Por Daniela Urrizola
¿Qué habrá pensando Cristóbal Colón cuando tocó tierra y se encontró con playas como Bayahibe, Isla Saona o la misma Bávaro? Está claro: es imposible que se haya imaginado que estos lugares se transformarían en lo que hoy son, pero de seguro pensó que había encontrado el paraíso.
Por mi parte, las muchas veces que pensé en República Dominicana como destino, me invadía la seducción de sus playas paradisiacas, aguas cristalinas y oferta hotelera con la comodidad que siempre implica el clásico todo incluido. Todos ingredientes perfectos para unas vacaciones soñadas. Lo que no sabía es que me encontraría con un destino con mucho más para ofrecer. Más allá de las playas y de las vacaciones perfectas, se trata de un lugar que tiene el peso de definir gran parte de nuestra identidad, de nuestra existencia, ya que es justamente ahí donde Colón descubrió América, se construyó la primera ciudad y por ende comenzó a escribirse la historia de nuestro continente.
SANTO DOMINGO Y EL PESO DE LA HISTORIA
Para entender y conocer un poco más de esta historia, hay que trasladarse a Santo Domingo, capital de República Dominicana, que puede ser mucho más que una puerta de entrada a playas paradisiacas. Santo Domingo es distinto. Tiene aroma a Caribe, clima de Caribe, ritmo de Caribe, pero está lejos de ser un destino de playa; su atractivo está en el peso histórico de su ciudad colonial que no deja de impresionar a quienes valoran esa energía. Y también a los que no.
Es precisamente su centro histórico y ciudad amurallada donde los imperdibles se transforman en piezas únicas, ya que fue en este lugar, en estas calles, donde se crearon las primeras sociedades de nuestro continente. Por un lado, la primera iglesia de América, por otro el primer ayuntamiento, el primer castillo del continente, así como la primera plaza y la casa del hijo de Cristóbal Colón.
Avanzamos cuadra por cuadra, con un guía que con total naturalidad –y orgullo a la vez– nos mostró las joyas de Santo Domingo. Ahí se incluyen algunas calles que aún conservan el coral con el cual fueron construidas, y cuyos materiales fueron traídos desde España en el 1500. Literalmente, un ladrillo de historia que habla por sí solo.
Ahora, por más que sea una zona de potente carga histórica, las experiencias turísticas están a la orden del día. Además del recorrido, conocimos la historia del país y su producción de cacao, que lo convierte en uno de los principales exportadores del mundo. En ese contexto, fabricamos nuestra propia barra de chocolate en Kakhow Experience, una actividad participativa y muy familiar.
Otra cosa que tampoco falta en el casco histórico es el ritmo caribeño. Es que la música y el baile lo llevan en la sangre y lo practican en cada plaza, en cada esquina, en cada restaurante y en cientos de clubes de baile. Nosotros escogimos El Sartén, uno de los clubes más representativos de la ciudad, donde parejas de todas las edades llegan sólo a bailar. No hay comida, sólo una “fría” y bailes caribeños de todos los tipos. Te guste o no bailar, el lugar te atrapa y terminas siendo uno más en una gran coreografía continua.
PUNTA CANA E ISLA SAONA
Es indudable que el principal motivo por el cual llegamos a República Dominicana es para dejarnos caer en las maravillosas playas de Punta Cana; ese fue el caso de Bávaro, reconocida como una de las mejores del mundo.
Además, Punta Cana es diametralmente distinta a Santo Domingo. Se trata de una zona relativamente nueva que comenzó su desarrollo fuerte en la década de los 80, donde algunos inversionistas –tal como fue en Cancún– llegaron a construir y edificar lo que hoy es prácticamente una ciudad hotelera.
Es por eso que la oferta es más que diversa: hay desde departamentos hasta lujosos resorts, con precios y ofertas para todos los bolsillos y para todos los gustos. En nuestro caso, decidimos vivir una experiencia en Bahía Príncipe Fantasía, un resort familiar que es un maravilloso lugar de entretención, donde los niños disfrutan y los grandes se convierten en niños caminando por sus castillos y gozando de sus parques acuáticos.
Pero este mundo de vacaciones no sería completo sin sus atracciones y actividades, y acá una a destacar (entre los cientos de opciones destacables) es la visita a un paraíso. Sí, un paraíso. Créanme que cualquier descripción sería egoísta para intentar explicarles lo que es Isla Saona.
Para llegar, lo recomendable es un tour. En nuestro caso el servicio contemplaba la recogida en el hotel muy temprano y traslado a Bayahibe, que está aproximadamente a 45 minutos de Punta Cana. Ahí nos embarcamos en catamarán y, desde que pusimos un pie en el bote, ya no queríamos volver a tierra firme.
Colores únicos y un clima perfecto, con una paz y ritmo de vida que ya lo quisiéramos eternamente. A eso hay que sumarle el Parque Nacional de Estrellas de Mar, zonas de snorkel de arrecifes de coral, manglares y piscinas naturales por doquier.
En Isla Saona fue donde me pregunté qué habrá pensado Cristóbal Colón cuando llegó por primera vez. De seguro, se dijo lo mismo que yo: de acá, no me mueven, y en mi caso por unos instantes fue así…