Revista Velvet | El “encierro” emocional de la primera línea de la salud
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El “encierro” emocional de la primera línea de la salud

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El “encierro” emocional de la primera línea de la salud

POR Vero Marinao | 05 mayo 2020

Tarde o temprano, la mayoría de nosotros se va a contagiar, en especial los profesionales y técnicos que trabajan en hospitales y clínicas. Ellos, más que un aplauso, piden algo simple: que nos quedemos en casa. Mientras todavía hay gente que –pudiendo no hacerlo– anda en la calle, médicos y enfermeros hacen sacrificios como ver a sus hijos solo a través de una ventana. Acá algunos de sus esfuerzos y consejos –profesionales y personales– para no contagiarse y, de paso, no hacerlo a los demás.

“Todos los días me digo lo mismo, ‘un día me voy a enfermar, pero hoy no’”. La frase se la repite cada mañana Gino Fuentes, Jefe de Enfermedades Respiratorias del Adulto de la Clínica Bupa y médico del Hospital Padre Hurtado. El profesional es padre de dos niños y, uno de ellos, tiene una cardiopatía congénita. “Fue operado cuatros veces y, a los cuatro años, se le trasplantó el corazón. Siempre hemos tomado medidas de precaución; nació cuando yo estaba empezando a hacer mi subespecialidad en enfermedades respiratorias. Fue en el momento en que vivíamos la crisis del virus sincicial, así que siempre hemos tomado medidas especiales con él”, cuenta el especialista. “Yo llego a mi casa. Entro por otra puerta (no la principal), la ropa del hospital me la saco de inmediato y la pongo a lavar en el mismo momento. La billetera, el celular y las llaves quedan en una cajita. Después me ducho, me pongo nueva ropa y, recién ahí, saludo a mi familia. Y todos los elementos personales que tenía en esa cajita, los desinfecto con unas toallitas con alcohol o con una toallita con cloro diluido (…) Me duele harto la distancia. Estoy tratando de no acercarme a ellos, los abrazos y los besos se han distanciado, porque no puedo traer infección a la casa, sobre todo por mi hijo, que tiene las defensas bajas. Como seres sociales, necesitamos de afecto y, para los que somos más querendones, nos cuesta aceptar que debemos hacer menos muestras de cariño. Yo soy muy de piel y nuestros pacientes son adultos mayores, entonces es difícil no poder aceptar un abrazo o un beso o un apretón de mano, es super complicado. Para mí ha sido difícil no tener contacto”, cuenta. No es el único que sufre con las faltas de demostraciones de afecto.

El 24 de marzo recién pasado, Claudia Cortés, vicepresidenta de la Sociedad Chilena de Infectología y académica de la Universidad de Chile, cumplió 8 años de matrimonio. Su celebración consistió en alzar una copa y brindar junto con su marido, pero a unos cinco metros de distancia. Porque no son tiempos para que una doctora haga un “salud” así como así. Y menos ella, que trabaja en un hospital y en una clínica privada, y está casada con alguien que toma inmunosupresores. Desde hace varias semanas, la especialista vive en un cuarto que está en el fondo del patio y no tiene contacto directo ni con sus hijas ni con su marido. Entra a su casa solamente al baño –uno exclusivo para ella durante este tiempo–, y mira a sus dos hijas a través de la ventana. Si se topan en el patio, es a metros de distancia, y nunca se tocan. Y ni siquiera sabe cuándo volverá a acariciarlas. “Mi marido tiene una situación médica particular, pero todos mis colegas con familias sanas están pensando ‘¿qué hacemos? (para evitar contagiar a sus más cercanos) ‘¿nos vamos a un hotel?’, ¿arrendamos una casa entre todos?’, todos se plantean cosas así. Una colega quería arrendar un Airbnb y, cuando cacharon que era doctora, le dijeron que no. Porque en el fondo, les da susto”, dice. Y, pese a todas las precauciones que toma, sabe que es muy probable que, en algún momento, sus personas más cercanas igualmente se puedan contagiar. “¿Y qué va a pasar el día en que se te enferme un marido o un hijo y no lo puedas acompañar como familiar porque tienes que seguir trabajando?”, se pregunta con preocupación. “Por eso quiero que la gente se dé cuenta de que esto del aislamiento social es tan serio, que yo soy capaz de separarme de mis hijas y de mi marido por varios meses con tal de cuidarlos. El común de la gente, que no está expuesta como yo, debe hacer algo muy sencillo; quedarse en casa. Hoy en la mañana fui a la clínica y, como vivo lejos, tuve que pasar por tres comunas y vi a gente andando en bicicleta deportivamente… Esas cosas no las entiendo”.

