Nancy Molina fue diagnosticada en su adultez de Trastorno del Espectro Autista (TEA), una condición de la que poco se habla en las mujeres y que algunos especialistas apuntan a un sesgo de género. “Llegar al diagnóstico fue tan aliviador como aterrador”, dice Nancy.
Por redacción.
Nancy Molina hoy tiene 33 años, es diseñadora de vestuario, pero siempre le ha costado encontrar trabajo debido a su condición. Y cuenta que muchas veces fue tratada como el “bicho raro”. Su sensibilidad la llevó desde pequeña a integrar todos los talleres extracurriculares en el colegio ya que ahí, entre el teatro y las artes plásticas, se sentía cómoda y nadie la juzgaba. Pero su interés por la actuación se debía más allá de la adrenalina que le provocaba crear y mantener un personaje.
Ese personaje se traspasó a su vida cotidiana, creando esta visión de cómo el resto esperaba que ella reaccionara o fuera. “Me vi muchas veces practicando mi sketch sola en mi habitación, preparándome para reír, llorar y enojarme adecuadamente. Practicar mi tono de voz e incluso la forma de mover las manos y mi cuerpo al hablar. En ese momento solo pensaba que todos hacían esto, solo que a mí me costaba un poco más y por eso debía practicar más”, cuenta.
Como en muchas familias, en la suya no se hablaba de autismo. Para su circulo íntimo sus conductas que variaban entre su sensibilidad, su genio y otras, respondían a que era la “dramática” de la familia. Algo que le desencadenó una severa depresión adolescente. A los 17 años fue diagnosticada como Persona Altamente Sensible (PAS) y ya en su vida adulta llegó al diagnóstico de su condición de autista.
“Llegar a mi diagnóstico fue tan aliviador como aterrador. La única forma de llegar a una respuesta definitiva era consultar con un especialista. Me encontré tan asustada como esperanzada de encontrar una respuesta a esa pregunta que me había hecho durante toda mi vida. ¿Por qué soy así?, ¿qué está mal conmigo?”, explica. Finalmente, para ella, el diagnóstico más que un problema y algo difícil de aceptar, “fue sacarme un peso de encima, entender que siempre hubo una respuesta y que no había nada malo conmigo, solo algo diferente, me ayudó a ser más amorosa conmigo misma”, confiesa.
¿Por qué se habla tan poco de autismo en las mujeres? ¿Acaso hay un sesgo de género en este tema? Para el psiquiatra Leonardo Abarzúa, experto en TEA en adultos, la respuesta es categórica. “Si bien existen estudios que postulan que pudieran existir factores que eviten que muchas mujeres desarrollen autismo, parece claro que la menor frecuencia del diagnóstico en ellas pueda explicarse, al menos en parte, por un sesgo de género. Aunque no es tan sólo mi opinión, grandes exponentes del tema lo postulan. Y los resultados de varias investigaciones disponibles también lo respaldan”, aclara.
Existen varias explicaciones posibles. Por una parte, las primeras descripciones del autismo que se realizaron no dan cuenta con precisión de las presentaciones de autismo en el género femenino y menos en población adulta. Muchos estudios reclutan solo varones y muchas de las herramientas clínicas creadas para tamizaje o diagnóstico han sido diseñadas para adaptarse al fenotipo masculino, que por mucho tiempo ha sido el más conocido, y pudieran no ser sensibles para detectar autismo en mujeres.
Hay diferencias en la expresión clínica entre hombres y mujeres. En las mujeres, algunas características pueden ser menos notorias o no evidentes hasta la adolescencia o adultez, cuando las demandas sociales son mayores. Las mujeres autistas suelen tener menos alteraciones en la comunicación social, lo que ante un análisis diagnóstico poco profundo podría aparentar como no afectada. Además, las niñas autistas suelen tener menos conductas desafiantes que en el caso de los niños, por lo que llaman menos la atención. Por ejemplo, en lugar de presentar una crisis emocional detectable por terceros, con agresividad o agitación, la reacción emocional puede ser más interna.
También, los llamados intereses restringidos o profundos, si bien pueden ser intensos, suelen asociarse a temas comunes a otras niñas o adultas, pudiendo pasar inadvertidos para su entorno, a diferencia del género masculino. Por ejemplo, pueden gustarle coleccionar muñecas o esquelas por mucho tiempo, lo que, pese a su intensidad, suele ser habitual en la infancia de muchas mujeres. Por otro lado, si una mujer habla poco, como parte de un estereotipo de género, se atribuye a que es tímida, pudiendo hasta verlo como algo positivo; o si tienen una reacción emocional intensa, se les suele tildar de dramáticas o exageradas o que busca llamar la atención, lo que evidentemente tiene un sesgo machista.
Parece también claro que uno de los factores que explican la menor frecuencia en el diagnóstico de autismo en mujeres es que tienen mayor capacidad de camuflaje social, que son el conjunto de estrategias que se utilizan para compensar y esconder las características típicas del autismo en las interacciones sociales, por ejemplo, forzar el contacto visual o copiar gestos o expresiones de otras personas. Ellas serían mejores a la hora de esconder las señales de esta condición.