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Palabras que hieren

POR Vero Marinao | 08 septiembre 2020

Cuando los términos que definen condiciones o enfermedades psiquiátricas se usan erróneamente y con el fin de menoscabar al otro, quizás no necesariamente impactan a la persona “sana” que recibe el supuesto insulto, pero sí afectan a quienes sufren alteraciones psíquicas, porque les hacen evidentes sus carencias, se les estigmatiza, y, lógicamente, no se pueden defender.

¿Era Hitler un loco? La respuesta del psiquiatra Pedro Retamal, experto en trastorno bipolar y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, es tajante. “No. Hitler era perverso, pero no era un loco”. Para el especialista, esta aclaración es muy importante porque grafica un error que, lamentablemente, se ha instalado como cierto en la sociedad y que provoca un daño profundo; la “locura” (en rigor enfermedades psíquicas que pueden ser tratadas) muchas veces se asocian a la maldad y, en el mejor de los casos, a una patología que pone al enfermo en un peldaño inferior al de la gente “normal”.

“Muchas personas son tratadas de esquizofrénicos, de locos, de dementes. Es común escuchar frases como ‘ya empezaste con tus bipolaridades’, por ejemplo. Es posible que muchos de los enfermos, no todos, pero muchos de ellos se sientan denigrados, ofendidos y humillados, eso dependerá un poco de la personalidad, pero la mayoría de la gente efectivamente se siente menoscabada, porque de eso se trata (el decir esas palabras en tono peyorativo), de ofender, humillar y destruir”, dice el experto y ahonda en las razones de por qué ciertas personas tienden a denostar. “Muchos necesitan menoscabar al otro, porque la única manera de sentirse seguros es que los otros sean inferiores, lo cual representa su complejo de inferioridad. Otra razón para ofender es alejarse de lo que a él la asusta. A veces en su familia o en su entorno existen personas con enfermedades psíquicas y, una manera de alejarse de eso, es atacar a otros que son fáciles de agredir porque no son parientes. Esa gente lo que hace es pensar en sí misma, no se pone en el lugar del otro y no se da cuenta de que para el otro muchas veces sus ofensas provocan un efecto fuerte y potente”.

Además, en un porcentaje bajo (pero preocupante) ocurre una paradoja, según explica el doctor Retamal. “Algunas pocas personas (con patologías psíquicas) al sentirse ofendidas, pudieran reaccionar mal, actuar precipitada e inadecuadamente, con enojo o violencia, lo cual confirma el insulto que están recibiendo, o sea ‘eres un loco’, actúas como un loco, ‘eres un bipolar’, actúas como un bipolar. Entonces esa manera de responder no le sirve porque su respuesta se le convierte en otro peso, se pregunta por qué no fue capaz de reaccionar de otra manera”.

Pero qué pasa cuando quien recibe el ataque no presenta una patología ni una condición especial. Según el doctor Retamal es muy necesario detenerse a pensar sobre este punto. “Esto quizás no afecta tanto a la persona que está recibiendo el ataque y que no es del espectro autista, ni bipolar ni depresivo, sino que están apuntando a un aspecto mucho más general que es denigrar a la persona enferma, denigrar a quien necesita ayuda, insultar a quien tiene una desventaja, a quien no puede defenderse, y ¿por qué no puede defenderse? bueno porque le falta ánimo, fuerza, herramientas cognitivas, desplante, autoestima, velocidad y entusiasmo. La enfermedad psíquica con frecuencia anula estos aspectos o los exacerba de manera inadecuada.

En vez de ayudar, contribuyen a la alteración de la autoestima; en vez de estimularlos a que busquen tratamiento, los hunden, los insultan, los agreden, los rebajan, los denigran y humillan. Y empieza a flotar el concepto de que las personas con enfermedades psíquicas son o inferiores o incapaces o inadecuados o dementes, y muchas veces ni siquiera lo son, lo que tienen son dificultades que, con ayuda, es decir con tratamiento, podrían perfectamente superarlas”.