La profesional explica que los hospitales y clínicas están trabajando por bloques de turnos, básicamente por dos razones. “Uno es por cuidarnos, para que no nos enfermemos todos juntos al mismo tiempo. Y, la segunda razón, es que, es tan demandante física e intelectualmente el trabajo, que, si tienes una sobrecarga muy pesada por muchos días, está estudiado que cometes más errores, tienes más posibilidades de equivocarte, entonces, en buen chileno, te tienen que sacar ‘para que no la caguíh”. Y, en efecto, el trabajo en tiempos de coronavirus es agotador. “Hay que vestirse y desvestirse con el equipo de protección personal cada vez que uno ve a un paciente (contagiado). Y son diez pasos para poner el equipo y diez para sacarlo. Si te equivocas en un paso al ponerte el equipo, se hace toooodo de nuevo (…) Esto está super reglamentado. Las primeras veces uno lo hace de a dos personas. Uno de ellos te está ‘vigilando’ para que no se te olvide un paso. Imagínate. Tienes 16 pacientes, por ejemplo, y te vistes y desvistes, y te vistes y te desvistes, y te vistes y te desvistes y, de repente, chuta, te das cuenta de que se te olvidó ponerte la visera…y vuelta a partir todo de nuevo, de cero. Entonces es bien desgastante esa parte”.

Claudia Ibarra es enfermera tens en Hemodinamia en el hospital Barros Luco y, normalmente, trabaja con pacientes críticos. “Quizás muchos de nosotros quisiéramos quedarnos en casa hasta que pase todo esto, pero lamentablemente no podemos y eso hay que tomarlo de la mejor forma, hay que ser positivos y pensar que, si la mayor parte de la gente se queda en la casa, el riesgo es menor (…) Yo trato de ser muy exagerada con las medidas de precaución y confío en que no voy a traer el bicho a la casa”, dice. En su caso, la fe es vital. “Para tener el ánimo en alto, creo que hay que confiar en Dios, en que esto va a pasar luego y que no me voy a contagiar yo ni mi familia. Sabemos que es una pandemia y que ha muerto mucha gente, pero hay que pensar positivo, es la única manera de mantener el ánimo en alto. Mi confianza está en el de arriba. Es tenso trabajar entre la vida y la muerte, pero hay que poner el hombro nomás. No por una pandemia, dejará de haber infartos. Hay que ir a trabajar, es nuestra área, y es lo que amamos”, explica.

LOS MIEDOS DE LA PRIMERA LÍNEA

Magaly Iñiguez, es traumatóloga, especialista en rodilla, y trabaja en la Clínica Las Condes y en el Hospital Sótero del Río. Dice que, los riesgos de contagio dependen de las especialidades médicas. “Por ejemplo, los otorrinos, oftalmólogos o maxifaciales, que trabajan con la cara de los pacientes, tienen que usar unas grandes escafandras, pero en especialidades como la mía, que no son tan riesgosas, tenemos que usar protección ocular y las otras medidas que ya se conocen”, dice. Claro que, cuando llega a su casa, toma medidas extremas. “Las llaves del auto, de la casa, el celular, todo eso queda en una caja que está en la entrada y que luego se desinfecta con agua con cloro, con un aspersor. Yo recomiendo limpiar los celulares con agua y jabón o cloro, o alcohol, obviamente con el cuidado de no echarlos a perder, pero la idea es desinfectar”, dice. En su caso decidió no ver a ninguno de sus parientes adultos mayores por varios meses, pero a diferencia, de algunos de sus colegas que se fueron a vivir lejos de sus familias, ella sigue en su casa, con sus hijos. “Pero, aunque sabemos que, en los niños, el riesgo es menor, siempre está el miedo a contagiarlos. Es triste no poder abrazarlos como antes”, dice.

