Durante la tarde de este 6 de febrero se confirmó la lamentable noticia del fallecimiento del expresidente Sebastián Piñera en un accidente en helicóptero en Lago Ranco, un duro golpe para la familia Piñera y todo el país.
A cuatro años del acuerdo que le permitió salir de la dura crisis que atravesaba el país, el exmandatario fallecido dio una profunda entrevista a Revista Velvet. En ella, rememoraba uno de los momentos más duros de su vida pública. Habló del “Piñera puertas adentro”, de sus emociones, de la vejez y de cómo cambió su vida desde que entregó la banda presidencial.
Fotos Bárbara San Martín
Dejar La Moneda le permitió a Sebastián Piñera quitarse varios años de encima. Desde entonces, sube caminando todos los días desde el piso –2 de sus oficinas en Vitacura hasta el 18. “Tengo una vida muy intensa, y la vida activa es un gran antioxidante”, dice mientras muestra orgulloso la foto del más chico de sus nietos, Nicolás, del que habla con especial cariño y el que es su fondo de pantalla de su celular, en el que también tiene bajado el chat GPT creado por Sam Altman, al que –cuenta– tuvo posibilidad de conocer.
El expresidente parece más relajado que de costumbre. Tiene bastante menos tics, y aunque es reacio a explorar sus emociones, en esta oportunidad promete conectarse con su mundo interior y con lo que le pasa más allá de las cifras y la política, en la que sigue activo, pero desde una segunda línea.
Cuenta que conversa frecuentemente con Evelyn Matthei, a quien, considera, hay que cuidarla. Cree que es la mejor carta presidencial de Chile Vamos, su coalición, a la que aquí también saca al pizarrón.
Es el mismo de siempre: tiene su escritorio atiborrado de informes, documentos y libros. Se apoya en un cuaderno, donde tiene varios apuntes y pensamientos, una especie de guía para no olvidarse de lo que quiere sí o sí transmitir en estas casi dos horas de conversación. Ad portas de cumplir los 74 años, dice que ha perdido un poco de fuerza, velocidad y memoria, aunque insiste en que se siente joven y que hoy prefiere juntarse con sus amigos cincuentones, con los que comparte más intereses y pasiones.
–Hace justo cuatro años, ¿cómo estaba en términos anímicos?
–Recuerdo vívidamente, como si fuera hoy, el periodo entre el 18 de octubre de 2019 y el 3 de marzo de 2020 cuando llegó el covid. El 15 de noviembre se logró un gran acuerdo para Chile, pero tres días antes habíamos tenido una noche extraordinariamente violenta. La recuerdo nítidamente. Son emociones que se quedan para siempre.
–¿Recuerda algún instante de su vida más difícil que ese?
–Los momentos más difíciles de mi vida personal han sido la muerte de personas a las cuales quiero mucho: mis padres y algunos cercanos. La muerte es un golpe brutal porque es un nunca más en esta vida terrenal. Nunca más los voy a volver a ver ni sentir. Eso es muy duro. De mi vida política recuerdo muchos: el terremoto del 27F de 2010 y del estallido de violencia y atentado a la democracia del 18 de octubre de 2019, pero también el 12 y el 15 de noviembre de ese año. Todos fueron muy trascendentes. También recuerdo los peores momentos del covid, cuando nuestro sistema de salud estuvo al límite de sus capacidades y corrimos el riesgo –cosa que nunca pasó– de tener que asumir el dramático dilema de la última cama.
–De los pocos momentos en que sus hijos recuerdan haberlo visto llorar fue cuando murieron sus papás. ¿Hay otros?
–Mire, sí, yo también lloro. Muchas veces lloro por dentro: a nosotros nos formaron en la escuela machista. Mi madre nos decía ‘los hombres no lloran’, con lo cual llorar era no ser hombre. Eso marca mucho. Eso tenemos que cambiarlo, para que todos nos eduquemos en un mundo en que hombres y mujeres, que somos distintos, gracias a Dios, tengamos los mismos derechos y dignidad.
–¿No lloró durante su gobierno?
–Yo no lloro por temas públicos. Lloro por temas personales, cuando veo el sufrimiento, la muerte de mis padres, la muerte de seres queridos y a veces también me baja una tremenda emoción cuando estoy viendo una película o cuando estoy escuchando una música que a uno le llega al alma. Pero me cuesta mucho expresar mis sentimientos. En la formación que nos dieron nuestros padres había poco espacio para la debilidad, para el llanto.
