Con dos muestras simultáneas en Los Ángeles y en Múnich, la chilena es una de las artistas más importantes de la escena contemporánea. Formada entre la academia y el chamanismo, concede esta entrevista lejos del ego y descifra cómo la santería y sus rituales la hicieron ser una nueva persona.
Por Alfredo López J. Retrato Jorge Brantmayer.
En pleno montaje de la muestra “Soy energía”, en el Haus der Kunst de Múnich, Sandra Vásquez de la Horra (Viña del Mar, 1967) parece estar de vuelta en su contexto habitual de trabajo. Atrás quedaron las dos exhibiciones que tuvo en el Museo de Bellas Artes de Santiago y el Malba de Buenos Aires bajo el título “Los volcanes despiertos”, una acción del Denver Art Museum donde desplegó cerca de 200 obras creadas a lo largo de cuatro décadas de trabajo.
La artista, que reside desde hace varios años en Alemania, explora, por ejemplo, los ciclos vitales femeninos y su conexión con el entorno natural, entre lo sutil y lo espiritual. Los volcanes en erupción, de ese modo, transmiten una energía absoluta, una pulsión creativa que late y puja para pasar de la potencia al acto. El ‘touring’ de la muestra sigue y su próximo paradero es el Institute of Contemporary Art en Los Ángeles.
“Soy casada con un sueco, Fredrik Broms. Además, tengo una hija de mi primer matrimonio, con un chileno”, cuenta mientras sostiene un respiro en un año agitado. “Mi marido y yo trabajamos principalmente en Berlín, pero pasamos dos temporadas en nuestro departamento en Suecia, un mes en el verano y otro en invierno”.

–¿A qué se dedica él?
–Es ingeniero y fabrica trenes. ¡Es como un karma familiar! El tercer marido de mi abuela también trabajaba en Ferrocarriles del Estado de Chile.
Mientras estaba en el colegio, la artista asistía a la Escuela de Bellas Artes de Valparaíso, con profesores como Virginia Vizcaíno. Terminó muy joven la enseñanza media y, a los 17 años, tomó clases en el Taller 99, con profesores como Nemesio Antúnez y Maya Mora. Finalmente, estudió diseño en la Universidad de Viña del Mar, “un poco obligada”, dice, porque sus padres querían que siguiera una carrera más formal.
En ese momento, siente, tuvo suerte. “Esa carrera era lo más parecido al arte y conocí a Peter Kroeger Claussen, un profesor fantástico que sacó adelante a muchos artistas. Un académico histórico, que vivió un tiempo con Lola Hoffmann y después se instaló en Valparaíso. Tenía un bagaje cultural muy grande y una biblioteca con todos los libros de antroposofía de Rudolf Steiner; era de lo más entretenido. Los alumnos más inquietos terminábamos comiendo en su casa, con su familia. Fuimos muy afortunados, porque él viajaba mucho a Alemania y siempre traía información. En ese tiempo, el Goethe Institut jugaba un rol bastante importante en la cultura, con una biblioteca increíble. En Viña, apenas estaba la librería francesa en la calle Ecuador, la librería Altazor y eso era todo. No había muchos lugares donde uno pudiera realmente hincarle el diente a buenos libros”, recuerda.
–¿Cómo era de niña?
–Era tan hiperactiva que mis padres me mandaron a la Escuela de Bellas Artes un poco para librarse de mí (relata entre risas). Otra cosa que me gustaba era la cocina: metía las manos en los condimentos, probaba todo. En mi casa había una cocinera fantástica, ella me crió en la cocina. Por lo mismo, ahora soy muy sibarita. Debido a que conozco muchas cosas de gastronomía, te vas acostumbrando a lo más sofisticado y ya no hay nadie que te pare. Es fácil acostumbrarse a lo bueno. Por ejemplo, cuando pasas del café instantáneo a la máquina de expreso italiana. Después es imposible volver a lo de antes.

