En medio del silencio de la Basílica de San Pedro, una figura pequeña pero poderosa se abrió paso entre cardenales y obispos. Mientras el protocolo dictaba una despedida ordenada al Papa Francisco, una monja rompió con las formas sin necesidad de decir una sola palabra.
Llevando una mochila verde al hombro, Sor Geneviève Jeanningros se acercó al féretro del Pontífice y, con la serenidad de quien no necesita permiso, se detuvo a rezar y llorar. Su gesto, íntimo y profundo, conmovió al mundo entero.
La mujer que saltó el protocolo del Vaticano para ver el cuerpo del papa Francisco en la Basílica de San Pedro es la hermana Sor Genevieve Jeanningros, sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas francesas secuestradas en la última dictadura argentina. pic.twitter.com/QClQPSSVQw
— Corta 🏆 (@somoscorta) April 23, 2025
El momento no fue una interrupción. Fue una escena profundamente simbólica. Quienes la conocen, comprendieron de inmediato. Porque no se trataba solo de una religiosa despidiéndose del Papa. Era una amiga cercana rindiendo homenaje a un compañero de misión.
Sor Geneviève, de 81 años, pertenece a la congregación de las Pequeñas Hermanas de Jesús, y ha dedicado más de cinco décadas a vivir entre los más desfavorecidos. En Ostia, una localidad costera del Lacio, comparte una caravana con la hermana Anna Amelia Giacchetto.
Juntas acompañan a comunidades históricamente marginadas, como los feriantes y las mujeres trans que ejercen el comercio sexual. Desde allí, Geneviève se convirtió en un inesperado puente entre estos mundos y el Vaticano. Un vínculo que no surgió del poder, sino de la compasión.
La vida de Sor Geneviève lleva consigo una herida ancestral. Nacida en Francia, es sobrina de Léonie Duquet, una religiosa secuestrada y asesinada en 1977 por la dictadura militar argentina.
El caso, que involucró también a Alice Domon, fue parte de una operación represiva encabezada por Alfredo Astiz. Este pasado trágico la conectó para siempre con América Latina y con una causa que definiría su vida: los derechos humanos.
Ese mismo compromiso la unió, años después, con Jorge Mario Bergoglio. Entonces arzobispo de Buenos Aires, compartía con ella no solo una profunda fe, sino también la conciencia de un pasado común. Francisco, quien solía llamarla con cariño L’enfant terrible (“El niño terrible”, en español) por su espíritu rebelde, encontró en Geneviève una aliada incondicional para construir una Iglesia más cercana a los pobres.
La relación entre ambos trascendió las audiencias privadas. Todos los miércoles, la hermana Geneviève llevaba al Vaticano a personas que rara vez tienen acceso a ese tipo de espacios: feriantes, personas sin hogar y mujeres trans. Francisco no solo las recibía con afecto, también las invitaba a almorzar y ofrecía ayuda económica.
Uno de los hitos de esta amistad ocurrió el 31 de julio de 2024, cuando logró que el Papa visitara un parque de diversiones en Ostia. El motivo: bendecir una imagen de la Virgen Protectora del Circo y el Espectáculo Ambulante y compartir con quienes trabajan en ese mundo itinerante.
Durante el velorio en San Pedro, cuando el mundo despedía al Pontífice con solemnidad, Sor Geneviève se acercó al féretro sin atender a las jerarquías. Permaneció allí rezando en silencio durante lo que algunos testigos describen como “hasta 20 minutos”. Nadie la interrumpió. Ni los guardias suizos ni los gendarmes vaticanos.