El actor vive un peak de popularidad a sus 58 años de edad y tres décadas de carrera televisiva. Quien cuenta que comenzó a trabajar en tv con angustia e inseguridad, este año se ha convertido en influencer, arrasando entre los más jóvenes. “Me levanto y doy gracias a la vida”, comenta el protagonista de la nueva nocturna “Los Casablanca”.
Por Marietta Santi Fotografías Bárbara San Martín
Juan Francisco Melo Miguel, conocido simplemente como Pancho Melo, está en un gran momento. A sus 58 años y con 30 dedicados a las teleseries, su nueva faceta de influencer lo ha posicionado entre el público más joven, habitualmente distante de la televisión abierta. “Estoy muy feliz y sorprendido; estoy llegando a muchos jóvenes”, dice. Sus palabras no responden a una mera percepción, sino a sus 447 mil seguidores en Instagram y 657 mil en TikTok.
Durante la entrevista en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), el actor se desdobla entre selfies y saludos en video para una decena de adolescentes. Consciente del boom que vive, se dedica con esmero a sus fans: pregunta sus nombres y sonríe pacientemente para las fotos. “Esto explotó en febrero. Abrí TikTok como un experimento, para ver qué pasaba, y ha sido bastante explosivo. Una vez una niñita de unos cinco años se me acercó y me preguntó si yo era ‘el tiktoker’ (risas). Uno genera una conexión interesante, una comunicación potente. He descubierto a través de lo que subo que hay cierta soledad; me he convertido en una especie de padrino…”, comenta, en referencia a su personaje en la teleserie “Isla Paraíso”.
Así, las redes sociales que comenzó a utilizar a inicios de este año para promocionar la película “Oro Amargo ” –estrenada en octubre en Polonia– se han transformado en un campo de acción que lo entusiasma. Pancho Melo habla con pasión de esta nueva forma de comunicar y generar vínculos virtuales, que considera una nueva arista de su oficio.
Sus contenidos van desde enseñar tips de actuación, hasta mostrar su faceta de “maestro chasquilla” o candidatearse, humorísticamente, para animar el Festival de Viña del Mar.
“Todavía estoy en un período de experimentación. Abrí TikTok y no sabía ni qué era. Evidentemente, las redes tienen lenguajes diferentes, pero es interesante ver cómo se comunican entre ellas y generan debates distintos. Me parece interesante seguir abordando temas relacionados con el teatro y con mis herramientas. Trabajo con un equipo que me propone cosas que a veces no entiendo, pero en las que confío. Todavía no logro procesar todo lo que ha pasado; estoy jugando”, dice, sentado frente a un café americano.
–Ser influencer es una gran responsabilidad. ¿Lo has pensado?
–Sí, lo he meditado. Y tengo claro que hay que tener mucho cuidado. Es delicado; uno debe poner atención en lo que hace o recomienda. Me sorprendió un video donde invitaba a que la gente lo editara, y que alcanzó una difusión inimaginable. Esa es la dimensión incontrolable de este medio. Se genera un nexo emotivo, virtual pero real. Cuando enseñé cómo anudar una corbata, muchos seguidores agradecieron y comentaron que nadie les había enseñado. Eso fue un poco triste, pero muy emocionante.
Con dos hijos que lo apoyan, una larga relación con la actriz Daniela Lhorente y un cartel de galán maduro que disfruta (“me han dicho que soy como el vino”, cuenta), Pancho Melo se siente agradecido de la vida.
“Me siento bien. Me levanto y doy gracias a la vida, a la luz… Siento que he tenido la oportunidad de hacer las cosas que me gustan, que mi entorno está feliz y que mis hijos son felices. Eso me llena de tranquilidad. Claro, hay pequeñas crisis sobre cómo seguir y cuáles son los nuevos desafíos, pero también me permito no ser tan exigente conmigo mismo: ya no ando corriendo todo el día; disfruto mi espacio, mi hogar, mi batería. Ahora me doy el permiso de encontrar ese espacio de libertad sin culpas”.
A los 58 años, insiste en que no le inquieta el paso del tiempo. “La vida va tan rápido que uno no se da ni cuenta. Quizás en 20 años más estaremos aquí mismo, hablando de los 80”, dice riendo.
–¿Qué opina tu familia de este boom mediático? Tus hijos ya son adultos y no trabajan en el mundo público.