LIDIA, LA MAESTRA CHAMANA
Cuando estuvo en la Scuola Italiana, en Valparaíso, Sandra no quiso hacer la confirmación. “Era la nerd de la historia del arte. Mis hermanas iban al quiosco a comprar dulces y yo me compraba los fascículos de la editorial Salvat. Hubo un tiempo en el que no tuve religión y después me metí al budismo zen, muy joven, a los veinte y algo. Siento que el mundo de la mitología me llamó siempre la atención. Cuando entré al budismo, entendí mucho más lo que significaba el karma… Se empezaron a completar un poco las partes que yo no entendía, como la reencarnación, o la mirada que me proporcionó entender el I ching”. recuerda.
Esos caminos biográficos son también los que Vásquez de la Horra extiende a su obra, con referencias clave a la historia del hombre o la crisis medioambiental. “Cuando observan mi trabajo desde afuera, lo ven como algo bien latinoamericano. Sucede que cuando uno está nadando en el mar, no sabes en qué aguas estás nadando. Obviamente, hay una identidad muy fuerte en lo que hago y, si bien yo vivo aquí, no me dejo influir por lo de Europa”.
–¿Dónde pone la mirada en estos días?
–Trabajo con niveles de conciencia. Por ejemplo, del nivel de conciencia que tenemos todos los emigrantes que se juntaron en un país como Chile. Una gran suerte, en ese sentido. Pero también tiene sus cosas en contra: la cultura africana no llegó a Chile. Tuve la suerte, en el 2000, de conocer a una chamana cubana. Se llamaba Lidia Rivalta y estaba presentando una muestra que se llamaba “Los altares del mundo”. Ella fue muy pitonisa y me dijo ‘tú irás a verme’ a mi país. Al tiempo, quise investigar sobre los ritos, los auténticos. Y me fui a Cuba a investigar lo que hacen santeros y paleros, a vivir ese mundo. Fue transformador.
–¿Por qué cambió su vida?
–Los rituales son muy fuertes, con una profunda limpieza del aura. Te limpian las enfermedades, la negatividad, te saca todo y uno se depura. Lidia para mí fue una maestra y estuve mucho tiempo con ella. Cambió mucho mi trabajo, fue como volver a nacer y mirar a través de otros ojos para ver el mundo de manera diferente.

La intuición, dice, siempre estuvo ahí. “Sucede que los rituales yoruba te hacen visualizar nítidamente cosas que antes eras incapaz de ver. Pero hay que limpiarse periódicamente, vivir en la limpieza del aura”.
–¿Ese camino la llevó a convertirse en una médium?
–Viene de antes, soy médium desde niña. Lo tengo de familia. Una tía, Magdalena, era médium y leía las cartas. Tenía el don y me lo traspasó. Antes, se me adherían muchos espíritus. Ahora ya no tanto, gracias a todas las limpiezas que me he hecho. Estoy más protegida. En el limbo hay muchos espíritus que se quedan pegados y ocupan a los médiums para tratar de comunicarse. Entonces eso te carga mucho, te enferma.
–¿Ser médium es algo positivo o negativo?
–Las dos cosas. Porque uno puede anticiparse y advertirle a alguien, por ejemplo, de una desgracia. Pero la gente se empieza a poner un poco viciosa, en el sentido de que tú le puedas decir algo. Se articula una interdependencia que no es muy sana.
–¿Le ha tocado ser protagonista de algo curioso o relevante?
–Sí, me han pasado muchas cosas y he tenido muchas advertencias de situaciones que van a pasar. Una vez, pude ayudar a una amiga que estaba en el Amazonas, en riesgo y le pedí que tomara algunas precauciones.
–Usted ha llevado esos dominios al arte, ¿qué le gusta provocar en el público finalmente?
–Algo me llama mucho la atención por sobre todas las cosas: el hecho de que mi obra esté siendo utilizada en los museos para que los niños puedan tener un formato para empezar a crear. Me produce una gran alegría. Aquí, en Alemania, un país con una gran historia de inventos, ahora atraviesa una crisis de creatividad. No me gusta hablar del ego, pero eso simplemente me emociona.