–Para mostrar fragilidad…
–Claro, nos pedían ser fuertes. La debilidad, el llanto, la pena era algo difícil de manejar en la cultura familiar.
–Usted es un hombre fuerte, siempre le fue bien en lo que emprendió. ¿Sintió debilidad durante el estallido?
–Por supuesto que sí. Sentí la fragilidad en varios frentes. En el frente público, ver la debilidad del Estado para enfrentar esa ola brutal de violencia, porque la izquierda promovió, apoyó o toleró la violencia contra las personas y contra los bienes públicos y privados. Las policías estaban muy golpeadas. Los fiscales estaban muy asustados y no investigaban con la dedicación y premura que se requería. Los jueces de garantías eran demasiado garantistas y por tanto, muchas veces impedían avanzar. Y la ciudadanía en un momento fue muy complaciente con la violencia. Hubo una fragilidad pública y después la fragilidad del equipo de gobierno.
–¿En qué lo notó?
–Lo vi con muchos ministros y subsecretarios que en un momento dado no soportaron la presión, se quebraron y algunos tuvieron que dejar el gobierno.
–¿Usted se sintió débil? Recibió muchas críticas de que no estaba cumpliendo su labor.
–Hubo mucha crítica y la crítica, por supuesto, duele. Especialmente esa crítica infundada, despiadada, sin límites. En esos tiempos hubo muchas amenazas concretas a mi familia y eso a mi mujer y mis hijas las angustiaba infinitamente. Cuando amenazan a nietos con nombre y apellido produce una sensación muy fuerte. A mí me dolía mucho. A ratos, no veía cómo podía darles tranquilidad.
–¿Se sintió frágil, Presidente?
–No. Y nunca pensé en renunciar. Los momentos críticos y traumáticos me generan más fuerza, más motivación. Por tanto, no sentí debilidad personal. Dormía poco, pero bien. Llegaba a la oficina con fuerza y ánimo, y me iba muy tarde a mi casa. Me acuerdo que cuando llegaba y todavía me quedaba trabajo, saludaba a mi mujer y metía la cabeza en el lavatorio o me duchaba para despertarme y seguir. Mi mujer me decía: “Ayer te vi muerto, destrozado, abatido, pero te levantas al día siguiente como boy scout”. Esa fuerza la heredé de mi padre, que decía una frase que repito mucho, que es: uniendo la acción a la palabra, el joven estudiante se levanta del lecho. Eso decía él, cuando nos iba a despertar a las 6 de la mañana. Yo me levanto con esa frase.
–¿Sintió miedo alguna vez?
–Sí. Miedo de que la violencia se descontrolara.
–¿Miedo a qué concretamente? Porque se descontroló…
–Miedo a caer, por ejemplo, en las grandes crisis que se vivieron en otras partes del mundo: la Revolución de Octubre, la Revolución Francesa, en donde despareció el orden público, el Estado de derecho, la autoridad e imperó la ley de la selva.
–Le dio miedo que le pasara algo a usted.
–Sinceramente, no. Soy poco temeroso. Soy más bien audaz, arriesgado, pero en dos oportunidades, La Moneda estuvo en riesgo de caer. Imagínese lo que hubiera significado. Todos tenemos la imagen de la toma del Congreso en Estados Unidos. Pensé que podían tomarse y entrar en La Moneda. Había tres anillos en torno a ella. En dos oportunidades se vulneraron los dos anillos externos. Y solamente quedó el anillo de la guardia de palacio. En lo personal no tuve miedo, pero sí a que se quebrara la democracia, que por la violencia y la actitud de gran parte de la centroizquierda, sin duda estuvo en riesgo.
–¿Cómo lidia un padre con el miedo que sienten sus hijos?
–Eso es muy angustiante porque no hay forma de calmarlos. Yo sentía esa preocupación, pero era una tarea muy difícil. Sufrí mucho con la angustia de mi mujer y de mis hijas, especialmente por sus hijos y mis nietos.
LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO
–Lo veo rejuvenecido, ¿cirugía o descanso?
–(Se ríe). No me he operado.
Ahora, dice, duerme más y hace muchos deportes. Este año ha buceado, pilotado helicópteros y, cuando puede, juega tenis y pádel con sus hijos. Es competitivo incluso cuando juega con ellos: “Antes les ganaba 6-0, 6-0. Ahora, me cuesta ganarle 6-4, 6-4. Además, tengo ciertas rutinas. Por ejemplo, grabo los noticiarios y cuando llego a mi casa en las noches, me subo a mi bicicleta, pedaleo y los veo. Y todas las mañanas, subo caminando los 21 pisos de este edificio. Al principio me cansaba mucho, pero uno es un animal de costumbre. Tengo una vida muy activa, que significa seguir soñando con que lo mejor de la vida está por venir. Seguir ocupado, comprometido, alerta y vivir la vida con pasión y capacidad de asombro. O sea, seguir vivo”, dice.
