–Todas eran feministas…
Jacqueline: En esa época el feminismo era bien estrecho, implicaba pelearse con el arquetipo femenino, y la propuesta de Las Cleopatras era no pelearse.
Thaía: De hecho, tuvimos conversaciones un poco confrontacionales con las feministas de la época. Las conocía y me acuerdo que nos fueron a ver un par de veces y como que no coincidíamos mu- cho porque, como dice la Jacqueline, ellas tenían una lucha contra el arquetipo femenino y nosotras queríamos reivindicarlo. Queríamos ser valoradas y respetadas desde lo femenino y tener un lugar de dignidad y de equidad con respecto a los hombres, reivindicar el arquetipo femenino en todo su esplendor y en sus dimensiones.
Patricia: La Tahía ya explicó cuáles eran las diferencias (con las feministas chilenas de esa época), pero sí había puntos comunes. Éramos mujeres que queríamos nuestra independencia, queríamos equidad, igualdad, éramos pro aborto, no estábamos dispuesta a renunciar a nuestra libertad sexual y reproductiva, éramos pro amor libre, queríamos ser profesionales y teníamos ambiciones profesionales. Nos salíamos del molde en el cual nos habían criado. Las cuatro veníamos de familias conserva- doras y de derecha. Y las cuatro transitamos a tener familias no conservadoras y de izquierda.
–¿La separación se produjo de forma natural?
Paty: Sí, fuimos madres, fuimos tomando otros trabajos. Y no había fondos concursables.
Thaía: Además, Las Cleopatras éramos un montaje bastante ambicioso, bastante caro. Igual nos fuimos adaptando a escenarios mucho más simples, muy diferentes a toda la parafernalia que originalmente se había diseñado. Pero no era un negocio fácil de sostener en el tiempo, no lográbamos que entraran las lucas necesarias para que se pagaran las presentaciones, no teníamos dónde concursar, y empezamos a necesitar trabajos remunerados.
Patricia: Una vez salimos arrancando de un teatro porque no tuvimos cómo pagar, ¿se acuerdan?
Tahía: Sí, estábamos contando la plata en el camarín y decíamos ‘esta hueá no dio, no dio’. Y no nos dio para pagar el teatro. Así que arrancamos con la plata por una ventana.
Patricia: Fue ese teatro que estaba como en un subterráneo.
Tahía: El Wurlitzer.
Jacqueline: Y estaba lleno.
Thaía: Es que teníamos mucho gasto. Siempre teníamos invitados, era un movimiento importante de recursos persona; además estaba el tema estético, las proyecciones, los telones de fondo, la cámara de circuito cerrado a la que la Paty le hablaba. Era una cosa bien multimedia. En ese tiempo no se usaba que un montaje escénico tuviera tanta tecnología asociada, nosotras trabajábamos con micrófonos y los textos eran grabados: había dos maneras de mirar lo que pasaba (en el escenario).
Jacqueline: Hoy uno habla de esto y suena como algo normal, como cualquier concierto. El que lo hiciéramos hace 35 años es valiosísimo.
EN LSD
No solo la nueva serie sobre Los Prisioneros las traerá de vuelta. En esos años la artista Verónica Vega, que es una especie de quinta Cleopatra, grabó una sesión en la que ellas estaban bajo el efecto de LSD. “Es material inédito que será rescatado, así como en el 2016 se rescataron las canciones para hacer nuestro disco”, dice Patricia. Y Jacqueline aporta: “Es un video de nosotras hablando cosas muy íntimas que exponían realidades muy diferentes a las de hoy. Es fuerte vernos antes de la revolución feminista en plena dictadura”.
–¿Por qué se editó ese disco recién en el 2016 y no cuando hacían sus presentaciones?
Patricia: Hubo un intento, pero…Ya, Tahía, ¡cuenta!
Tahía: Hubo un intento ahí de negociación con Fonseca (representante de Los Prisioneros) para que fuera nuestro manager. Y hubo una comida en la que nos juntamos como para hablar y hacer lobby sobre “la posibilidad de”. Había harto alcohol en esa comida, y él empezó a acosarme. Él se iba a casar y dije públicamente: “esto no lo soporto, y te vas a casar en dos semanas”. Fue bien escandalosa esa noche, y bueno, sería todo, hasta ahí llegamos con ese sueño.
Jacqueline: Es loquísimo cuando vemos hoy la historia, porque resulta que tu condición irrenunciablemente femenina mandó a la mierda nuestro proyecto. El interés del mánager estaba condicionado a un cierto comportamiento femenino de parte de nosotras; son cosas que quizás en el momento que pasaron no las veíamos como parte de un sistema y de una estereotipación de las mujeres, de los roles.
Tahía: Es como dicen LasTesis, pero al revés, seguramente “la culpa era mía de cómo andaba y como vestía”.
–¿Y qué significa haber sido una Cleopatra?
Tahía: A nivel personal es interesante mirarnos en retrospectiva, ver algo que hicimos en la escena pública hace 33 años. Me pasan hartas cosas, es un movimiento interno para mí, me actualizo yo misma. Siento que nuestro colectivo está vivo, somos muy amigas. Quizás la serie es una oportunidad para concretar posibles proyectos que tenemos en la cabeza. Las Cleopatras tienen vida, y existen hoy.
Patricia: Las Cleopatras siempre han sido un motor para mi evolución como ser humano, mi aprendizaje ha sido permanente, son siempre mis maestras. Y de alguna manera nos mantenemos unidas por eso mismo, porque nos sostenemos en nuestras luchas que siguen siendo las mismas, feministas.
Jacqueline: Para mí siempre fue un camino de descubrimiento de conciencia y todo lo que hoy estamos viviendo me lo ratifica, pero en el momento en que estaba pasando era confuso. Las Cleopatras eran un gran esfuerzo de producción, una gesta por ir y llegar a esta puesta en escena. Yo no veía con tanta claridad todos en los contenidos que teníamos, nuestra importancia histórica. Porque las mujeres no hemos tenido mucha conciencia del nivel de nuestra opresión, de nuestras limitaciones por ser mujeres. Poco a poco hemos ido despertando, pero traemos una impronta de sometimiento y de subordinación a los hombres. A los 20 años nosotras recién estábamos dándonos cuenta, probando los límites; por eso siento que es muy valioso el contraste de lo que pasaba hace 30 años y lo que pasa ahora. Es muy fuerte y muy bonito para nosotras reivindicarnos, porque realmente era una exploración hacia terrenos bastantes desconocidos donde obviamente no éramos popularmente bien recibidas. No sé si internamente nos definíamos como feministas en esa época, pero como luchadoras de la causa feminista sí, de todas maneras.
Patricia: No éramos muy comprendidas. El mundo no nos hacía buen espejo para poder identificarnos. Era una lucha por la identificación, por decir “somos mujeres, libres, luchadoras”, pero el machismo nos quería decir “no, son putas”, y teníamos que lidiar con eso.