Las clases online son parte de la nueva realidad desde que la pandemia llegó para quedarse. Pero luego de un año algunas cosas han cambiado, incluso cuando de hacer “Zoom” se trata. Si en mayo de 2020 los profesores podían ver a sus estudiantes, hoy las cámaras están apagadas y los expertos aclaran las razones.
En la sala de clases virtual, la mitad de los asistentes aparece con la cámara apagada y para los profesores se ha convertido en todo un desafío. ¿Deben exigir que las enciendan? ¿Es una obligación? ¿Influye en su rendimiento? Esta y otras preguntas no tienen respuesta, y es que en la nueva normalidad, todavía hay espacios grises. ¿Deberían haber nuevas reglas en las salas de clases virtuales?
Jeff Hancock, director fundador del Stanford Social Media Lab, organismo especializado en la comprensión de procesos psicológicos e interpersonales en las redes sociales, “cuando tuvimos ascensores por primera vez, no sabíamos si deberíamos mirarnos o no en ese espacio. Más recientemente, el viaje compartido ha planteado dudas sobre si se habla con el conductor o no, o si debe sentarse en el asiento trasero o en el asiento del pasajero”.
El desafío de las clases virtuales no es solo para los estudiantes en sus casas, sino también para los profesores que deben enseñar frente a una pantalla. Y si todos los asistentes apagan sus cámaras, es prácticamente dar una clase frente a una pantalla en negro.
La conexión inestable es una de las principales razones por las que los estudiantes dejaron de encender sus cámaras. Sin embargo, no es la única. El mostrar su entorno es otro de los motivos, según los expertos, y esto no pasa por querer o no querer. Muchos estudiantes conviven en un mismo espacio con muchas personas y las resulta incómodo mostrar eso. Y es que si se analiza profundamente, no es fácil dejar que de un día para otro, desconocidos vean la intimidad de tu hogar.
La vergüenza online también es un nuevo integrante en las clases virtuales. Las clases quedan grabadas, y el miedo al ridículo o las burlas aparecen de igual forma que en una clase común y corriente. ¿Quién sabe dónde puede llegar a parar ese video? Basta solo un click.
Ahora bien, según los expertos apagar las cámaras tampoco ayuda a los estudiantes a sentir confianza, es más, significa todo lo contrario. Se esconden detrás de la pantalla y no trabajan el vínculo de la seguridad.
Sin habla y sin rostro, los beneficios lingüísticos se ven directamente afectados. Al mirar a alguien todo cambia, se comprende mejor la entonación, el tono y lo que comunica. Las cámaras apagadas afectan la conexión interpersonal. El lenguaje corporal es muy importante al establecer una interacción para el aprendizaje. Las respuestas escritas o verbales no son las únicas que requieren la atención de los docentes, la respuesta no verbal y el lenguaje corporal es clave.
Encender la cámara, entonces, es querer formar parte de la experiencia. Y en este caso no todo depende del profesor, el estudiante debe participar y para ellos ser un cuadrado negro en la pantalla no ayuda en el proceso. Además, con pantallas apagadas nadie sabe si al otro lado la persona está atendiendo la clase o durmiendo.
A esto se le suma otro obstáculo: la fatiga virtual. De esto sabemos todos, no solo estudiantes. Un año de pandemia y el home office se apoderó del mundo. Pero la pantalla cansa a cualquiera.
Y esto, según Scott Debb, presidente del programa de maestría en ciberpsicología de la Universidad Estatal de Norfolk, se debe a la gran cantidad de lenguaje corporal que se debe traducir en una clase online. “Estamos gastando mucha energía mental en llenar estos espacios en blanco no verbales, y estamos agotando nuestros recursos mentales para prestar atención, para descubrir en qué podemos contribuir a la reunión”.
Una sensación que se transmite en ambas direcciones. Mirar a uno y que te mire el resto. Jeremy Bailenson, investigador del Stanford Social Media Lab indica que esa “mirada constante” puede traducirse en incomodidad. La revista Technology, Mind and Behavior explica que los videos de larga duración contribuyen a la sensación conocida como “fatiga del zoom”. Y Bailenson agrega que si bien las videoconferencia es positiva para la comunicación remota, el tener la posibilidad de usar el video no necesariamente significa tener que usarlo.
Ver a los demás en una pantalla cansa, y verse a sí mismo constantemente en tiempo real fatiga. Según Bailenson es antinatural. “En el mundo real, si alguien te sigue con un espejo constantemente, de modo que mientras hablas con la gente, tomas decisiones, das retroalimentación, recibes retroalimentación, te miras a ti mismo en un espejo, sería una locura. Nadie lo consideraría jamás“. Y muchas investigaciones coinciden en las emociones negativas del efecto espejo.
Por otro lado, la comunicación no verbal es natural. Las interpretaciones de gestos y señales no verbales ocurren de forma subconsciente. Y con clases virtuales nuestro cerebro trabaja el doble para enviar y recibir estas señales, otro punto que se suma a las razones para no prender la cámara.
Prender o no prender la cámara, un cuestionamiento que se hacen los expertos y que ya evidencia efectos no positivos no solo a nivel personal, sino también de aprendizaje.