–¿Con qué se ha asombrado en el último tiempo?
–Me asombra ver el progreso de mis nietos. Interactúo mucho con ellos y tengo una relación muy horizontal. De hecho, ellos tienen un sindicato con el cual me enfrentan. Se llama “La guerra del fin de mundo”, que consiste en que ellos tratan de botarme al suelo. Y me desafían. Antes yo era capaz de enfrentarlos, pero ahora son como una manada de lobos, que actúan en equipo, porque uno me agarra un pie, otro el otro pie, el otro se me cuelga de la oreja. Es un juego que se traduce en si son capaces de botarme o no. Lo terminan haciendo. Esa es la alegría máxima para ellos y para mí también.
–Lo vi en redes jugando con sus nietos.
–Tengo una relación muy cercana con mis nietos. Con cada uno es distinta, compartimos secretos y complicidades. Converso mucho con ellos. Varios han vivido mucho tiempo con nosotros, porque cuando mis hijos tienen cualquier dificultad, vuelven al hogar familiar. Para nosotros es una bendición. Como yo le digo a mi mujer, los mejores momentos con los nietos son dos: cuando llegan y cuando se van.
–¿Tiene una relación especial con Nicolás?
–Mi nieto Nicolás, hijo de Cristóbal, es el último nieto, a pesar de que ahora viene otro más en camino. Nació con síndrome de down y con muchos problemas. Hubo que reconstituirle el esófago y otras partes del cuerpo. Por tanto, los primeros meses se los pasó en pabellones y operaciones. Es una persona extraordinariamente sensible, tierna y cariñosa. Tengo una relación muy especial con él y él conmigo. Mis otros nietos ya son más independientes. Él me necesita más.
–Parece que la relación con sus nietos es bastante distinta a la que tiene con sus hijos…
–Los padres tienen que formar a sus hijos y los abuelos tienen que liberar a sus nietos. Cuando yo los llamo para irlos a ver, les pregunto si están sus hijos. Si me dicen que no, les digo que entonces no voy. Cuando hay una discusión y van a preguntarle al Tata, siempre les encuentro la razón a los nietos. Soy muy popular con ellos.
–O muy populista…
–En la familia, muy populista.
–Dicen que usted y Cecilia Morel se han reencontrado, que están en un muy buen momento. ¿Es así?
–Cuando uno vive en un torbellino, cuando uno está en la Presidencia de la República es un trabajo literalmente 24/7. Eso no facilita las relaciones. Ahora que tenemos una vida sin tantas tensiones, se genera un espacio mucho más favorable para fortalecer las relaciones humanas. En diciembre voy a cumplir 50 años de casado. Y mi mujer Cecilia cumple en la misma fecha 70 años. Nunca pensé en mi vida que iba a estar casado con una setentona, pero es lo mejor que me ha pasado en vida (dice y sonríe).
–¿Y cómo lo van a celebrar?
–Tenemos un paseo familiar fuera de Chile, una promesa que hice hace mucho tiempo.
“FUI UN PADRE AUSENTE”
–¿Se ha terapiado alguna vez?
–No, pero algunos de los miembros de mi familia sí se han terapiado. En algún momento les dije que para qué lo hacían y mi mujer me contestó: “Mira, si tú te hubieras terapiado, no habríamos tenido que terapearnos ninguno de nosotros”.
–¿Qué le critican sus hijos?
–Me critican que en algún tiempo fui un padre ausente, lo cual es verdad, porque cuando el año 90 fui elegido senador, había que hacer trabajo territorial y recorrer el país con la entonces ‘patrulla juvenil’. Me dediqué demasiado al trabajo. Mis hijos y mi mujer siempre me decían que tenía que haber un mejor equilibrio entre el trabajo y la familia. Yo no los escuché mucho. Hasta que un día llegué a mi casa y había un papelito firmado por mis cuatro hijos que decía: ‘Papá, no te preocupes, nos acostumbramos a vivir sin ti’.
–¿Y qué le pasó con eso?
