Por Daniela Urrizola.
Cuando dijimos “vamos a la Riviera Maya”, la reacción de asombro –y de preocupación– de mi familia y amigos fue inmediata. Es que un viaje a México, uno de los lugares con más contagios en Latinoamérica, no podía dejar indiferente a nadie. Pero tenemos que poner todo en contexto. Efectivamente, Ciudad de México –una de las urbes más pobladas del mundo– difícilmente está libre de Covid-19 y es uno de los lugares con más alta tasa de contagios. Sin embargo, la Riviera Maya vive otra realidad; primero porque está a más 1.500 kilómetros de esta capital y, segundo, porque como el Caribe mexicano es un destino cuya actividad económica es en un 90% turismo, cuando el país cerró sus fronteras, nadie entró ni salió del estado de Quintana Roo.
Entonces, como la gente que vive en el lugar no tenía actividad –porque no había turistas–, la movilidad se redujo completamente y todo quedó en pausa, hasta que las autoridades se pusieron un solo objetivo: prepararse para reactivar el turismo en el menor tiempo posible. Y así fue como esta zona se transformó en el primer destino americano en recibir el Sello de Seguridad Global, que entrega el Consejo Mundial de Viajes y Turismo a los lugares que adopten sus estándares para garantizar la higiene de los establecimientos y medidas para proteger la salud de los viajeros.
Desde ese momento, la Riviera Maya ha vivido un proceso paulatino en el reencuentro con sus turistas, limitando, por ejemplo, la capacidad hotelera, en septiembre hasta un 30% y desde noviembre hasta un 60%.
Con ese escenario nos encontramos a nuestra llegada: hoteles con limitaciones de capacidad y de funcionamiento y con semáforo en amarillo, equivalente a lo que en Chile sería la etapa de Apertura Inicial y que allá llaman Riesgo Moderado. En cuanto a contagios hay muy pocos. No cero, pero pocos, y en una meseta que ya parece constante.
PROTOCOLO SANITIZADOR
Desde un punto de vista, el escenario era ideal. Estábamos en Playa del Carmen, con menos gente que en los inmensos resorts. Por ende, con más espacio, menos turistas en actividades como la visita a las ruinas de Tulum y, sobre todo, ¡con más comida en el all inclusive! Pero no hay que olvidar que todo es relativo hoy en día en esta nueva forma de viajar.
En el aeropuerto de México, nada fue muy distinto al proceso que se vive en cualquier aeropuerto o recinto cerrado: había protocolos que hoy ya son básicos como el uso de mascarilla, alcohol gel, y la firma de declaraciones juradas de salud que, en teoría, se presentan en cada salida y entrada a los países.
Después, cuando se llega al hotel, hay que estar dispuesto a aceptar los procesos de sanitización constantes. No puedo mentirles, porque si bien hay medidas básicas en todos los hoteles, algunos son más estrictos que otros.
Por ejemplo, nuestra experiencia en Hacienda Tres Ríos Riviera Maya –un hotel de lujo– fue que nos recibieron con cuatro estaciones de sanitización. Sí, cuatro. Y cuatro procesos que debes cumplir cada vez que entras, luego de salir del hotel. Hay un tapete sanitizador para el calzado, luego viene el control de temperatura en cámara infrarroja, para pasar a una gran estructura tipo sarcófago, donde al ingresar –y girar tres veces– se recibe una “sanitización” con ozono y luz ultravioleta. Finalmente se pasa por la estación de alcohol gel.
Luego, en este caso, se dio una charla o inducción de seguridad con las medidas implementadas en el resort, que tiene un denominador común: el autocuidado, la primera gran medida de seguridad. Después, en la práctica, la regla es que las mascarillas se deben usar en todas las áreas comunes, excepto en las piscinas y zonas de playa, donde reposeras y sillas están lo suficientemente separadas como para sentirse “seguro”.
BUFFET ALL INCLUSIVE
Durante mi estadía en la Riviera Maya, una de las preguntas que más se repitió en mis redes sociales fue cómo funcionan los buffets en época de pandemia. Y es que está claro que todos traducimos el concepto all inclusive en comer y beber muchísimo, la mayor cantidad de veces posible, incluso llegando a no saber si estás en el desayuno o en el almuerzo.
Lo primero es que sí se puede comer a la hora que uno quiera, y también todo lo que se quiera (o pueda). La diferencia es que, esta vez, no te sirves con la cuchara comunitaria: la comida está toda en una gran burbuja de vidrio y debes pedir lo que quieres. La mayoría de las veces te atienden en tu mesa, y hay más personal disponible para ello. Además, se ofrece constantemente el servicio a la habitación, totalmente gratuito. ¡Qué mejor que comer en la pieza!
¿Y las actividades típicas de resort? ¿Baile entretenido, juegos de piscina? Sí hay, pero todas orientadas a las prácticas individuales, no en equipo. Entonces lo que se puede experimentar es ping pong, campeonatos de tenis playa y aquellos deportes que eviten cualquier tipo de contacto.
¿Dónde me sentí un poco insegura? Principalmente cuando salía del hotel, en las calles de la ciudad de turno, pero es la misma sensación que estando en tu ciudad de origen. La calle es la calle como en todos lados, y el riesgo por parte de aquellos que no respetan protocolos está en todos lados. De ahí la premisa más importante de todas: el autocuidado es la clave.
Y es que viajar nuevamente requiere de conciencia y de mecanizar ciertas conductas que no solíamos tener. También hay que tener conciencia que hay quienes respetan y quienes no. Y eso no solo pasa en México; también en Chile o Alemania; en todas partes.
Volver a viajar invita a redescubrir destinos que seguramente tenías asumidos bajo un contexto, y que hoy se han reinventado y te ofrecen nuevas formas de vivirlo. Yo, por ejemplo, disfruté más que nunca en la Riviera Maya de las actividades outdoor, así como de las experiencias culinarias mayas en medio de la selva o al descubrir cenotes subterráneos. Todo se transformó en una oportunidad sorprendente. Incluso mucho mejor de lo que se puede esperar.