–Mi hijo es geólogo y mi hija, ingeniera. Mi hijo, que está haciendo un doctorado en Viena, es más reticente, pero me quiere. Ayer me escribió porque participé en un trabajo con unas estudiantes de periodismo, y ellas lo contactaron por Instagram. Mis hijos son muy reservados; siempre fueron tímidos y no querían ser parte del mundo del espectáculo. He respetado eso, aunque somos muy cercanos. La Dani, al principio, me miró con cara de “¿qué estás haciendo?”, pero después le gustó. Mi viejo tiene 92 años y no sabe mucho de lo que hago, pero me quiere igual. Hay mucho cariño.
–Tienes una familia numerosa.
–Sí, y me siento muy afortunado con mis cinco hermanos, todos vivos, y el vínculo con mi padre. Él vive en Las Rocas de Santo Domingo, y todos los domingos hacemos un zoom para estar juntos. La familia es fundamental para mí.
–También has logrado una relación de pareja estable.
–Con la Dani nos encontramos en la vida y hemos formado una familia con mis hijos y el suyo. Ha sido un viaje precioso de 20 años. Nos queremos mucho, y hemos tenido altos y bajos como cualquier pareja, pero esencialmente hay un amor que nos permite hacer frente a las tormentas. Nos hemos acompañado y complementado en este viaje, que tiene que ver con la pareja, el amor y la confianza.
–¿Cómo te fuiste convirtiendo en galán?
–No sé (pone cara de duda).
–A tus 58 años no has sido desplazado por la edad.
–Soy un galán maduro. Creo que soy el prototipo del galán feo, que funciona, que es atractivo, pero no por la belleza. No me siento más presionado por ser más viejo, tener más arrugas o más canas. Nunca me exigí, porque no entré como el guapo de la teleserie.
–De hecho, te sueles reír de tus orejas y nariz.
–Claro, en la Escuela de Teatro empecé a querer mi cuerpo, mi altura, mis orejas, mi nariz… Y ahora, el tener menos pelo y cada vez más blanco. Me fui convirtiendo en un galán con el tiempo, y el chiste del vino me lo han dicho varias veces: que con la edad me estoy poniendo mejor (risas). Me miro de joven y no hay mucho atractivo, quizás las arrugas han ayudado a generar algo, también la experiencia. Creo que influye en esa percepción el sentirme más seguro; no ando escondido, me muestro como soy. Y esa seguridad es un bonito mensaje para los que están iniciando el viaje. ¡Quiéranse, disfruten!
–¿Pero te cuidas algo?
–Nada, la Dani me dice que me haga limpieza de cutis o que me eche cremita. Pero soy tremendamente bruto en eso. Soy bastante poco cuidadoso, al fin y al cabo. Trato de alimentarme bien y hacer todas esas cosas, pero lo cumplo más o menos.
–¿Has sentido presión en ese aspecto por tu trabajo en TV?
–No, nada. Yo creo que las mujeres se sienten más exigidas con respecto a mantener ciertos cánones de belleza, pero no sólo en la TV, sino en la sociedad en general. Los conceptos de belleza apuntan a mantener una estética que tiene que ver con la juventud. Y eso, culturalmente, aún es más exigido en el mundo femenino que en el masculino.
Pancho Melo estudió teatro en la Universidad de Chile y forma parte de una exitosa generación, integrada por Paola Volpato, Jorge López, Luis Ureta, Gonzalo Muñoz Lerner y Annie Murath, entre otros. En 1994 comenzó su carrera en TV, con la teleserie “Top Secret”, de Canal 13.
Rápidamente, su figura larguirucha se hizo conocida para los telespectadores. Estuvo más de 20 años en TVN, donde vivió la era de oro de las producciones dramáticas, y en 2016 migró a Mega.
Hoy, mientras sigue en el aire “Al sur del corazón”, Melo graba la nueva apuesta nocturna del canal que se estrenará a fines de este año: “Los Casablanca”.
El drama se centra en una poderosa familia dueña de un imperio de viñas, caballos e inmobiliarias, liderada por Raimundo Casablanca (Francisco Reyes). La llegada de su hermano Iván (Melo), después de 20 años de ausencia, desata intrigas y pasiones.
“Soy Iván, el hermano que después de algunos años vuelve a hacer justicia y a cobrar lo que es suyo. El problema es que Raimundo le contó a todo el mundo y a toda su familia, que Iván es un estafador y un ladrón, que casi deja en bancarrota a la familia”, adelanta Melo.
Y explica que su arribo “sacará a la luz todo lo que genera una familia especialmente relacionada con el poder. No solamente las envidias, sino también los secretos”.
–Haz un balance de tus 30 años de teleseries.
