En esta columna exclusiva para Velvet, el único hijo de la víctima de asesinato en el desaparecido hotel capitalino –que resurge por la nueva película de la directora Maite Alberdi para Netflix– detalla la marca social e íntima que ese crimen ‘pasional’ provocó en él y su familia. Un relato que por décadas ha sido romantizado bajo el halo de la locura, ocultando la tragedia y herida que nunca le han dejado cerrar.
Por Roberto Pumarino Torres
Tengo 75 años y, una vez más, me obligan a recordar el día más oscuro de mi vida. Son siete décadas desde que una tragedia me ha acompañado sin que yo lo quiera; porque no necesito películas, libros o reportajes para tener presente aquel 14 de abril de 1955.
Ese jueves, casi al anochecer y mientras vivía en la casa de mi abuela materna en el sector de la Avenida Perú –porque mi mamá había muerto 52 días antes por un derrame cerebral fulminante que la tuvo luchando por 21 días– permanece en la memoria la imagen de mi tía Adriana, quien se acercó y en un estrecho abrazo me dijo: “Vas a tener que ser muy fuerte toda la vida…”. Una frase exacta que, palabra por palabra, recuerdo hasta hoy.
Sin duda, con mis infantiles seis años no entendía a lo que ella se refería. Lo tuve que ir asumiendo rápidamente en el transcurso de los meses que siguieron.
Ese fatídico día y a esa hora –mientras yo jugaba feliz– se informaba por las radios un hecho tristemente famoso: el crimen del Hotel Crillón. Allí, en el salón y hora del té, la escritora María Carolina Geel asesinó a cinco balazos a mi padre, Roberto Pumarino Valenzuela. Un episodio que se romantiza en “El lugar de la otra”, la reciente ficción de la directora Maite Alberdi que ofrece desde hace un par de semanas Netflix. Mirada, literalmente, de película.
Porque otra cosa fue lo que sucedió en la brutal realidad: en menos de dos meses, un niño quedaban huérfano por una ‘locura de amor’.
Lo que vino después fue devastador. A mis seis años comenzaba una vida sin papá y mamá, liderando el nuevo cortejo fúnebre y sin entender en mi total inocencia por qué él murió.
El caos mediático que generó ese “crimen pasional” –descripción curiosa, como si añadir el factor de la “pasión” justificara los cinco balazos que recibió mi papá a plena luz del día– fue feroz. Como una forma de protegerme de una prensa sensacionalista, la familia no me llevó al colegio por un tiempo. No era exageración, el diario Clarín y la revista Vea me buscaron en varias oportunidades para poder tener mi versión… Pero ¡qué iba a opinar yo, un niño a quien le mataron a su papá, de 32 años! Un pequeño que, pese a estar muy bien cuidado por su abuela y tías, lo llamaban “huacho” en la sala de clases y donde fuera, un huérfano que, pese a su corta edad, sí entendió que el castigo que recibió la asesina de su papá fue bajísimo: sólo tres años, gracias a la carta enviada por Gabriela Mistral al presidente Carlos Ibáñez del Campo en la que le solicitaba compasión e indulto para Geel.
La súplica por perdón de la Premio Nobel de Literatura, a quien tuve que estudiar con su vida y obra en el colegio, fue nuevamente un golpe bajo. “Sepa mi estimada amiga, que en el instante en que usted formula una petición, esta es un hecho atendido y resuelto”, fue lo que el mandatario le respondió a la célebre Mistral.
Así de simple. ¿Nadie investigó más? ¿Y yo? ¿Y mi familia?
Hasta hoy se han hecho varios reportajes, columnas de efemérides y libros donde la imagen de mi papá en el piso del Hotel Crillón no deja de quitarme el aliento. Y para sumar, tenemos un apellido que no es muy común de escuchar y que me ha llevado a explicar en innumerables ocasiones que soy el hijo del señor del asesinato y que sí, extraño a mi papá todos los días.
Y ya en este nuevo siglo, en el boom de series, podcast y documentales de crímenes se sumó “El lugar de la otra”, basada en el libro “Las homicidas”, de Alia Trabaucco Zerán. Esta última producción nuevamente reflotó la historia y me pondrá a describir en infinitas oportunidades mi relación con lo ocurrido en el Crillón que, por cierto, ya no existe en el centro de Santiago.
Pasional o no, se trató de un crimen, de una pérdida. De vivir sin padres desde los seis años, de mi abuela que enterró a su hijo y que durante 40 años jamás se sacó el luto de su alma ni de su ropa, porque vistió estricto negro hasta el día de su muerte. También de sus cuatro hermanos, sobrinos y hoy nietos que han tenido que toparse con fotos sensacionalistas, crudas que, entiendo, afortunadamente están prohibidas de publicar, aunque el libro lo hace sin problemas ¿Romántica locura? ¡En absoluto! Es una tragedia que se arrastra de un siglo ya a otro.
Y si bien se trata de una película de ficción y se habla de una historia inspirada en un asesinato que ocurrió hace 69 años, para mí no es precisamente un hecho ‘destacado’ dentro de la lista de crímenes chilenos. Se trata del asesinato de mi padre, que hoy resucita sin pensar en los que quedamos vivos porque, finalmente, nadie se pone ‘en el lugar del otro’.