El psiquiatra y director ejecutivo de Fundación Procultura, Alberto Larraín, hace un paralelo: “El símil sería hablar de ‘maricón’ para referirse a un gay. Hay una diferencia peyorativa al momento de utilizarlo. Entonces, ¿cuál es el problema? Que ese estigma que está instaurado respecto a las enfermedades mentales hace que no tengamos cobertura, que no tengamos atención, que no tengamos hospitales con áreas de salud mental, la mayoría de las clínicas en Santiago no tiene atención mental y eso es una decisión porque el sistema instaura que la salud mental es compleja y un cacho”.

Además, dice Larraín, el estigma repercute en la atención adecuada. “El sistema invisibiliza al enfermo y lo transforma en victimario, cuando en realidad es la víctima. Por eso se hace tan complejo para la gente mantener sus tratamientos, tomar sus remedios; porque si yo tengo una fractura, nadie en mi trabajo va a cuestionar si yo soy competente o no soy competente para realizar una función, pero si yo sufro un trastorno bipolar inmediatamente cuestionan si voy a poder o no tomar una decisión, si me equivoco en algo probablemente le van a echar la culpa a la enfermedad. Es tanto el desconocimiento, que muchas personas creen que es una moda, es tan común escuchar ‘hoy los niños están deprimidos y en mi época uno era más duro y eso funcionaba’, lo dicen como si fuese una rutina de humorista”, sostiene.

ROBO DE CONCEPTOS

Ahora, más allá de la ofensa que se produce a quien pertenece al espectro autista o a quien tiene una enfermedad como un trastorno bipolar, hay otro peligro que tiene que ver con los autodiagnósticos. Javier Romero, sociólogo y psicólogo, y doctor en estudios americanos, lo explica: “Cuando alguien tiene cierto poder o prestigio, sin ser psiquiatra ni médico, y usa estos conceptos hace que el otro quede etiquetado y que incluso pueda generar en la otra persona una inquietud y que, efectivamente, busque hasta en Internet si su personalidad está dentro de esa patología en la que fue clasificado. Puede tener un efecto bien pernicioso (…) Por ejemplo si un profesor usa el concepto y lo usa mal, ese niño queda para siempre o, al menos por un largo tiempo, etiquetado de la forma en que lo definieron, entonces hay que tener cuidado y entender que todo tipo de diagnóstico requiere tiempo”.

Esto de tomar prestados conceptos, explica el doctor Romero, ocurre en general en la vida moderna cuando no hay capacidad de análisis ni de generar nuevos conceptos para entender lo que está pasando, entonces se ‘roban’ conceptos desde otra disciplina para explicar conductas sociales o individuales que, a lo mejor, no tienen nada que ver (con la acepción original)”.

Aunque no todas las visiones de los especialistas coinciden en su totalidad, los entrevistados sí ponen énfasis en el peligro de la intencionalidad ofensiva. Isabel Puga, directora nacional del Colegio de Psicólogos de Chile, dice que cuando se habla en lo cotidiano sin intención de ofender no es tan preocupante porque hoy en día hay más conocimiento de algunas enfermedades y la gente puede rebatir. “Por ejemplo, si alguien dice que tal persona es autista porque habla poco y eso lo escucha un familiar de una persona del espectro de trastorno autista, que es el término correcto, seguramente le explicará al otro que esa condición no consiste en lo que él cree. No me parece mal usarlo de forma errónea, siempre y cuando no sea de manera hostil, el problema es que en Chile se usa mucho la hostilidad porque tendemos a burlarnos de otros en todos los ámbitos. Estamos tan metidos en esta cultura de hostilidad encubierta que por eso nos sorprende que, por ejemplo, los inmigrantes sean tan felices y nos preguntamos por qué son así. Y es maravilloso que la gente que llega a Chile sea así”.