–Han sido muy rápidos y siento que muy buenos; una carrera a la que le tengo mucho cariño, con altos y bajos, pero con mucho aprendizaje. He tenido la suerte de tener trabajo siempre, lo que no es menor siendo actor en Chile. Me siento tremendamente afortunado. Cuando me metí en esto no tenía la menor idea si tenía “dedos para el piano”. Lo hice con mucho miedo y angustia, y esa incertidumbre me acompañó por muchos años. Ahora sé que tengo “dedos para el piano”.
–¿Has sentido los zarpazos del ego?
–Entrar a la tele no me fue fácil, entré con papeles pequeños. Eso me ayudó con el tema del ego, que todos tenemos, pero debemos aprender a manejarlo. Es importante sentirse seguro, enorgullecerse de las cosas que uno hace, pero el hecho de salir en la tele no te hace más importante que nadie. Es un rol que tiene mucha visibilidad, para bien y para mal.
–¿Te has cansado alguna vez de una teleserie?
–Sí, sin duda. El promedio de una teleserie es de ocho meses. Estos ocho meses a veces son eternos y otras veces pasan volando. Hay personajes que acompañan para siempre y uno se enorgullece de haberlos interpretado, y hay otros que uno quiere olvidar. Es como una camisa: o te queda impecable o no te acomoda.
–¿Un personaje inolvidable?
–Siempre hablo del que me afirmó en el mundo de la televisión, que es Diógenes, el cazador de mariposas de “Sucupira”. Ese personaje es muy recordado, y además me dio la seguridad de saber que tenía “dedos para el piano” en el formato televisivo. También Chadi Abu Kassem (“Los Pincheira”), Fernando Pereira (“Señores papis”), y este último tiempo Manuel Toro, que es importante porque tiene un viaje complejo.
–¿Personaje olvidable?
–En “Estúpido cupido” no estaba cómodo, sentí que no lo hice bien. “Tranquilo, papá” siento que no funcionó, y con mi personaje, Domingo Aldunate, no pasó nada. En “Puertas adentro” tampoco me sentí bien, pese a que no le fue mal a la teleserie. Son personajes que se olvidan, que no te acuerdas ni cómo se llamaban.
–Después de tantos años, ¿sigues disfrutando de la televisión?
–Sigo disfrutando. Me entretiene ir a grabar en la mañana, encontrarme con el equipo, compartir con el utilero, con el cámara, con el sonidista. También me gusta el desafío de armar una escena con los compañeros, con el director, con todos. En la producción que estamos haciendo ahora estamos trabajando así; comentando, conversando entre todos. Y si a eso se suma que la gente engancha y en la calle te preguntan por la trama, mejor aún. Me gusta el contacto con la gente, me gusta su feedback. Uno forma parte de su cotidiano, entra en sus casas.
–Se te ha visto poco en teatro.
–El teatro lo tengo en una pausa, que pongo y saco. He rechazado la posibilidad de formar parte de montajes largos, de mucho ensayo. Me gusta el escenario como experiencia, me carga de energía, pero me parece más interesante el mundo de las series.
–¿Y qué te parecen los remakes de teleseries antiguas? ¿Participarías?
–Me parece una apuesta súper interesante y arriesgada de la Quena (Rencoret, directora del área dramática), que parte al encuentro con las nuevas audiencias, con un lenguaje nuevo, con otro elenco, con una mirada desde 2024. Yo participaría, creo que sí. El desafío es cómo se hace ahora. Creo que el remake que cambia completamente de eje es interesante. El ejemplo notable es Duna, que ha hecho olvidar el original.
–En el mundo político hemos visto verdaderas teleseries…
–(Risas). Yo, como ciudadano común que va y vota, que no está en el mundo de la política y que no pretende hacerlo, me pregunto: ¿en quién confío? Yo, hoy en día, escucho, miro y desconfío, y esto me tiene totalmente desencantado. Pienso en las generaciones jóvenes sin íconos importantes. Yo genero cierto enganche con fenómenos como el de Vodanovic en Maipú, o el de Cata San Martín en Las Condes. Hay algo, creo, en una conexión o comunicación más directa y honesta.
–¿Te jugarías por algún político?
–No pongo la cara por nadie. Antes, posdictadura, uno decía “¡vamos!”. Había un objetivo más bien claro, ahora está disperso. Nuestra clase política está muy desprestigiada, siento que nosotros debemos ser más responsables al entregar el voto para que de verdad suba nuestro nivel. Hay un ambiente político desolador.