–Ahora le dedico mucho más tiempo a la familia, a los amigos, a los deportes. También a las distintas fundaciones familiares y a las políticas públicas. Trato siempre de estar al día y aportar a mejorar la calidad de la política. Me interesa mucho Chile Vamos, que sea un mundo con mayor sentido de misión y unidad. Me acuerdo que cuando estábamos en La Moneda y nos estaban tratando de desbancar, muchas veces les decía a los ministros: ellos tienen más ganas de entrar a La Moneda que nosotros de quedarnos. Porque para ellos esto es la vida y la muerte.
–La crítica que le hacen, incluso sus ministros, es que usted escucha poco.
–Esa crítica no es tan justa. Mi mujer muchas veces me dice: no me estás escuchando, y yo le repito palabra por palabra lo que me ha dicho la última media hora. A mí me gusta mucho escuchar y recibir todas las opiniones antes de poder tomar una decisión. Los ministros pueden reclamar que no los oigo. Y yo los escucho, sólo que a veces no les hago caso. Entonces, hay que distinguir.
“HOY TOLERO MUCHO MÁS”
Sebastián Piñera confiesa que cuando se reúne con sus compañeros de curso, del colegio y la universidad, tiene siempre la misma percepción. “Los veo y me digo: ¡Por Dios que han envejecido! Pero después pienso que yo también”.
–Es verdad que tiende a aburrirse con los de su generación. Que los siente más viejos que usted.
–Bueno, sí, efectivamente. Tengo dos tipos de amistades: las tradicionales, los compañeros de siempre, y también una segunda generación de amigos mucho más jóvenes, con los cuales disfruto mucho. Varios están en los 55 años. Con ellos compartimos los mismos gustos. Por ejemplo, este verano nos fuimos a un tour de exploración y aventura al sur de Chile. Y pensaba: esto no podría hacerlo con mis amigos tradicionales que están más tranquilos. Una vez le escuché a Carlos Henrique Cardoso decir que uno es tan joven como la mujer con la cual duerme. Él era casado con una mujer 40 años menor. A veces también es cierto que uno es tan joven como la edad de los amigos.
–¿Le tiene miedo a la vejez?
–Sí, sí, aunque uno nunca se siente viejo. Esa es una cosa maravillosa del ser humano. Mi padre decía: son jóvenes todos los que tienen mi edad o menos. Era el secreto de la eterna juventud. Pero sí le tengo miedo a esa vejez en que uno ya no es libre ni puede hacer las cosas que quiere. Aun no siento que me haya pasado.
–¿Se siente igual de vital?
–Hay muchos enemigos acechando la vejez, como el Alzheimer, el Parkinson, enfermedades degenerativas. He visto tantos casos. Todavía no siento eso, pero puede llegar. Y es cierto que con los años uno va perdiendo velocidad, fuerza, memoria. Pero también uno va ganando otras capacidades. Yo he ganando sabiduría, paciencia y tolerancia. Hoy tolero mucho más.
–¿Qué tolera ahora y antes no?
–Siempre he tenido poca tolerancia con la lentitud.
–Cuando solicita algo..
–O cuando una persona habla y se da muchas vueltas. Antes mis amigos me llamaban y les pedía que fueran al grano para no perder tiempo. Siempre tuve muy poca tolerancia a eso. Ahora lo entiendo más. Además, yo también caigo en lo mismo. Uno va siendo tolerante con sus propios defectos.
–O tal vez ahora le da más espacio a otras cosas…
–Ahora aprecio más. La vida no es sólo eficiencia.
–¿Se olvidó del 24/7?
–Obviamente que el 24/7 es imposible. Esa era una expresión de que había que hacer las cosas con sentido de urgencia, porque el periodo presidencial es muy corto y si uno se pasa un año aprendiendo y otro año consultando, se pasan los cuatro años sin haber logrado dejar huella. Por eso decía que había que priorizar lo importante, hacer las cosas ahora, no mañana.
“APÁRTATE, SATANÁS”
–¿Su oficina podría ser un potencial comando?
–¿De quién? No está en mis planes volver a postular a la presidencia.
–Si se aprueba el texto constitucional, usted queda imposibilitado de una nueva aventura presidencial. ¿Qué le parece esa cláusula?
–No soy partidario en general de las reelecciones permanentes, porque se cae en la tentación del clientelismo o la corrupción. Sí soy partidario de las elecciones no continuas, porque eso es respetar la decisión de la gente, pero los expertos y los consejeros constituyentes pusieron esa cláusula. Tengo mis dudas de si eso es bueno o malo para Chile. ¿Por qué limitar la libertad de la gente a elegir? En el caso de los parlamentarios y alcaldes, se les pide no reelegirse en forma continua y en el mismo lugar, porque se crean malos hábitos, malas costumbres: las personas se sienten dueñas del cargo, empiezan a caer en tentaciones, pero eso no ocurre cuando hay un periodo intermedio.
