Al mirar con ojos de hoy el videoclip de I Wanna Dance With Somebody, seguramente el primer single bailable de la carrera de Whitney Houston, uno se puede hacer una idea cierta de lo que fue la moda, la música, los colores y la cultura que impregnó la década de los 80’s en el mundo occidental. Así de icónica es su apreciación actual. Y es que eso fue Whitney Houston, el emblema musical de una década, quizás acompañada por Michael Jackson, Madonna y Cindy Lauper, pero ella fue LA voz femenina afroamericana más importante de aquellos años, al menos hasta la aparición, a mediados de los noventa, de Mariah Carey. Pero ese es un cuento del que hablaremos más adelante.
La mejor voz de su generación, dijo el importante y muy influyente productor musical de esa década, Clive Davis, quien la descubrió y a quien le antecedía el currículum de haber descubierto a figuras como Barry Manilow, Janis Joplin y Dionne Warwick, entre muchos otros, llegando a fundar el sello musical Arista Records, donde por cierto publicó Whitney sus discos.
Whitney fue la mujer solista que más vendió discos en el mundo, y sobre todo en Norteamérica durante los años ochenta y la que puso más singles número uno en los rankings semanales. Un verdadero fenómeno que explotó con el estreno de El Guardaespaldas, película emblemática de la primera mitad de los noventa, donde Whitney junto a Kevin Costner fueron la pareja romántica que arrancó más suspiros y que liberó un soundtrack con canciones de Houston que hoy son clásicos planetarios.
Pero como una estrella fugaz, el estreno de El Guardaespaldas, con todo el éxito mundial que generó, marcó también el comienzo del fin. Como sucede con los grandes prodigios, el síndrome del impostor tendría a ella misma como la villana de la historia. Pasa con ciertos talentos, sobre todo en aquellos años, que debían formatearse a cierto canon para alcanzar el éxito. Nadie lo sospecha pero ahí es donde comienza el derrumbe.
Algunos le llamarían “vender el alma al diablo”, pero Whitney que según la historia que cuenta esta película con guion de Anthony McCarten, el mismo que estuvo detrás de la biopic de Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody, comienza sus pasos en la música como tantos otros de su misma especie: cantando en el coro de una iglesia bautista, tenía una relación romántica con su amiga Robyn Crawford, llevaba el pelo muy corto y le gustaba usar buzo o pantalones de jeans. Nada muy femenino en el prototipo que se buscaba imponer en la industria cultural de la época. Desde ahí se fragua una crisis de identidad que la cantante compensa con éxitos instantáneos como el del hit romántico The Greatest Love of All.
Dilemas como que su voz y su estilo no era lo suficiente “negro” (crítica que le realizaron miembros de su propia comunidad acerca de su música), posteriormente su tóxica y destructiva relación con el rapero Bobby Brown y pésimos manejos de sus cuentas personales en manos de su padre, la condujeron a una vorágine de adicción a las drogas y al alcohol del cual fue muy difícil salir.
Con una dirección bastante discreta a cargo de la directora Kasi Lemmons, esta biopic que se viste de estar apoyada por los mismos a cargo de la exitosa sobre el desaparecido líder de Queen, termina siendo un artefacto que solo los fanáticos de la cantante disfrutarán en plenitud. Y es que, sin ser para nada una película difícil, es un filme que tiene un vuelo apenas algo superior a un producto televisivo. Si no fuera por esos intentos -quizás algo breves- de reconstrucción de sus videoclips o momentos icónicos como cuando la cantante interpretó el himno nacional de Estados Unidos al inicio del SuperBowl en enero de 1991, no le da más que para un largometraje más sobre una superestrella caída en desgracia.
I Wanna Dance with Somebody, que se estrena este jueves 2 de febrero en salas de cine nacionales, desaprovecha momentos donde agarra vuelo como en la reconstrucción de videoclips de la cantante (el de It’s not right (but it’s ok) es notable pero demasiado breve. Obvia mencionar la aparición de Mariah Carey en el mapa musical, la supuesta rivalidad entre las dos artistas, y algo que el gran público desconoce: que fueron grandes amigas y cercanas hasta la muerte de Houston.
Pero hay cosas que se agradecen: que se aborde sin tapujos la bisexualidad de la cantante sin caer en suavizantes que dejan tranquilos a la familia, y las actuaciones más que destacadas de Naomie Ackie en el papel de Whitney Houston, y la del siempre inefable Stanley Tucci en la piel de su padrino musical, el productor Clive Davis.