Revista Velvet | 8 cosas que no sabías de José Ignacio “Chascas Valenzuela”
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8 cosas que no sabías de José Ignacio “Chascas Valenzuela”

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8 cosas que no sabías de José Ignacio “Chascas Valenzuela”

POR equipo velvet | 07 octubre 2025

Por Marisol Olivares

El escritor y guionista chileno que se hizo famoso en los ‘90 con la teleserie Marparaíso, acaba de lanzar el thriller Lo poco que recuerdo. Desde Estados Unidos, donde vive con su marido y su hija Leonora, recuerda su niñez, lo que más extraña de Chile y desmenuza la vida en la era Trump.

–¿Quién fue tu primer amor?

–Olivia Newton-John. Recuerdo haber idocon mi mamá al cine a ver Grease y haber quedado absolutamente fascinado con su sonrisa y sus ojos tan expresivos. Un tiempo después le fui infiel con Raffaella Carrá, y ese amor me duró varios años. Después, se me pasó lo de enamorarme de mujeres. Y me enamoré de mi marido, a quien considero (incluso después de muchas décadas juntos) al verdadero primer amor de mi vida.

–¿En qué momento decidiste ser un contador historias?

–Nunca tomé esa decisión de manera consciente. En mi caso, la vocación por escribir y por contar historias es tan fuerte que fue esa fuerza la que me empujó. Yo tenía seis años y ya inventaba unos sainetes cursis y melodramáticos que después obligaba a mis hermanos a interpretar. Yo ni siquiera sabía que eso podía convertirse en una profesión, o en un modo de enfrentar la vida. Para mí, era algo totalmente natural. De hecho, no sé hacer nada más, así es que más me vale seguir haciéndolo.

–¿Qué quieres que le pase al lector cuando llegue a la última página de “Lo poco que recuerdo”?

–Quisiera que tenga un ligero escalofrío de terror por lo que acaba de sucederle a la protagonista (¡sin spoilers!) en la última página del libro. Y que, además, no pueda dejar de pensar en ese final durante un buen tiempo.

–¿Tienes algún sueño que te dé vueltas?

–Varios. Pero quizás el más fuerte y poderoso es el de vivir en un mundo donde avancemos en lugar de retroceder. Estoy muy cansado (y temeroso, sobre todo ahora que tengo una hija) de pensar que un día pueda despertar siendo nuevamente soltero, porque a algún político de turno se le ocurrió quitar el matrimonio igualitario. O de vivir en una sociedad donde no se reconozca el hecho de que mi hija tiene dos padres. Mi sueño no es grandilocuente ni extraordinario: es algo tan básico como tener garantizados los mismos derechos que otros ya tienen.

–Las 3 cosas que más extrañas de Chile.

–La marraqueta. El sol del invierno en las ventanas. Mi familia.

–¿Qué no te gustaría ser nunca?

–Un ciudadano de tercera categoría. Y curiosamente, lo he sido durante muchísimos años. Por las políticas conservadoras de Chile (y de otros países donde he vivido), por años se me prohibió casarme, adoptar, incorporar a mi marido en un seguro de salud, y muchas actividades tan simples y cotidianas como esas. Por eso mismo llevo una vida entera alzando la voz y peleando por conseguir esos derechos, que quieren quitarnos una vez más. Y eso sí que no me gustaría ser nunca: un ser humano al que le arrebataron derechos ya adquiridos.

–¿Qué crees que existe después de la muerte?

–No tengo una respuesta concreta para esta pregunta. Varía según mi estado de ánimo y mi nivel de frustración (o no) con el mundo que me rodea. Soy bastante agnóstico, me resulta profundamente desconcertante que alguien le rece a un dios para que lo mejore de una enfermedad que supuestamente ese mismo dios permitió que le diera. Veo lo que pasa en Gaza y me convenzo que no puede existir un ser superior que sea capaz de dejar que algo así suceda, sobre todo a niños. Estoy en una etapa de mi vida en donde creo que después de la muerte no hay nada. Pero quién sabe lo que piense en diez años más…

–Si tuvieras que ponerle un título al Chile actual, ¿cuál sería y por qué?

–“Lo poco que recordamos”. Chile está atrapado en una especie de amnesia colectiva, donde algunos se aprovechan de eso para reescribir la historia a su voluntad frente a nuestras narices. Olvidamos con demasiada facilidad los abusos, las injusticias y las promesas incumplidas. Y cuando olvidamos, repetimos. El país se mueve como si no aprendiera de su propia historia, y ese vacío de memoria es lo que permite que discursos peligrosos vuelvan a instalarse una y otra vez.

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