Fluoxetina, sertralina, venlafaxina o paroxetina…, no importa cuál sea el nombre, las famosas ‘Inas’ se han convertido para muchas –me incluyo– en esa amiga incondicional que te acompaña y ayuda en tus peores momentos, aquellos en que la tristeza, la angustia, el estrés y la irritabilidad parecen abrumarnos por completo.
Lo primero es reconocer que la ansiedad y la depresión no son simplemente estados emocionales pasajeros, son enfermedades que no se pasan saliendo con amigos, enfocándose en el trabajo, leyendo libros de autoayuda, armando viajes ni recibiendo regalos.
También tengo claro que los antidepresivos no son ‘píldoras de la felicidad’ ni la solución fácil como, a veces, se les estigmatiza. Como ha sido mi experiencia de aprendizaje con especialistas, aprendí que son herramientas terapéuticas legítimas que, en muchos casos, salvan vidas.
Yo llevo varios años de feliz convivencia con las “Inas”. La primera vez que tomé una fue cuando pasé por una depresión posparto después de mi segunda hija y tuve que buscar ayuda profesional. Es increíble lo que puede provocar ese “trastorno mental afectivo severo” (como lo define la OMS), porque yo que soy muy extrovertida, me encanta salir, conversar, y en ese periodo sólo quería llorar, estar encerrada y no ver a nadie.
La verdad es que medicarme jamás fue mi primera opción, nunca había probado ni conocía a nadie que tomase, era un mundo totalmente ajeno a mí, pero fue la alternativa que me devolvió la estabilidad emocional y me permitió recuperar poco a poco mi vida normal.
Me daba vergüenza decir que tenía depresión si mi guagua era sana y yo no tenía mayores problemas. Al final, preferí no comentarlo porque, cuando lo hacía, inmediatamente me veía juzgada. En vez de sentir empatía, me sentía más sola e incomprendida. El comentario que más se repetía era: “Ándate de viaje y se te va a pasar”.
Otro tema que me angustiaba fue la incertidumbre sobre cuánto tiempo debía estar de ‘amiga con Ina’. ¿Tres meses? ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Toda la vida? Me importaba mucho tener alguna certeza sobre eso, porque existía (y lamentablemente aún existe) mucho estigma y prejuicios asociados al consumo de antidepresivos. Y lo peor de todo es que no hay una respuesta, varía caso a caso, así que sólo me quedaba cultivar la paciencia.
Hace unos años pasé por una situación particularmente difícil, de mucha tristeza y angustia y volví donde mi psiquiatra a pedirle ayuda. Desde ahí, la sertralina se convirtió en mi chaleco antibalas: me blinda, me hace estar menos reactiva y más estable, enfrentando todo con mucha más calma. No es la cura a los problemas, pero ¡pucha que ayuda!
Si bien hoy las redes sociales están llenas de madres perfectas que realizan todo bien, me alegra ver cada vez más a otras que no esconden sus dificultades y vulnerabilidad. Lo que hace algunos años nadie nombraba y se consideraba un tema tabú –como la depresión, la ansiedad y las crisis de pánico–, en la actualidad ha tomado mayor relevancia. No conozco si han aumentado los casos, lo que sí sé es que hoy las mujeres se atreven a compartir esta realidad y a pedir ayuda.
Ahora puedo hablar de mi experiencia con total apertura, sin vergüenza, porque sé que no soy la única y que muchas otras personas agradecen que alguna de estas “Inas” hayan aparecido en su camino. Es un tema bastante común que se conversa entre mis amigas, en alguna salida o en el trabajo, y siempre hay más de alguna que ha vivido un período difícil, que ha pedido ayuda y ha tenido que medicarse.
Hoy ir al psiquiatra o al psicólogo no es sólo para los “locos”. Para mí, la terapia es un lujo al que ojalá todos tuvieran acceso. Es una instancia en la que escuchan, entienden, ayudan y, además, nos dan herramientas para la vida.
En mi caso, sigo caminando junto a “mi amiga Ina”. A veces bajo o subo la dosis, siempre con la supervisión de mi doctor. Sé que tomar algo no me hace más débil, todo lo contrario, me conozco, puedo pedir ayuda a tiempo y eso es un acto de valentía y firmeza. Tengo la humildad de admitir sin tapujos que “no me la puedo”, que no soy superwoman. ¿Puedo sobrevivir sin ella? Claro que sí, pero por ahora la prefiero a mi lado y que siga siendo mi copiloto hasta que sienta que puedo manejar sin ayuda.