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El poeta chileno Rául Zurita tiene 70 años y acaba de recibir el premio más importante en poesía que se otorga en España, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, ya lo habían obtenido en 1992 y en 2001, respectivamente. “Lo tomo como un reconocimiento al caudal enorme de la poesía chilena. Uno es apenas una gota más de un río muy grande que lo antecede”, dijo Zurita, Premio Nacional de Literatura 2000, al diario El País.
La vida de Zurita –ingeniero civil en estructura de la Universidad de Chile y militante del Partido Comunista– ha estado más que marcada por una poesía que, por lo general, no se separa de la política, el contexto y sus duras experiencias en Dictadura, junto a acciones de arte –una de ellas fue cuando en 1975 se quemó una mejilla– y de resistencia.
Una poesía donde también se aprecia la impronta de Dante Aligheri –a quien conoció desde muy niño por su abuela italiana, Josefina Pessolo– y La Divina Comedia. Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982) y La vida nueva (1994) son tres de sus tantas obras; y en el caso de esta última no solo fue llevada al papel, sino que pasó al cielo de Nueva York –con el humo de aviones que escribieron 15 frases que fueron registradas por Juan Downey– y el Desierto de Atacama, donde excavó tres kilómetros y 400 metros de ancho para expresar Ni pena ni miedo.
En 2011, publicó Zurita y la música se ha sumado a su manera de expresar, a través del rock. En 2016 recibió el premio Pablo Neruda y en esa oportunidad mencionó:
“Yo viví en Chile en los años de la dictadura y sobreviví a ella y a mi propia autodestrucción. El año 1975 después de un episodio humillante con unos soldados me acordé de la frase del Evangelio de poner la otra mejilla y entonces fui y quemé la mía. No supe bien por qué lo hacía, pero allí comenzó algo. Recordé que de niño había visto un avión que volaba en círculos trazando con humo blanco el nombre de un jabón para lavar ropa e imaginé de golpe un poema escribiéndose en el cielo. Entendí entonces que aquello que se había iniciado en la máxima soledad y desesperación de un hombre que se quema la cara encerrado en un baño, debía concluir algún día con el vislumbre de la felicidad. Dos años más tarde pensé en una escritura sobre el desierto que solo pudiese ser vista desde lo alto. Solo diría ‘ni pena ni miedo’, y estaría surcando un país donde casi lo único que había era pena y miedo. Años más tarde vi la frase recortada sobre el desierto y, efectivamente, por su extensión solo se podía leer completa desde el cielo. Alguien reparó que el surco de las letras en la tierra se parecía al surco de la cicatriz en mi cara. Habían pasado dieciocho años y me sorprendió haber sobrevivido. Recibo esta distinción en nombre de nuestros ausentes”.
También, en esa instancia, señaló el poema con que le gustaría cerrar su vida:
Entonces, aplastando la mejilla quemada
contra los ásperos granos de este suelo pedregoso
—como un buen sudamericano—
alzaré por un minuto más mi cara hacia el cielo llorando
porque yo que creí en la felicidad
habré vuelto a ver de nuevo las irrefutables estrellas.
Para conocer un poco más de este grande de la poesía chilena e iberoamericana recomendamos el documental Zurita, verás no ver, de Alejandra Carmona Cannobio, que está en el sitio de cine chileno www.ondamedia.cl.