Pablo Ortigoza trabaja en el Hospital Militar y es docente de la Universidad de Los Andes, tiene 31 años, y dice que sí tiene temor de contagiarse. “Si bien en la población joven no hay casos altos de mortalidad, igual hay casos de gente que se ha muerto y uno no sabe cómo se va a comportar el virus. Ese es el primer temor, pero la vocación es super power y es lo que te lleva a decir ‘bueno, me expongo’, y quizás me contagie y quizás me moriré, pero me moriré cumpliendo mi vocación, que es lo que estoy llamado a hacer; servir al paciente. Eso uno lo pone en una balanza, no es cosa de ser mártir, ni nada, porque uno toma todas las precauciones, pero si te toca, te toca”, dice y cuenta que está pensando en arrendar un Airbnb para no exponer a quienes viven con él. Al cierre de esta edición, aún no había casos positivos en el Hospital MIlitar, pero Ortigoza dice que, apenas eso ocurra, se irá a vivir a otro lugar. Claro que eso no es lo que más lo preocupa en estos momentos. “Lo que más me agobia es prepararme para, posiblemente, ver gente joven morir. Si bien uno como médico está acostumbrado a lidiar con la muerte y apoyar a los familiares, yo creo que nadie está preparado para enfrentar algo como lo que pasa en Italia, por ejemplo. Ver frecuentemente gente joven morir, menor de 60, 50 y 40 años; eso va a ser un desgaste emocional muy grande para todo el personal, no sé si vaya a pasar eso en Chile, espero que no. Pero hay que estar ahí, lo más lucido posible. Yo hago meditación online todos los días; hay que prepararse tanto en lo físico, intelectual y emocional, eso debemos hacer como personal de salud, y como país también”, sostiene.

El doctor Carlos Pilasi sabe bastante de ese tipo de desgastes emocionales. Es parte de Médicos sin Fronteras y ha trabajado en zonas de desastres naturales y en territorios en guerra. “Tengo experiencia con manejo de múltiples pacientes con recursos limitados”, explica. Llegó hace pocas semanas a Santiago porque cree que, en este contexto, puede ser de utilidad. Y aconseja: “Lo que hay que hacer es seguir la indicación de la autoridad sanitaria. Esto es un problema que va a tomar bastante tiempo, entonces hay que estar alineados para tener resultados buenos o mejores para todos. Hay que seguir el llamado de la autoridad, porque si cada uno cree que tiene la solución al problema y empieza a hacer lo que quiere o cree correcto, se genera más caos”.

Y el doctor Gino Fuentes, aporta con otra reflexión: “Es súper importante que, a nivel país nos mantengamos unidos como una familia. Creo que Chile nunca había sido enfrentado a un problema que nos afectara a todos por igual, un problema que nos uniera a todos; esto no diferencia si tú eres joven o viejo, flaco o gordo, rico o pobre, si vas por el apruebo o por el rechazo. No te sirve arrancar, no puedes ir a otro país ni irte a la playa. Tenemos que actuar basados en el bien común. Las grandes sociedades que han logrado salir adelante, son las sociedades que saben perdonarse y saben preocuparse de los de al lado. De nada sirve que yo vaya al supermercado a acaparar, que me llene de productos de limpieza, que tenga mucho alcohol gel y mascarillas, si mi vecino no las tiene. Porque si él se enferma, me va a contagiar. Por tanto, tenemos que actuar como una familia. Eso es clave. Somos una familia de 17 o 18 millones de habitantes, y, si pensamos más a futuro, somos una familia de 6 billones de personas que convivimos en esta casa llamada tierra”.

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