¿Qué se podría hacer para que la denigración consciente o inconsciente disminuyera? Una primera medida, dice Pedro Retamal, es asumir que muchas veces el estigma o la descalificación que se les hace a las personas con enfermedades psiquiátricas son absolutamente injustificadas e irracionales. “Una buena cantidad de personas con enfermedades psíquicas tienen cualidades excepcionales, mejores que el promedio de la población y eso implica que muchos de ellos son personas destacadas, pero, cuando se enferman, no son capaces de hacer mucho, y la atmósfera general de humillación y denigración por la enfermedad les pega y les pega muy fuerte, más fuerte que al común de las personas, porque ellos saben que tienen capacidades y no las pueden expresar”.

El sociólogo Javier Romero cree que, con el tiempo eso sí, esta situación podría cambiar porque la sociedad ha hecho avances y ya no está normalizado, como hasta hace poco, referirse a las personas con síndrome de Down o a los homosexuales con términos peyorativos. “En el futuro la sociedad debería avanzar hacia ese respeto también en términos de enfermedades psiquiátricas.

Mientras ese proceso ocurre, el especialista Retamal cree que hay que dar un empujoncito: “Hoy hay campañas para no ofender a las personas de distinta orientación social y no está permitido aceptar conductas inapropiadas, por ejemplo de los hombres hacia las mujeres, piropos de cualquier tipo, hoy eso no se puede ni se debe hacer y puedes recibir sanciones. Tampoco se puede maltratar a los niños; antes aforrarle unos coscachos y un par de correazos firme no tenía ninguna sanción, hoy sí, tanto es así que, en el caso de un niño golpeado, no se puede aplicar un comentario justificado o injustificado, es golpeado y punto, y recibe una sanción.

¿No se podría hacer lo mismo aquí? A lo menos en la prensa sería un avance, hoy el columnista dice hay ‘conductas esquizofrénicas en el gobierno o conductas bipolares’ en ciertos grupos, ¿Por qué se acepta que se diga eso?, ¿Por qué no se podría eso prohibir o sancionar y reglamentar?”

Afortunadamente hoy no se puede decir “cojo ni tuerto tal por cual”, explica Retamal. “Pero sí se puede decir incluso en público ‘loco de porquería’, y ¿sabes por qué? Porque ¿quién va a reclamar? Nadie, porque ‘yo no soy loco’, ¿pero el departamento de salud mental por qué no podría hacerlo? Yo creo que seguramente habrá que llegar a algún tipo de conducta normativa que impida que haya denigración por la patología psíquica y, a mi juicio, el argumento más relevante es que las personas (con patologías psiquiátricas) están en un estado de dificultad emocional que les hace más difícil defenderse. Además porque muchas de esas personas con enfermedades psíquicas tienen niveles elevados de creatividad de liderazgo e inteligencia, cómo se te ocurre denigrar a Picasso, a Hemingway, a ¡Van Gogh!, cómo vas a denostar a Schumann, Tchaikovsky, a Schubert…”.

El especialista Retamal finaliza con una idea interesante. “No estoy planteando que sea necesario reverenciar pero sí, a lo menos, respetar. En la antigüedad, incluso antes de los griegos, hace más de 2.500 años, los presuntamente iluminados por la ‘locura’ eran respetados, reverenciados y eran claramente portadores directos de la sabiduría de los dioses, esos decían los griegos. No era gente ni ofendida, ni humillada; eran respetados y reverenciados. Yo no creo que haya que reverenciar a ningún ser humano, aunque sea una autoridad, pero sí creo que se podría implementar algún sistema normativo que permita que, al menos en lenguaje público –porque nadie se puede meter en el lenguaje personal y privado– normar esta situación de una forma que signifique respeto por la enfermedad mental y por los enfermos mentales. Son personas que no solamente necesitan respeto, muchos de ellos incluso son admirables, porque la lista de sujetos geniales es enorme y parte de esa genialidad está relacionada con su enfermedad. No todos los genios son enfermos, pero una buena cantidad de genios sí lo son y tienen más posibilidades de otorgarle a la humanidad desarrollos superiores; yo digo que el reservorio cultural de la humanidad está en personas que tienen enfermedades del ánimo, en especial enfermedad bipolar, y eso es un concepto que soy capaz de sustentar con evidencia”.

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