Resulta curioso cómo Hollywood durante los años noventa consiguió elevar y hundir a dos de sus grandes divas y actrices más rutilantes por esos días: Meg Ryan y Demi Moore. Ambos casos de derrumbe se explican por una razón eminentemente moral de parte de la propia audiencia que las elevó y las adoró durante tantos años y muchos filmes.
En el caso de Ryan, no fueron sus retoques labiales lo que hizo que el público se alejara de sus películas. Meg era llamada por esos días la “novia de América”, representaba a la mujer norteamericana promedio, la girl-next-door pura y angelical, con un matrimonio estable con el actor Dennis Quaid y comedias románticas a la usanza de lo que alguna vez hizo Doris Day, pero en este caso haciendo pareja con otro hijo muy querido por la Norteamérica profunda: Tom Hanks. Todo iba miel sobre hojuelas hasta que apareció Russell Crowe y la película Proof of Life, rumores de romance en el set de filmación y en el mundo pre-feminista de los noventa, a Meg Ryan no se le perdonó que le fuese infiel a Quaid. El sueño americano de la diva perfecta se derrumbaba y Meg terminó experimentando con roles mucho menos angelicales lo que terminaron por distanciarla del cariño del público.
“Una de mis decisiones más arriesgadas fue hacer Striptease (1996). Siento como si con ella hubiese traicionado a las mujeres y así me lo hicieron saber”. La que habla es Demi Moore, en una entrevista durante el año pasado para el medio especializado Variety. Tras una carrera ascendente en la pantalla, a saber: Ghost (1990), Una propuesta indecente (1993), o las mujeres fuertes que interpretó en Cuestión de Honor (1993) o en Acoso sexual de 1994 con Michael Douglas. Con un matrimonio hasta ese momento exitoso con otra estrella como Bruce Willis, resulta curioso que cuando rompió barreras a favor de las mujeres en Hollywood y acercó su sueldo al de los hombres, fuese por una película en la que por lo que más destacaba era por su cuerpo desnudo.
Por aquel entonces las estrellas de Hollywood mostraban su cuerpo en portadas que se vendían por cientos de miles de ejemplares y lo hacían en el nombre del arte: la propia Demi Moore posó desnuda y embarazada para la que es hoy una imagen icónica eternizada por la fotógrafa Annie Leibovitz. O Sylvester Stallone imitando la pose de El Pensador de Rodin, también para Leibovitz. Hasta Jim Carrey posando para Herb Ritts donde homenajeaba un clásico anuncio de un célebre protector solar.
Los problemas de Striptease fueron más complejos y se remontan a un año antes de su estreno. Se llamaba Showgirls, la película de Paul Verhoeven sobre mujeres de cabaret, protagonizada por Elizabeth Berkley, que resulta ser un total exceso y hace agua por los cuatro costados. Hoy, convertido en un filme de culto, de esas películas que de tan malas terminan siendo buenas, pero que en su momento el fracaso fue tan sonado que los creadores de la película de Moore se alarmaron: eran los siguientes en salir al ruedo.
Las dos películas llegaron en un momento en el que Hollywood parecía obsesionarse por la subcultura de los clubes de mujeres desnudas. Había pasado la era del thriller erótico (Bajos instintos es de 1992), pero en este caso estos ghettos de mujeres en exhibición eran la excusa perfecta para contar una historia de superación y, además, hacerlo con poca ropa. Para entender esta moda hollywoodense hay otro dato para poner sobre la mesa: películas como Showgirls, Striptease, Bajos instintos y Acoso sexual solo podrían haber existido en los noventa. Imposible hoy y quizás menos en el espíritu más artístico de los setenta ni en el conservadurismo de la Norteamérica de Reagan en los ochentas.
Lo más trágico de esta historia es que, aunque Showgirls siendo peor filme terminó siendo recordado por lo emblemática de su mala reputación, sin embargo, la película de Demi Moore acabó en el más completo olvido. La actriz se retiró unos años de la actuación y no volvió hasta 2003 con Los Ángeles de Charlie donde tuvo una recordada escena en bikini. Lo curioso es que un año después de Striptease se estrenó otra película donde un grupo de hombres desesperados por su cesantía se prestan para un show de desnudos. Se llamó The Full Monty, donde sus protagonistas eran ingleses y no estadounidenses, feos y sin cuerpos perfectos, no habían sueldos altos pero sí un mejor guión. La historia fue otra, el éxito fue inmediato. Pero ya sabemos que el placer por la desgracia ajena es lo más humano que hay y la historia de fracasos estrepitosos como el de Striptease es algo que siempre será divertido recordar.