amor incondicional”. ¿Cómo era ese ambiente?
–Éramos como una isla en un Chile muy distinto, donde a las mujeres les costaba todo mucho más y todo estaba más lejos, sin Internet. Me rodearon mujeres de mucho esfuerzo. Mi madre, palestina, me criaba sola. No eran mujeres ‘híper-power’, como ahora en el mundo. Era justamente el revés. Todo pasaba en la casa, en nuestro espacio, con nuestra visión pequeñita.
–¿Y tú tenías conciencia de que el mundo podía ser distinto, que podría ampliarse?
–Ni siquiera lo pensé alguna vez. No estaba en el horizonte. Pero yo tenía una bisabuela que llegó de Palestina a Puente Alto. Mi abuela creció allí. De mi bisabuela se contaba la historia de que había tenido un almacén donde trabajaba todo el día para mantener a sus hijos. Su hermana la ayudaba a cuidarlos. Me llamaba la atención que ella hubiese sido capaz de mantenerlos y me contaban que era “era blanca, blanca, blanca, porque de tanto trabajar nunca veía la luz del sol”. Creo, mirando hacia atrás, que, de alguna manera, aunque en ese tiempo yo no lo entendiera, esa fortaleza suya, esa capacidad, fueron una inspiración.
–Repites bastante que eres “empresaria chilena”.
–Nací en este país, amo mi país. En el fondo, siento que si a uno le tocó estar en un lugar, nacer en un lugar, hay una misión en eso.
–¿Cómo es el ecosistema de las mujeres empresarias? Podemos ser pesadas las mujeres.
–Yo creo que en Chile tenemos mujeres talentosísimas, y esto te lo digo con mucho conocimiento porque estoy metida en treinta o más grupos de mujeres. Desde la señora que hace el aseo hasta la empresaria, sacando adelante todo orden de cosas. El mundo empresarial y el de emprendedoras cada día gana terreno. Yo tengo la suerte, además, de tener no pocas amigas y conocidas con quienes nos fuimos empoderando juntas, armando una red desde la que nos ayudamos, empujamos, potenciamos y nos queremos de una manera femenina, que a mí me gusta, que siento cariñosa, que creo es desde un lugar sencillo y de mucha conexión.
–¿Qué significa el poder para ti, que lo tienes?
–Es una responsabilidad. Lo que hago, que me conozcan, me da oportunidades de hacer cosas en grande, con mayor impacto. Me reciben donde antes no lo hubiesen hecho y donde yo jamás hubiera siquiera soñado, personas que no conocía. Siento que ahora la gente me valora y me cree, me acompaña en probar cosas nuevas, en hacerlas de otro modo.
–Dos cosas se dicen del poder: es sexy y afrodisiaco. ¿Te parece?
–No hay nada más sexy que una persona apasionada con lo que hace, una persona que tiene sueños, que tiene proyectos. Una persona que vibra. Entonces siempre voy a creer que eso es sexy. Da lo mismo si se trata de un hombre o de una mujer.
–La plata, ¿qué significa para ti?
–Es un súper medio que ayuda a miles de cosas. Creo, también, que es una manera de que la sociedad demuestre que alguien lo está haciendo bien. O, en otras palabras, entendiendo que hace bien la gente que gana dinero.
–En Chile, tal vez por las redes sociales como un factor, ha cambiado la forma de relacionarse con la plata.
–Veo harto video en Instagram de gente que dice “quiero que me vaya bien”. Que bueno. Antes ese discurso era castigado. La ambición, la buena ambición, es positiva. Es bueno querer crecer y querer que otros lo hagan.
La Ale se ve como una mujer muy activa, siempre metida en hartas cosas, que trabaja muchísimo. Pero, ¿será así? “He buscado ir haciendo cosas y hago muchas cosas. Es real. No sabría qué hacer con diez semanas de vacaciones. No todo el tiempo los niveles de actividad son iguales y, aunque soy trabajólica, me he acostumbrado a un cierto ritmo, lo disfruto y me siento muy agradecida de las oportunidades que tengo. Eso es muy importante. Hay, por otra parte, mucha gente que depende de mí y trabaja conmigo, y me gusta tratar de responderles de la mejor manera. Pero no transo, y eso lo saben quienes me conocen, estar con mis hijos, salir a tomar algo con una amiga, una rica comida, estar tranquila en mi casa, la paz que me dan mis animales (cuatro perros y dos gatos, estos últimos, de sus hijos veinteañeros) y hacerme el tiempo para practicar yoga y box.
–¿Mujer 5 AM?
–No. Me es más fácil trabajar de noche que de madrugada. Reconozco que a veces me quedo trabajando de noche, con el computador en la cama. Pero cada vez menos. Trato de dormir ocho horas todos los días.
–No es raro que las personas en altos cargos vayan a terapia, tengan un coach o lean cierto tipo de libros. ¿Es tu caso?
–Estoy leyendo mucho y me ha hecho tan bien. Si hace cuatro años alguien me lo hubiese propuesto, le habría respondido que no era lo mío, que me mandara unas planillas Excel y que haciendo un flujo me tenía feliz. Pero la verdad es que he encontrado en la lectura un silencio mental que necesitaba y muchos maestros. También veo charlas TED. Todas esas ayudas, esos contenidos, suman en estas nuevas posibilidades que tenemos hoy para seguir formándonos, aprendiendo.
“Aprender” es otra de las palabras que Alejandra Mustakis repite varias veces en esta conversación, como si fuera una clave en su conexión con el mundo. Tal vez por eso es de pocas palabras y de palabras más bien suaves. Tiene ese gran don que es el de escuchar y atender. Recepcionar.
“Hay muchas cosas que uno va descubriendo en el hacer, en ver. También he tenido el privilegio de estar en muchas mesas distintas. A cada una de ellas llego con la intención de aprender algo y me paro habiéndolo logrado. Trato, de verdad, de no solo estar, sino de concentrarme en lo que se dice, en lo que piensan los demás. De esos lugares distintos saco muchas cosas. Nutrirse es fundamental”.
–Andar con las antenas en alerta, ¿es un talento innato o lo has desarrollado?
–Me he demorado años en entender y otros en aprender. El factor humano aquí es fundamental y trabajar y pulir tus habilidades requiere antes descubrirlas. O sea, yo soy buena para escuchar, yo soy buena para motivar, yo soy buena para convencer. Son conclusiones que demoran en aparecer, necesitan trabajo y se aprende a ser mejor con el tiempo. Tal vez se pueden acelerar, pero hay que querer hacerlo y buscar la manera. De lo contrario está también la posibilidad de pasar toda la vida igual, de no lograr un gran cambio o estancarse en el “es que yo soy así”. Cambiar lo puedes decidir solo tú.