–Usted qué sabe de récords, ¿no se queda con la bala pasada –o con gusto a poco– de haberse transformado en la única persona en ser presidente tres veces?
–Vade retro, Satanás (Apártate, Satanás).
–Le pregunto en serio…
–Mire, con los años uno aprende que no pasamos por esta vida acumulando récords, charreteras o títulos. Eso es pasajero. Uno en la vida tiene que preguntarse si ha cumplido su misión, si está haciendo lo que quiere hacer. Hoy estoy contento con lo que hago en el mundo público, en mis fundaciones, en el mundo internacional.
¿NUEVO ESTALLIDO?
–Le asusta, como dijo el senador Quintana, que si se aprueba esta Constitución se genere un nuevo estallido.
–No, porque el estallido fue muy malo para Chile. Le hizo mal al cuerpo y al alma de nuestro país. Al alma porque generó odiosidad, violencia, rencor y un enfrentamiento que dura hasta hoy. Y al cuerpo porque hoy día estamos mucho peor que antes del estallido. Somos un país más pobre, más desigual, con menos empleos, con peores salarios, con más inseguridad.
–¿No considera plausible que si la gente no ve sus demandas satisfechas pueda volver a manifestarse violentamente?
–No con la magnitud e intensidad del 18 de octubre. Por supuesto que hay legítimas demandas y es perfectamente legítimo manifestarse en democracia, pero creo que la gente aprendió que los caminos no son quemar el país.
–¿Siente el vacío del poder?
–La naturaleza humana es muy curiosa: uno tiende a subes- timar lo que tiene y añorar lo que no tiene. Cuando uno está en el campo, quiere estar en la playa. Cuando está en la playa, hay que estar en el campo. Y cuando uno está en el gobierno quiere estar descansando y cuando está descansando quiere estar en el gobierno. Hay algo de eso. Por eso tengo sentimientos encontrados. Por una parte, al haber dejado La Moneda veo que hay vida después de La Moneda. Y muy buena vida. Pero también uno extraña el poder hacer cosas. El poder es como el dinero, uno lo puede tomar con un fin en sí mismo, en cuyo caso se transforma en una verdadera esclavitud. Pero también lo puede tomar como un medio para hacer las cosas que uno cree son buenas. Ahí se transforma en un factor de libertad. Antes cuando me levantaba a las 6 de la mañana, llamaba inmediatamente a los ministros. Teníamos una regla de oro que no los podía llamar antes de las 6, que era la misma regla que le poníamos a mi papá, que no dormía y tenía como hobby ir a despertarnos muy temprano.
CUIDAR A EVELYN MATTHEI
–¿Cómo es hoy su relación con la alcaldesa?
–Tengo una buena relación con Evelyn Matthei. Creo que ella es la candidata mejor posicionada de Chile Vamos para las futuras elecciones presidenciales.
–¿Le gustaría que ella continuara la posta?
–Tiene todas las cualidades y capacidades para ser una muy buena presidenta, pero faltan dos años. Va a pasar mucha agua bajo el puente, pero hay que proteger los liderazgos. En la centroderecha hay una especie de fuerza, cierta antropofagia, de que apenas surge un liderazgo, todos tratan de destruirlo. Yo creo que es al revés. Hay que defender y promover el liderazgo que tiene Evelyn Matthei en nuestro sector.
–Usted llama a formar un gran centro en la derecha, que abarca desde los independientes hasta los republicanos. Parece contradictorio…
–Igual que para recuperar la democracia se requirió una gran alianza de centroizquierda y se juntó la Democracia Cristiana con el Partido Socialista, que eran adversarios, hoy se necesita una gran alianza de centroderecha, en que puedan convivir, desde el centro hasta la derecha. ¿Cómo se hace? Con un programa común: ponernos de acuerdo qué queremos hacer y cómo se definen los liderazgos democráticamente. Si los partidos de la Concertación fueron capaces de ponerse de acuerdo, cuando eran enemigos acérrimos, para recuperar la democracia en esos tiempos, por qué no vamos a poder ponernos de acuerdo nosotros ahora, cuando tenemos una casa tan grande y tan noble como para sacar a Chile del pantano en que está.